ULTRAFONDO

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martes, 20 de diciembre de 2011

FRAGMENTO DE HISTORIAS DE LA MARATON, LOS 100 KM Y OTRAS LARGAS DISTANCIAS (José Manuel García-Millariega)

El declive del olimpismo de la Era Antigua


John Durant, en su libro, ‘Estrellas de los Juegos Olímpicos: de la antigüedad a nuestros días’, Editorial Diana. México.1967, escribe que ningún héroe era glorificado como los campeones olímpicos, ni siquiera los generales que regresaban victoriosos de la guerra. Desde el momento en que un atleta era coronado con una guirnalda de olivo silvestre, símbolo del triunfo, su nombre se proclamaba por toda la nación. Eran escritas odas en su honor por los poetas más grandes de la época y cantadas por coros de niños. Sus hazañas se grababan en pilares de piedra y los escultores daban forma a sus efigies en estatuas de tamaño natural. Toda una ciudad podía presentarse a dar la bienvenida a casa a un hijo victorioso y escoltarlo triunfalmente por las calles.
Sin embargo, muchos siglos más tarde, habría de llegar el declive de toda esa exaltación olímpica, cuando —en el 394 d.C.— el emperador Teodosio I el Grande suspendió las pruebas de Olympia por su simbología pagana, dejando de medir el tiempo en olimpiadas. La última de éstas, por tanto, fue la del 393 d.C. Además, Teodosio llevó a Bizancio la estatua más preciada del lugar sagrado: la de Zeus, de ébano, marfil y oro. El valle de Olympia, donde otrora se habían celebrado las competiciones, fue devastado por las hordas bárbaras. Una serie de terremotos destruyeron las columnas de los templos de Zeus y Hera. El río Alfeo cambió su curso, arrastrando consigo todo el hipódromo y cubriendo el resto de la llanura de capas de arcilla, lo que hizo que, durante siglos, la localización exacta del lugar fuese un misterio. La cita corresponde a Richard D. Mandell, en el texto ‘Las Primeras Olimpiadas Modernas: Atenas 1896’, editado por Bellatera (Barcelona).
No obstante, la ciencia logró determinar la ubicación del valle de Olympia —en la ciudad de ese nombre, península del Peloponeso— y recuperar numerosos elementos. Las excavaciones comenzaron con una expedición francesa en 1829, que tuvo su continuidad en otras alemanas a finales de ese siglo XIX, quienes descubrieron intacta la estatua de Hermes (obra del escultor Praxíteles), además de otros artefactos. A mediados del siglo XX, el estadio fue desenterrado (Fuentes: Wilkipedia, Larousse y Salvat).
El recinto arqueológico que hoy día comprende Olympia es amplio y cuenta con varios sitios de gran interés. En primer lugar se encuentra la Palestra, el centro de entrenamiento, cuyo patio con columnas se ha convertido en la imagen del lugar, especialmente en primavera, cuando los verdes y malvas de la vegetación añaden su particular nota de color. Y es que uno de los principales encantos del lugar es su integración en la naturaleza. Las ruinas se encuentran en perfecta armonía con el entorno, donde los olivos, adelfas y otras especies vegetales se asocian con la piedra labrada por el hombre formando un santuario único en el mundo.
Hay que destacar también el taller del genial escultor Fidias, el templo de Hera, el estadio, con una pista de 192 metros de longitud y el templo de Zeus, con los formidables restos de sus columnas desperdigados por el suelo. En su interior se hallaba la estatua de Zeus, una de las ‘Siete Maravillas’ del mundo antiguo. Esculpida por Fidias, medía unos doce metros de altura. La figura de Zeus estaba labrada en marfil, mientras que el trono sobre el que se sentaba estaba hecho de madera de cedro revestida de oro, marfil, ébano y piedras preciosas. La estatua portaba una figura de la diosa Niké en la mano derecha y un cetro en su mano izquierda. Era tan impresionante, que el geógrafo e historiador Estrabón (64 a.C. — 24 d.C.) escribió: ‘La estatua de Zeus sentada, casi toca el techo con la cabeza. Tenemos la impresión que si se levantara rompería la cúspide del templo’. (Fuentes: Guía de Olimpia. Greco Tour. El Peloponeso. 1998. Larousse y Salvat).
Pero, realmente, el paso más importante para el conocimiento y la conservación de este impresionante patrimonio deportivo heleno fue la resurrección de su espíritu. En 1896 un francés, apasionado por el deporte y el mundo griego —el Barón de Coubertin— y un intelectual heleno —Dimitríus Mikelas—, con el patrocinio de la Sorbona (París), decidieron revivir los Juegos Olímpicos siguiendo su espíritu y tradición de paz, proclamando la tregua entre las naciones (es la época de la ‘Paz Armada’, previa a la ‘I Guerra Mundial’) para sólo competir en el estadio. Ambos decidieron conservar también el nombre… Y así quedaron establecidos los Juegos Olímpicos de la era Moderna. (Fuente: ‘The Ancient Olympic Games’. José María Sesé Alegre. Unidad Central de Humanidades de la Universidad Católica de Murcia)
El griego Mikelas consiguió, asimismo, persuadir a todos de que los primeros juegos, que iban a comenzar en 1896, se celebraran en Atenas, la polis más prestigiosa de la Antigüedad helena y la capital de la Grecia Moderna. Y así fue. El estadio de Atenas se abrió, a semejanza del antiguo de Olympia, con capacidad para 40.000 espectadores. Participaron 311 atletas, siendo la delegación más amplia la del Reino Unido, con 81 representantes. Le seguían la de Alemania, Francia y el imperio Austro-Húngaro. De los emergentes Estados Unidos de América vinieron 14 atletas. Y, gracias al Cielo, la tradición democrática se renovó en esta primera edición. El primer ganador de maratón fue un pastor llamado Spiros Luis. (Fuente: ‘The Ancient Olympic Games’. José María Sesé Alegre. Unidad Central de Humanidades de la Universidad Católica de Murcia).
La carrera de maratón se disputó el 10 de abril de 1896, comenzando en el pueblo de Maratón y terminando en el estadio ‘Panathinaiko’, recorriendo los polvorientos caminos que unían ambas localidades. La distancia que se cubrió fue de, aproximadamente, 40 km. quizás algo menos, pues la estándar de 42.195 metros —nacida en Londres, 1908— no se instauraría oficialmente hasta París 1924.
La competición se inició a las 14:00 horas, al disparar su pistola el Coronel Papadiamantopoulos. Tomaron la salida 17 corredores, de los cuales 12 eran locales, siendo el ganador de la primera maratón olímpica el griego Spiridon Louis (2 h. 58’) que se convirtió en un auténtico héroe nacional e internacional. El segundo fue Kharilaos Vasilakos (3 h. 06’) también griego y el tercero Spiridon Belokas (3 h. 06’), pero esté fue descalificado cuando se descubrió que hizo parte del recorrido subido en un carro, por lo que la medalla de bronce pasó al húngaro Gyula Kellner (3 h. 06’). (Fuente: Wikipedia y Maratón.es, el portal de maratón en España)
Entre las anécdotas de la carrera (Millariega), se puede mencionar que hubo varios puestos de avituallamiento —bien surtidos, incluso con excelentes licores—, los cuales contribuyeron a ‘poner contentos’ a algunos de los participantes. Se comenta que el propio Louis tomó un buen vaso de vino de la tierra, ya avanzada la prueba. Luego de su coronación como campeón olímpico, Spiridon Louis contrajo matrimonio y se retiró casi definitivamente del deporte. Su entrada en el estadio olímpico se había producido ante el delirio general. Se dice que muchas mujeres arrojaron a su paso obsequios, incluso algunas joyas Entre los numerosos premios que recibió, destaca por su singularidad el de un peluquero ateniense, el cual le ofreció un servicio completo de barbería por el resto de su vida. Además se le premió con un caballo y una carreta para el transporte de agua hasta Atenas. También recibió como obsequio una pequeña finca, con granja. En 1936, en Berlín, ataviado con típica indumentaria griega y especialmente invitado por el Comité Olímpico Alemán, ofreció en el estadio olímpico una rama de olivo a Hitler. Falleció en 1940 a la edad de 66 años (Fuente: Historia de la Maratón. Jorge de Hegedüs. Buenos Aires. 2001).
Desde que el 776 a.C. un cocinero de Elis, llamado Korigos, ganara el atletismo en Olympia, habían pasado 2.672 años, pero el espíritu seguía siendo el mismo. Gracias a una universidad — la Sorbona de París— deporte, arte, democracia y armonía habían vuelto a fundirse en el alma y el espíritu de los jóvenes. (Fuente: José María Sesé Alegre. Universidad Católica de Murcia).

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