ULTRAFONDO

ULTRAFONDO

miércoles, 28 de diciembre de 2011

FRAGMENTO EN BORRADOR DEL LIBRO 'EL DÍA QUE UNA CARRERA CAMBIÓ MI VIDA'

(Millariega)
Yo me estaba fijando en él: en cómo veía todo aquello, en como rumiaba para sus adentros aquellos momentos irrepetibles en la vida de un muchacho, su primera carrera oficial. Desde luego estaba ilusionado, pero tranquilo porque sabía que yo lo colocaría en el momento justo en la línea de salida. Antes de partir le dije que se olvidara de mí, que se olvidara del mundo y que intentara guardar en la retina todo el colorido que estaba a su alrededor. Momentos antes de partir para devorar esos ocho kilómetros le presenté a un corredor popular que es una leyenda del olimpismo español, el único medallista español (bronce en boxeo de menos de 48 kilos), Enrique Rodríguez Cal (Dacal II) en los Juegos Olímpicos de Munich 72, enturbiados por un acto terrorista el cinco de septiembre, terroristas palestinos asesinaron a dos atletas israelíes y tomaron a otros nueve como rehenes, reclamando la liberación de más de un centenar de presos palestinos. Tras un frustrado intento de rescate, los rehenes y terroristas, con excepción de tres, acabaron muertos. Nunca hemos hablado de ese suceso Rodríguez Cal y yo, pero sí me dijo que, tras obtener el bronce, su vestuario era un hervidero de periodistas, políticos y próceres del deporte, que se desvivían en placemes, halagos y carantoñas. Y también se comenta que la plata le fue usurpada por los árbitros a favor del coreano U Gil Kim. Pero que cuando en los Juegos de ‘Montreal 76’ perdió ante Batsukh nadie bajó a verlo al vestuario y se encontró tremendamente solo, infinitamente abandonado, porque a fin de cuentas el deporte no deja de tener un componente de azar y debe ser admitido como regla que tan pronto se gana como se puede ser vencido. Pero cuando vives la derrota nadie quiere saber nada de ti, porque ya no eres útil parar las fotos ni para la propaganda. Un individuo derrotado es una escoria que se abandona a su suerte, a la caza ya del siguiente espécimen que encumbrar, destronar y destrozar. En ‘Montreal 76’ el mongol Batsukh era, en principio, un rival asequible. Rodríguez Cal ganó los dos primeros asaltos. Pero en el tercero sufrió un corte fortuito en una ceja, al parecer debido a un cabezazo involuntario. Y lo descalificaron. ‘Cuando gané la medalla en ‘Munich 72’ no se cabía en el vestuario, pero en Montreal me encontré absolutamente solo’, lamentó en su día el buen campeón. Parece que tuvo que ser el seleccionador de fútbol español quien lo acompañó a la enfermería para que le suturasen la ceja. Por eso, antes de hacerse corredor Dacal II ya había vivido la soledad del corredor de fondo. Pablo Vidal le dio la mano y Rodríguez Cal le sonrió afablemente, con una especie de reverencia que conservan como detalle de solemnidad aquellos que fueron grandes personajes y tomaron parte en los grandes acontecimientos del deporte, con todo lo que ello conlleva de protocolo. Yo creo que Pablo, en aquellos momentos anteriores e inminentes a la salida, no se dio cuenta de la valía humana y deportiva de aquel hombre menudo, ya entrado en años y vestido en calzón corto como un chico de corta edad. Pero algún día la comprenderá tal vez…

EL LEGADO FILOSÓFICO DEL DOCTOR SHEEHAN


El legado filosófico del Dr. Sheehan


‘El doctor George Sheehan, médico, especialista del corazón, empezó a correr a los 45 años, cuando llevaba más de 20 practicando la medicina. Pero, según él, hasta ese momento había conocido sólo la enfermedad y no la salud. El correr le enseñó lo que significa la salud total y la buena forma física, modificando radicalmente su conocimiento acerca del potencial físico del ser humano, en las distintas etapas de su vida’. (Contraportada de su libro ‘Por qué y cómo correr, El camino hacia el vigor y el disfrute total’, Edaf, Ediciones y Distribuciones SA, Madrid, 1986).
Asegura Sheehan en su obra que ‘muchos han expresado ya exactamente lo que yo pienso y lo han hecho de forma más clara y completa: James, Ortega… (‘La vida es una lucha desesperada para conseguir ser, de hecho, lo que somos en proyecto’), Santayana, Fuller y algunos filósofos griegos. Han descrito mis experiencias, mi propia verdad personal, en palabras milagrosamente acertadas. Pero un hecho fundamental de la Naturaleza es que nadie puede comprender las cosas por ti. Podemos acumular enormes cantidades de ideas y visiones filosóficas. Pero, a menos que se materialicen de un modo u otro, no pasarán de ser trivialidades…’.
‘…La sabiduría es —continua Sheehan—, pues, la incorporación de los pensamientos de los demás a nuestra propia experiencia, la capacidad de ver la verdad de las palabras de algún otro y que uno mismo comparte. No basta con conocer a los grandes autores, a los grandes pensadores, a los grandes poetas. Hay que encontrar a aquéllos que más se aproximan a tu propia existencia, a tu contacto con el universo…’.
‘…Al llegar a la edad de la razón Sheehan me encontré montado en un tren, con las cortinas echadas, con el curso (o trayecto de vida) y el punto de destino determinados. Pero al cumplir los cuarenta y cinco toqué el timbre de alarma y me apeé, bajé al mundo. Fue una decisión que significó, ni más ni menos, que una nueva vida, un nuevo trayecto, un nuevo punto de destino. Al cumplir los 45, nací otra vez. Mi yo anterior no era yo mismo, sino que una autoimagen que me había colocado encima. Era la persona que yo mismo acepté ser, pero había estado sólo interpretando un papel’.
‘…Con el tiempo (Sheehan: ‘Por qué y cómo correr, El camino hacia el vigor y el disfrute total’, Edaf, Ediciones y Distribuciones SA, Madrid, 1986) llegamos a engañarnos, incluso a nosotros mismos. No obstante, antes o después ponemos en cuestión el trayecto que se nos ha trazado, las metas que se nos han fijado, nuestro itinerario hacia la muerte. Antes o después deja de merecer la pena preservar la autoimagen. Nos parece insatisfactoria e inadecuada la persona que pretendemos ser…Como escribe Ortega, ‘el que no se sienta realmente perdido, es que lo está sin remisión. No se encontrará nunca a sí mismo, no se encontrará a la altura de la propia realidad’. No obstante reconoce Sheehan, encontrar la propia realidad no es algo que se consiga sin planificación ni esfuerzo. El renacer dice no es una tarea sencilla. Se necesita técnica, preparación y trabajar firme…Habrá que partir todos los días de cero…Yo afirmo que hay que empezar desde el principio, empezando con el cuerpo, que es el espejo tanto de alma como de la mente y resulta mucho más accesible que cualquiera de ellas. Si se logra la pericia de escuchar el propio cuerpo, se llegará (antes o después) a oír la totalidad del propio ser, la persona única y compleja que somos cada uno de nosotros…Yo lo hice de ese modo, me apeé del tren y me puse a correr…Descubrí que mi cuerpo era algo maravilloso…’.
‘…Nuestro renacimiento Sheehan será una tarea prolongada y difícil. Comenzará con el uso creativo del propio cuerpo, en el transcurso del cual debemos explorar el dolor y el cansancio con la misma atención que el placer y la satisfacción. Y terminará sólo cuando hayamos ampliado nuestra mente y nuestra alma en la misma medida. Pero hay otra alternativa: uno puede siempre volver a subirse a ese tren…’.
‘…Ahora sé que formo parte (Sheehan: ‘Por qué y cómo correr, El camino hacia el vigor y el disfrute total’, Edaf, Ediciones y Distribuciones SA, Madrid, 1986) de otro grupo bien diferenciado, el de los corredores de fondo. Lo comparto con todos los corredores del mundo. Poseemos todos los mismos tejidos somáticos, una combinación de huesos, músculos y tejidos nerviosos, que hace que lo que mejor hacemos sea correr…Por limitado que pueda parecer a quienes me ven, el correr es mi modalidad de autoexpresión. Un tema de estudio que no tiene por qué acabarse nunca. Y dentro de sus confines, debo esforzarme por alcanzar mi salvación…Los corredores de fondo somos personas meditativas. Si poseemos sentimientos religiosos, serán de carácter no conformista y retirado (los propios de un eremita, de un anacoreta)…Lo que más ilusión nos hace es una pradera apartada, donde nadie nos moleste…’.
‘Los fisiólogos han indicado (Fuente: Toni Lastra.Valencia) que solo los que consiguen aprobar el más riguroso examen físico pueden seguir sin peligro una vida rutinaria. El hombre no ha sido hecho para quedarse quieto. La inactividad es completamente innatural para el cuerpo. Su consecuencia suele ser la rotura del equilibrio. Cuando los beneficiosos efectos de la actividad sobre la circulación cardíaca y sobre los sistemas del cuerpo están ausentes, todo lo medible empieza a ir mal…’.
‘Aumenta el contorno de la cintura y el peso del cuerpo. Sube la presión sanguínea y se acelera el corazón. Aumentan el colesterol y los triglicéridos. Se incrementa todo lo que uno quisiera que bajara y disminuyese y se reduce todo lo que uno quisiera que se agrandara. Decrecen la capacidad vital y el consumo de oxígeno, la flexibilidad y la eficacia, el vigor y la fuerza. Las perfectas condiciones físicas no tardan en ser un simple recuerdo. Y si así va el cuerpo, ¿va a quedarse atrás la mente?. El intelecto se endurece, sin duda alguna, con mayor rapidez que las arterias. Las facultades creadoras dependen de la acción. Nadie debe de confiar en tener ningún pensamiento que valga la pena permaneciendo sentado’. (Fuente: Toni Lastra, fondista1996.blogspot.com) (Atleta, escritor, expresidente del club ‘Correcaminos’, organizador de carreras y uno de los padres del pedestrismo en Valencia).

RECUERDOS DE LA SPARTATHLON: LA PENOSA ASCENSIÓN AL MONTE PARTHENIO, DONDE EL DIOS 'PAN' SE APARECIÓ A FILÍPIDES PARA DARLE FUERZAS


Recuerdos de la Spartathlon


La penosa ascensión Monte Parthenio, ayudada por el japonés Syo Nishi
Comencé a ascender la montaña con la moral muy baja, casi por los suelos. No podía creerme que, después de los lugares accidentados por donde había corrido tuviese que enfrentarme aún a esa poderosa bestia que creía haber dejado atrás ya. Todo en mi interior era negativo. Todo me decía que no sería capaz de ascender por aquéllas rampas infernales, en medio de la oscuridad más absoluta.
Continuaba durmiéndome mientras corría. Aunque no veía nada, sabía que, jalonando la ascensión al Parthenio —según me habían comentado antes— iba a encontrarme con simas y precipicios a la derecha, por los que me podría despeñar. Debería tener mucho cuidado de no caerme por alguno de ellos. Hecho este nada improbable en aquéllos momentos, habida cuenta de que, unos instantes antes me había ido directamente contra las rocas de la pared opuesta al abismo.
Un poco más adelante divisé una figura fina y escuálida, que también corría con dificultad. Se trataba del japonés Syo Nishi. Me uní a él e intentamos hablar algo en inglés. Nos dijimos pocas cosas, pues ambos íbamos dando tumbos de un lado a otro de la carretera. Debe ser cierto que la guerra y las desgracias compartidas contribuyen a estrechar los lazos entre los hombres, porque de aquel encuentro surgió una gran amistad.
Mirábamos hacia la cumbre. En medio de aquella negrura inmensa, sólo se divisaban algunas luces a lo alto, muy a lo alto. La carretera se retorcía por la montaña. Cada recodo que coronábamos nos permitía observar algún estrato superior, un nuevo fotograma de la siguiente escena de nuestro calvario. Y cada vez podíamos comprobar, desesperados, que el punto donde pensábamos que se hallaba la cima no era tal, sino que una fugaz ilusión nuestra, pues las luces de los automóviles ahora se contemplaban mucho más lejanas y hacia la izquierda o la derecha, según los casos. Nos mirábamos entre nosotros, como queriendo que uno se hiciera cómplice del asombro del otro. Porque sobraban las palabras. Solo quedaba seguir y seguir...
Entretanto yo continuaba vomitando, ahora cada vez más a menudo. Hacía tiempo que no había comido ni bebido nada, porque nada más ingerirlo el cuerpo lo expulsaba. Traté de que algún médico se interesase por mí, para ver si con algún jarabe me lograban recomponer el estómago. Pero no conseguí que me entendieran (eso pensé entonces). Pero, echando la vista atrás, me doy cuenta de que nadie me habría dado una medicina, aunque fuese la más liviana, porque el reglamento de la Spartathlon lo prohíbe expresamente, al parecer. Sólo con un poco de atención médica hubiera logrado culminar con éxito el trabajo de todo un año…
Además seguía escarnecido por la incipiente rozadura en el glúteo derecho, desde hacía ya quizás horas. Sólo conseguí que me protegieran la región erosionada con dos tiritas. Como se despegaban era yo mismo el que las recolocaba una y otra vez. Hasta corrí varios kilómetros con la mano puesta atrás, sobre el punto maltrecho. Todo menos abandonar. Así hasta que ya no sirvieron de nada y terminé perdiéndolas no sé siquiera donde. Después vendría el talco y la vaselina, dos remedios que tampoco dieron resultado. Con lo fácil que hubiera sido aplicar un buen apósito sobre la zona escarnecida...Pues no conseguí que me practicaran una cura por mucho que lo imploré y supliqué. Así pues, lo último que recuerdo es correr soportando un dolor abrasador, sin más…
Nishi y yo realizábamos una ascensión penosa. Pienso que el japonés hubiese subido más deprisa de haberlo hecho sólo. Pero corría más preocupado por mí que por él mismo, estoy seguro. Hablábamos algo, para no dormirnos. Palabras entrecortadas, no obstante. En una ocasión se me cerraron los ojos y me fui peligrosamente hacia la derecha, hacia el abismo. Nishi me sujetó por el brazo y ya no me soltaría hasta coronar la cumbre. No nos entendíamos apenas. Casi ni nos veíamos las caras en la aciaga noche. Yo sólo sabía que era japonés y prejuzgaba alguno de sus rasgos. No creo que Nishi, en aquéllos momentos, supiese que yo era español.
La situación se volvía cada vez más preocupante para mí. Corría doscientos metros y tenía que echarme al suelo, cuan largo era, en medio de desagradables vómitos. Padecía una hipotermia grave —las manos estaban semicongeladas y qué decir de los labios, el pecho... —. En un control, hacia la mitad de la ascensión del Parthenio una juez quiso descalificarme, pero otro colega le dijo que no, que me dejara seguir...
Nishy me animaba constantemente. Cuando me detenía, pronunciaba alguna palabra en japonés, que yo traducía —no sé si acertadamente— por ‘¿cómo vas?. ¡adelante, ánimo...!’.
Ahora mirábamos hacia abajo, hacia la base de la ‘mountain’. Estábamos un poco más arriba de la mitad de la cumbre. Se veían pequeñas luces diseminadas por la falda del monstruo negro. Eran las linternas de algún otro desgraciado que empezaba la ascensión.
Por fin divisamos la cima. Nishi estaba en mejores condiciones que yo. El espectáculo en la cumbre era desalentador. Había un control, alguna mesa, varias sillas, bolsas de deporte, mochilas, niebla, frío... Y varias personas. Jueces y esforzados colaboradores —para ellos, desde luego todo mi reconocimiento y gratitud—. No recuerdo mucho más de ese episodio puntual. Sólo tengo grabados en la memoria pasajes de oscuridad y tenebrismo. Me hicieron una foto, un primer plano de la cara. (¡Lástima no haber podido recuperarla para este libro!). ‘Un retrato para el epitafio’, pensé entonces.
Pregunté si tenían mi ropa de abrigo. Rebuscaron. Me dijeron que no.(Náu, náu, zderuis not...). Como estaba medio congelado, sentí envidia sana cuando ví a Nishi ponerse la chaqueta de un chandall y continuar. Me dijo adiós. Me alegré por él y le desee suerte. Así es la carrera: hay que seguir adelante, pese a quien pese. En eso se parece un poco a nuestro devenir diario. En la vida también hay que continuar, dando de lado a los reveses y encerronas que la misma nos prepara. ‘En la lucha hay que estar dispuestos a todo, también al fracaso y a la derrota, los cuales son, no menos que la victoria, caras que, de pronto toma la vida’, recordé, una vez más, las palabras de Ortega. Y a no esperar nunca nada de los demás…
Me senté en una silla y percibí sobre mi cuerpo el áspero, pero reconfortante, abrigo de una manta de ejército. Así estuve unos minutos. Volví a vomitar. Al poco rato, un comisario me indicó que debía abandonar el control. Literalmente, ‘que debía levantarme de aquel asiento y ponerme a correr’, me advirtió en inglés. En otro caso, ‘sería descalificado allí mismo…’.
Me enderecé torpemente y les pregunté si podía llevarme la manta, al menos durante un rato. Me dijeron que no —lo comprendo, no era suya, sino del ejército— y, después de insistir, me facilitaron, con toda buena fe, una bolsa de basura negra, pues allí no tenían otra cosa. Intenté colocármela por encima, como si fuera una camiseta, pero se rompió. Así que hice un pequeño amasijo con el trozo de plástico que quedaba en la mano y lo coloqué en el pecho, a la altura del esternón, por dentro de la camiseta de tirantes.
En aquéllos momentos temía hasta por mí vida. Porque también empecé a toser y creí, sinceramente, que tendría que ingresar en un hospital, con neumonía o cualquier otra dolencia parecida. En el caso de haber tenido que internarme en un centro asistencia de Atenas, yo habría tenido que costearme todos los gastos sanitarios, pues el seguro médico de la Federación Española de Atletismo no cubría estas incidencias en el extranjero. Tampoco mi póliza de funcionario. Y nadie quiso hacerme una privada, especial para el evento. Esa es la historia del ultrafondo. Una historia, en definitiva, de ‘arréglatelas como puedas’ y de abandono por parte de los estamentos. Son pocos los que nos tienden una mano amiga. (Del libro de este mismo autor ‘Odisea en Grecia, tras la huella de Filípides’. Cajastur. 2005).

FRAGMENTO EN BORRADOR DEL LIBRO 'EL DÍA QUE UNA CARRERA CAMBIÓ MI VIDA'

PERTENECE A UNO DE LOS ÚLTIMOS CAPÍTULOS Y ESTÁ PENDIENTE DE CORRECCIÓN

Las carreras de 24 horas se hacen eternas. En estas pruebas el autocontrol es también un elemento determinante. Al igual que el dominio de los pensamientos negativos. Atletas con bajo poder de sometimiento de la ansiedad o de las sensaciones de desastre tienen poco que hacer en esos circuitos, donde lo principal es no perder nunca la calma y no despilfarrar la energía a las primeras de cambio. Sin duda en las 24 horas el control y dosificación de la fatiga es un factor esencial. Corredores fatigados ya desde las primeras horas están abocados a un fracaso casi seguro, salvo que se tenga mucha cautela a la hora de distribuir las energías y promediar la destrucción muscular. Un gran deterioro de la miofibrilla ya desde los primeros lances producirá mucho dolor con el transcurso de la carrera y la entrada de la noche. Por lo tanto, mi consejo es la autorregulación física, energética y mental. Al igual que en los 100 km. resulta del todo improductivo fijarse objetivos largos, es decir: pensar ya desde el comienzo en el final de las 24 horas. Porque ese objetivo tan descomunal será para nosotros una pesada carga durante mucho tiempo. Es preferible encaminar el pensamiento hacia metas más racionales. Y planificar un descanso para el cuerpo, aunque llegado el momento se opte por otra estrategia, como seguir corriendo o caminando. Por ejemplo: ‘dentro de tres horas descansaré diez minutos’. ‘Cuando llegue la noche me ducharé, me cambiaré de ropa y tomaré una sopa caliente…’. Planteamientos de ese tipo son los que nos interesan, al mismo tiempo que nos relajamos y seguimos trotando a un ritmo cómodo, sin presión, sin tensión. En las 24 horas cuanto más estresados corramos, más se transmitirá esa carga negativa al sistema muscular y más se fatigará este, muy sensible a esos estímulos, por otra parte.

martes, 27 de diciembre de 2011

EL ÚLTIMO TREN DEL 'CHE MÉNDEZ TRELLES'


‘El último tren’
Por Che Méndez Trelles (In Memoriam)


Pertenezco a una generación que llegó tarde a casi todo. Así también llegué tarde al atletismo, cogiendo el último tren, a una edad en la que se inicia la cuesta abajo, después de trabajar más años de los que hubiese querido en una actividad sedentaria y para mí estresante.
De todas formas debo confesar que subí bien a ese tren, pues abracé las carreras de fondo con inusitada ilusión; con pasión, emoción y amor, volcándome en ellas con todo mi corazón. Fue ahí donde conocí a los tipos más fabulosos que en el mundo existen y aprendí a sudar y a sufrir, a divertirme y a ser feliz en esas pequeñas dosis que cada ser humano debe saber conquistar personalmente.
Como la sinceridad es la madre de las mejores palabras, tengo que decir que fui y soy un corredor que nunca hizo nada destacado: nada que valiera la pena reseñar, pues no podría ser de otra manera.
Participé eso sí con terca asiduidad en todas las pruebas que me fue posible, al margen de mi estado de forma, quedando siempre contento, al creerme a pies juntillas que terminar una carrera era ganar el cielo, siguiendo un poco la filosofía que predicó con tanto éxito Fred Lewob, uno de los fundadores de la maratón de Nueva York, el cual impulsó el evento hasta límites insospechados.
Donde sí llegué a tiempo fue al mundo de las letras. Escribí toda mi vida. En la desaparecida e inolvidable revista ‘Asturias Semanal’ no dejé de publicar reportajes, entrevistas y artículos desde el primer número hasta el último, así como en otros medios de comunicación.
Dado que esta pasión no soy capaz de arrojarla fuera de mí, desde hace años intento acabar de escribir un libro que no va a reportarme ningún beneficio económico, sino todo lo contrario, pues ese esfuerzo no hay nada que lo pague. El libro está dedicado a la soledad del corredor de fondo, a la fuerza de las ilusiones y al espíritu del amor. Una obra narrativa distinta a todo cuanto conozco y que, a este paso, voy a morirme sin verla terminada. Mientras tanto, sigo corriendo y admirando a todos cuantos participan de este sueño. (Cortesía de la revista ‘Atletismo Iris Rojo’. Asturias).
Fue para mí una grata sorpresa —dice Sabino A. Rocha— el que, días antes de celebrarse la ‘XII Media Maratón de Pola de Siero’ (18-02-2001), el Che Méndez me pidiese que le acompañara en su última carrera de esta distancia. En su última media…También me supuso un privilegio y un honor acompañarlo ese día. Nunca hubiera deseado mejor compañero de viaje…Nuestro objetivo inicial era completar el recorrido en 1 h 50’, aunque conseguimos rebajar esa marca en dos minutos, a pesar de que durante el transcurso de toda la carrera estuvimos saludando a cuantos nos encontrábamos por el trayecto. Así era el Che. De ese día me dedicó algunas fotografías —hasta que murió hace unos años— al igual que hacía con la gran mayoría de corredores y corredoras, que eran muchos, pues sólo tenía amigos. Algunas de esas frases de las que quiso hacerme partícipe me resultaron muy emotivas: ‘El que corre vence: si asumiéramos esta máxima tal vez seríamos más felices. A Sabino Armando Rocha Casas. Juntos salimos y juntos llegamos. De esta guerra, aventura o desafío que siempre supone una media maratón. Che Trelles.’

LA MARATÓN DE AMBERES 1920


La maratón de Amberes 1920: brilló la estrella de Hannes Kolehmainen

En los Juegos de Estocolmo 1912, Kolehmainen había obtenido tres medallas olímpicas. En los cinco mil metros, diez mil y en el campo a través. En Amberes (Bélgica), lograría el triunfo en la maratón. Fue una de las estrellas que brillaron con luz propia, junto con el también finlandés Paavo Nurmi. Este último gano los diez mil metros, el campo a través individual y por equipos y la medalla de plata en los cinco mil metros. Hasta que en 1932, en los Juegos de Los Ángeles, fue descalificado por profesionalismo. Sin embargo, ya había conseguido 9 medallas de oro.
Amberes —devastada tras la ‘I Guerra Mundial’— había sido elegida sede de los Juegos como una forma de honrar a los combatientes belgas, en medio de un paisaje apocalíptico: ruinas, alambradas, trincheras y restos de la artillería. No obstante, la organización excluyó a los países que habían perdido la guerra: Alemania, Polonia, Bulgaria, Rumanía, Austria y Turquía. El rencor de la contienda fluía todavía en el ambiente y los anfitriones no invitaron a las naciones invasoras de su país. La recién creada URSS, tampoco fue convocada.
Unos Juegos estos de Amberes 1920 que contaron, por primea vez, con el beneplácito de la Iglesia. El cardenal Mercier ofició una misa en la catedral de Amberes en memoria de los deportistas caídos en el campo de batalla. Otra novedad también fue la bandera olímpica con los cinco anillos entrelazados, representando a los cinco continentes: verde para Oceanía, amarillo para Asia, negro para África, rojo para América y azul para Europa y el juramento olímpico, del cual ya se había producido un precedente en los ‘Juegos Intercalados de Atenas 1906’. Corrió a cargo del representante de Bélgica, Víctor Boin. ‘Juramos que nos presentamos a los Juegos Olímpicos como competidores leales, respetuosos del reglamento y con deseo de participar con espíritu caballeresco, para honor de nuestros países y gloria del deporte’. Por primera vez se interpretó también el himno olímpico. Se soltaron cientos de palomas.
Kölehmainen —en un día, al parecer, ‘fresco’ corrió la maratón el 22 de agosto de 1920 sobre una distancia de 42.750 metros ya hemos dicho que han de tomarse estas distancias con cautela, junto con 47 competidores más, que representaban a 17 países. Su tiempo fue de récord mundial, con 2h 32’ 35’’. Tras él entraron Jüri Lossman, de Estonia —a tan sólo 13 segundos— y Valerio Arri, de Italia, a casi un minuto. Este último celebró el bronce con tres volteretas sobre sí mismo.
Kölehmainen ya había participado en una maratón en 1907. Y obtuvo un cuarto puesto en la de ‘Boston 1917’. Su hermano William se había nacionalizado norteamericano y seguía unos novedosos entrenamientos, sometido a programas rigurosos y a controles médicos, entre los que también destacaba la ayuda psicológica. Y parece que traspasó todo el conocimiento adquirido en los EE.UU. a su hermano Johan Hannes.
El 11 de octubre de 1912 William corrió la distancia reglamentaria de la maratón en 2h 29’ 39’’. Pero su registro no fue aceptado como record, ya que había sido profesional. No obstante es el primer maratoniano que consiguió bajar de las 2h 30’ en la distancia reglamentaria de maratón.
En la maratón de ‘Amberes 1920’, el sudafricano Cristian Gitsham —medalla de plata en ‘Estocolmo 1912’— se puso en cabeza durante unos 15 kilómetros. Hannes Kölehmainen —que había estado con su hermano en New York— logró alcanzarlo. Al parecer pasaron juntos el kilómetro 21. Se sabe que en el 27 Kölehmainen aceleró su ritmo y Gitsham se fue quedando atrás, en parte porque se le habían roto uno de los zapatos y tenía un incipiente dolor en un pie. Al final el finlandés consigue despegar a dos de sus más inmediatos rivales, Lossman y Arri, entrando en la meta con unos metros de ventaja sobre el estonio y el italiano.
Kölehmainen apareció por última vez en los Juegos de ‘Helsinki 1952’, a la edad de 62 años, encendiendo el pebetero olímpico durante la ceremonia de apertura. Murió cuatro años más tarde en esa ciudad. (Millariega).
En estos Juegos de Amberes 1920, dos atletas estadounidenses robaron la bandera con fondo blanco y los cinco aros del mástil del estadio —fuente: Juan Manuel Surroca, periodista, Barcelona 2010—, la cual había sido elegida como símbolo del movimiento olímpico en el congreso del COI celebrado en Parìs en 1914, no pudiendo ondear hasta 1920, debido a la guerra. Parece ser que el motivo de tal sustracción fue una apuesta entre el doble campeón olímpico de natación Duke Kahanamoku y su amigo Harry Prieste, que acababa de ganar el bronce en saltos de plataforma. Lo cierto es que ambos se colaron en el estadio, arriaron el preciado paño y se lo llevaron. Aunque fueron descubiertos, pudieron huir de unos policías, que no lograron darles alcance. Más tarde serían detenidos, juzgados y condenados. Pero una hábil intervención del cónsul americano en Amberes parece que logró que no cumplieran la pena, aunque de la bandera nunca más se supo. Casi ochenta años después, en 1997, en el transcurso de un acto del ‘Comité Olímpico de Estados Unidos’ un periodista le preguntó al único medallista norteamericano superviviente de aquella cita qué opinaba sobre el hecho que, después de tantos años, todavía no se hubiera resuelto el asunto de la desaparición de la bandera olímpica de Amberes. El interlocutor no era otro que el propio Harry Prieste y su respuesta le dejo boquiabierto: ‘igual te puedo ayudar a encontrarla…está en mi casa en el fondo de una vieja maleta’. Tres años más tarde —en vísperas del inicio de los Juegos de Sydney— un centenario Hal Haig Prieste —con la vista debilitada y una pronunciada sordera— devolvió al presidente del COI, Juan Antonio Samaranch la preciada tela. Ahora se expone en el museo del COI en Lausanne (Suiza) (Cortesía de Juan Manuel Surroca, Barcelona, 2010).
También, como dato curioso, hacer notar que un albañil norteamericano, John Brendan Kelly, ganó dos medallas de oro en ‘single y doble scull’ —con Paul Costello— en apenas media hora, hazaña aún no igualada. Al parecer se le había prohibido competir en una selecta regata de Londres, al considerarlo ‘profesional albañil’. Más tarde se convertiría en uno de los constructores más ricos de Filadelfia (EE.UU.), ya que su empresa iba a edificar la mayoría de las iglesias y escuelas de la ciudad. Su hijo, John Kelly Jr., obtuvo una medalla de bronce en remo en los Juegos de Melbourne (Australia) en 1956. Su hija, Grace Kelly, se convertiría en una famosa actriz y luego princesa de Mónaco. (Millariega).

ANTONIO MADRIÑÁN: EL HÉROE INCOMBUSTIBLE


Antonio Manuel Madriñán Fernández
(Orense)


Me llamo Antonio Manuel Madriñán Fernández. Soy militar y técnico de viverismo. Nací en Ourense hace 28 años y en la actualidad resido en Oviedo. Pertenezco a tres clubs: ‘Multideportes Oviedo’, mi querido ‘Muescas’ y ‘Ñ Ultrafondo’ de Madrid. Estoy soltero y no convivo con nadie, porque todavía no ha aparecido una mujer ‘que me diera cogido…’Pero profeso una devoción absoluta a mi sobrina Paula —que es un ángel— y a la que, sin duda, quiero como si fuera una hija.
Creo que, de manera natural, todos corremos desde que nacemos. Lo que ocurre es que después lo dejamos de practicar por dejadez, falta de motivación o por tener otras aspiraciones. O bien simplemente porque el ejercicio nos cansa. Yo creo que comencé a correr cuando di mis primeros pasos. Desde luego la base de cualquier disciplina deportiva es la carrera. Así que lo que a mí me parece extraño es que corran tan pocas personas…
En el 2007 me inicié en la competición. Al principio no tenía objetivos claros y disponía de poco tiempo. Pero empecé a disfrutar del atletismo cuando decidí correr por placer, intentando salvar grandes distancias.
Había sido jugado de hockey hierba en el ‘Gimnástico Cudeiro HC’, con el que gané varios títulos de liga y campeonatos gallegos. El equipo estuvo unos cuantos años en la primera división nacional. Sin embargo llegó un momento en que abandoné el hockey debido a un desgraciado accidente y la posterior falta de motivación.
Pero la entrada en las Fuerzas Armadas hizo que se encendiera en mí de nuevo la chispa del deporte .Volví a correr otra vez. Primero lo hice solo. Y más tarde con el ‘Regimiento de Infantería Ligera Príncipe nº 3’, de Asturias. Aunque mi impulso definitivo se produjo cuando entré a formar parte del ‘Multideportes Oviedo’ de triatlón. Supuso un gran cambio. Mi objetivo era lograr completar un ‘Iroman’. Así que me preparé para ello a conciencia…
Al poco tiempo tuve ocasión de participar en las ‘24 Horas de La Fresneda Running Race 2010’ y no lo dudé. El resultado fue una victoria y convertirme en integrante del ‘Muescas’, un equipo que surgió de la amistad en ese evento con dos excelentes personas y no mejores ultrafondistas: Charli Jiménez y Demetrio Álvarez, bajo el amparo del ‘Regimiento de Transmisiones 22’. Desde aquella carrera de 24 horas los ‘Muescas’ no nos hemos separado. Marcó para nosotros un antes y un después. Con ella nos hemos introducido en el ultrafondo, que es donde hemos encontrado nuestro hogar.
En realidad, antes de las ‘Running Race’ estaba buscando un gran reto, algo que fuese diferente y especial. Una prueba en la que no luchara contra el cronómetro, sino contra mí mismo. En la que, aparte de correr con las piernas, el factor psicológico fuera muy importante. Y aparecieron las ‘24 Running Race’. No me pude resistir a sus encantos…
Un par de semanas antes sentí cierto nerviosismo. Es algo común, ya que uno se pasa todo el año preparando estas carreras principales, que son la columna vertebral de la temporada. Y trata de llevar todos los detalles más que pulidos. Desde la alimentación hasta la equipación y la logística. También se producen dudas: uno no sabe si el trabajo realizado durante tantos meses va a dar sus frutos…
Pero al final, al hacer exámen de conciencia, te das cuenta de que estás más que preparado. De que la carrera es un mero trámite, un día de diversión. Eso sí: un día en el que hay que tener cuidado de no cometer errores demasiado graves que te impidan disfrutar de la prueba. En las ‘24 Running Race’ corrí las últimas 28 millas lesionado…
Ahora compagino el triatlón con las largas distancias, ya que me supone un complemento físico impresionante. Sin duda es una trayectoria meteórica, lo que apunta que también será una trayectoria laureada. Sea como fuere, la ultradistancia es mi ‘salita de estar’ y el poder disfrutar de ella es mi recompensa.
Después de mi prueba de fuego en las 24 horas, corrí por primera vez 100 km. en un ‘trail’ de montaña, el ‘Ultra Aneto’, con 6.000 metros de desnivel positivo. Una carrera en la que tenías que ser autosuficiente, pues tú mismo debías llevar todo el equipo necesario para salir airoso de la prueba: agua, comida, etc… La ‘Ultra Trail Aneto’ es, sin duda, uno de los recorridos de montaña más duros que hay en Europa, con 100 km. de autonomía —lo cual encierra cierta complicación— y con un total de 12.000 metros de desnivel. Es ‘una tortura de carrera’. Aunque, a pesar de su crueldad, disfrutas de un verdadero espectáculo de la Naturaleza, con un paisaje de infarto. Lo peor de todo fue hacerla sin dormir, porque la noche anterior nos perdimos en las ‘Galias’. Como consecuencia de ello, en la competición me quedé literalmente dormido mientras ascendía a un pico de casi 3.000 metros, por lo que el pelotón me puso de guía, abriendo brecha. Así estaría más atento y no me despistaría. En la próxima edición espero echar un sueño —aunque sea pequeño— el día anterior. Tardé en completar el recorrido 27 horas y 32 minutos, tiempo con el que me encuentro satisfecho, teniendo en cuenta que se trataba de mi primera carrera de montaña.
En cuanto a la opinión que tenían en mi casa sobre estas participaciones, debo decir que tengo una hermana que siempre me ha apoyado en todo lo que he hecho. Pero el resto de familia al principio pensó —cariñosamente— que había ‘desvariado un poco’, aunque con el paso del tiempo ya voy observando en sus caras una expresión de admiración. Creo que ahora me ven más sano y más feliz…Y en el resto de la sociedad se me va conociendo y admirando cada vez más. Por otra parte, mucha gente me muestra su apoyo a través de las nuevas plataformas de Internet, lo cual agradezco mucho.
Antes de las ‘24 Running Race de La Fresneda’ y de los ‘100 km Ultra Aneto’ sólo había corrido hasta la distancia de media maratón. Desde ahí di el salto directamente al ultrafondo. No sé si es un un proceder común entre los corredores de largas distancias, pero en mi caso así fue como sucedió.
Además encontré en el triatlón el aliado perfecto para estar totalmente en forma y trabajar el umbral aeróbico, con unos entrenamientos semanales medios de 7.000 metros de natación, 300 km. de bicicleta y 105 de carrera a pie. De esta manera conseguía que el acondicionamiento se realizara de forma más amena, pues casi siempre me sentía acompañado por algún componente del equipo. Aunque físicamente las sesiones se volvían muy duras: era mucho tiempo de esfuerzo y sacrificio. Pero lo hacía con gusto. En cualquier caso, mi preparación entonces se basaba en sensaciones físicas. Al contrario de lo que pueda parecer, no forzaba el cuerpo. Al tener ya el organismo entrenado, éste me dictaba el camino a seguir. Bastaba con ‘escucharlo’…
Cuando no utilizo los sistemas del triatlón, realizo ‘tiradas’ largas. El volumen semanal que me suele salir oscila entre los 150 y 200 km. A algunos les puede parecer una barbaridad, pero a mí me funciona. Huyo de las ‘series’, ya que es algo que odio. Como contrapartida intento potenciar el tren inferior haciendo bicicleta. También me gusta mucho practicar ‘fitball’, lo cual tonifica y da un punto extra a mis músculos.
Por otra parte, nunca me obsesioné demasiado con la alimentación durante la mayor parte de la temporada. Mi dieta se escapa de los extremos para ir coger un poco lo mejor de cada método. Pero de cara a las competiciones más importantes, pongo en práctica la ‘paleodieta’, que me parece algo increíble. Es el fundamento de mi alimentación en ciertos momentos de la temporada deportiva. Consiste en comer carne, verduras y pescado. Se puede complementar con frutos secos. En ella no caben grandes fuentes de hidratos, como la pasta. Tampoco las legumbres. Y, por descontado, no existen los lácteos. Yo he tomado de ese sistema alimenticio lo que me ha parecido más importante. De esa forma, consumo la carne o el pescado aderezados, en general, con pimienta. Las verduras, hervidas. Y muchos frutos secos. Durante la mayoría de la temporada no tomo pasta. Consumo huevos, pero escapo a las patatas. El aceite de oliva, sin duda. No pruebo en casi todo el año la leche, el chocolate y en general los lácteos. Y algo que es muy importante: el entrenamiento de la mañana lo hago en ayunas. Trato de beber refrescos ‘light’ y sin gas. Lo que sí tomo con placer es un buen café, teniendo en cuenta además que es muy efectivo ingerir un par de tazas antes de la carrera.
 En los entrenamientos no utilizo ningún aporte energético, pero en las carreras sí que es habitual el comer barritas y ‘geles’, que nos dan la fuerza suficiente para poder terminar en las mejores condiciones. La nutrición durante el desarrollo de la competición es una de las cuestiones más importantes.
Al terminar una prueba de ultradistancia lo que sientes en cuanto te detienes —aparte de dolor— es una sensación similar a estar en una nube. Es un momento mágico y emotivo. Llevas muchas horas compitiendo para llegar a ese punto. Y la verdad es que es un momento de éxtasis muy bonito. Tienes el sentimiento de que ha sucedido algo fuera de lo normal. Tardas varios días en asimilar lo que has hecho y el esfuerzo real que te ha supuesto.
Lo más positivo de todo es lo que me llevo de cada competición: la gente que conozco, lo que aprendo y lo que disfruto. Pero me llama la atención la humildad de las personas con las que he convivido en la gran distancia. Me parece un mundo más sano que el de la velocidad, donde casi todo es lucha y ‘piques’. La parte más negativa es el cascarón que se ha formado en torno a estas pruebas largas. Porque por otra parte creo que es un mundo demasiado clásico, que necesita savia nueva y un poco de ‘glamour’. Quizás expandiéndolo un poco consigamos que se profesionalice. Y logremos entonces que un atleta que vaya al mundial de 24 horas no tenga que empeñar su casa para poder pagarse la carrera. Aparte de que he detectado en ciertos ámbitos algo de recelo hacia lo que hacemos. Y algún intento de quitarle valor, aunque lo cierto es que son minorías y no hay que prestarles la menor atención.
Por suerte aun no me he encontrado con ‘muros’. O al menos con ninguno que no pudiera saltar. Creo que lo más difícil de una carrera es luchar contra la soledad o contra la noche. El momento más difícil aparece un poco antes de la mitad de la prueba. Después ya es ir restando… Mi consejo es que si alguien desea correr largas distancias, que al menos lo intente. Querer es poder. El límite está en nuestra cabeza. Yo represento el ejemplo de que se puede conseguir todo lo que uno se proponga. Aunque soy ‘benjamín’: desde luego, la madurez hace al atleta de fondo. De todas formas, siendo joven se puede también ser competitivo. Así que supuniendo que alcance un punto de inflexión en las largas distancias a los 50 años, todavía me quedan 22 para llegar a lo mejor de mi carrera.
Como deportista la ultradistancia me ha aportado experiencia, capacidad de sufrimiento, saber estar, concentración, triunfos —porque no hay perdedores— y satisfacción. Como persona: admiración, valores, humildad, buena salud, energía y anécdotas. Además este deporte ha cambiado totalmente mi existencia. Me encuentro con más fuerza y vitalidad que nunca. Tengo hábitos de vida mucho más saludables. Soy una persona más extrovertida y tolerante. Quizá algún día me pase factura el deporte a este nivel, pero por el momento solo encuentro en el mismo ventajas. Desde que corro soy feliz.

Mi experiencia en las ‘24 Horas Running Race de La Fresneda’
Para mi esta carrera supuso el inicio de todo, ya que nunca antes había hecho tal ‘barbaridad’. La verdad es que no sé bien cuál es el momento en el que alguien —en su sano juicio— se plantea realizar tamaña prueba. Al menos sin haberse enfrentado antes —como era mí caso— ni a una maratón. Cuando digo enfrentarse, quiero decir correr la máxima distancia posible. En este caso eran las 80 millas. La verdad, es un gesto atrevido. Hay que estar muy seguro de que estás preparado, para llegar a una prueba de estas características y decir que vas completar 80 millas. Ni una más ni una menos. Y eso fue exactamente lo que hice: cuadré mis cuentas para que me saliera esa cantidad exacta. No fue ni mucho menos una carrera fácil. Pero significó mi bautismo en el ultrafondo y guardo a las ‘Running Race’ un cariño especial por numerosas razones. La primera de ella —sin duda— haber entablado amistad con mis ‘hermanos’ Carlos (Charli) Jiménez y Demetrio Álvarez. Desde entonces nos hemos ‘asociado’, formando un equipo —el ‘Muescas’—y, más que eso, una familia. La segunda —y no menos importante— haber conocido a José M. García-Millariega, hombre de buen hacer donde los haya y de gran corazón. Uno de los ultrafondistas más grandes que tenemos. Acumula tanta solera, que solo hablando enseña…Aunque muchos más amigos me he llevado de La Fresneda y otros que seguro haré en las próximas ediciones. Si para mí hay una carrera favorita —especial—, esa es sin duda la ‘Running Race de La Fresneda’.
Como anécdota decir que conseguí que muchos componentes del ‘Multideportes Oviedo’ corrieran conmigo unas cuantas millas, dando un toque de color naranja a la prueba. Y también que uno de sus componentes, Héctor, participara en la maratón que se celebra dentro de las ‘Running Race’.
¡Qué mezcla de sensaciones durante toda la semana anterior a las ‘Running’!. ¡Cuántos pequeños quebraderos de cabeza!. Como la nutrición, el transporte, el soporte, la equipación, los avituallamientos, el planteamiento de la competición, el descanso y la duda de sí estaría preparado para un reto de tal magnitud.
Pero poco a poco todo se fue solventando. La nutrición, mientras competía, habría de consistir simplemente en barritas de ‘Isostar’ bien dosificadas. Una vez solucionado el transporte y soporte a cuenta de mi compañero y amigo espartano Héctor— y la equipación —suministrada por ‘Óptica Noresna’—, solo me faltaba pensar en el planteamiento de carrera.
Ya que no cabía la posibilidad de suponer que no estuviera bien preparado, aunque nunca antes hubiera hecho algo parecido. Sabía que desde hacía meses me hallaba al 100%. Entonces solo podía fallar por hacer algo mal durante la prueba. O simplemente por no servir para el ultrafondo…
La verdad es que fue complicado concentrarme para las ‘Running’. La razón es que el día anterior había trabajado 24 horas y solo pude dormir unas cuatro. Me fui corriendo a casa. Me di una ducha, cogí los bártulos y salí pitando para la carrera. Una vez allí —ya rondando las once de la mañana—, por fin pude meter un café con leche para el estómago. Solo faltaba una hora para tomar la salida y aún no había recogido el dorsal. A las 11:15 vendrían mis compañeros del ‘Multideportes Oviedo’, ya que querían participar conmigo en tan noble causa. Allí estaban casi todos. Me gusta verlos en carreras donde compiten con gente mayor que ellos, porque se fijan en todos los detalles y los asimilan. Aprenden continuamente…
Llego a la salida de las ‘Running Race’, en el ‘Club de Campo’. Muchos corredores y corredoras se están colocando los dorsales. Veo a José M. García-Millariega, me acerco a él para saludarlo y decirle que soy el que va a intentar hacer 80 millas. Nada más y nada menos que 80 millas terrestres. Millariega no me ve titubear, por lo que me dice que me va entregar mi número. ¿Qué diablos pensaría cuando me vio?.’¿Pobrecito? .¿Incauto?.¡Este no va a ser capaz de correr esa distancia!’. O tal vez tanta seguridad le hizo pensar que sí lo conseguiría. La verdad es que no lo sé. Algún día se lo preguntaré…
Allí había grandes corredores, auténticos apasionados del ultrafondo. Pero todo esto no me ponía nervioso. Solo estaba concentrado en lo que tenía que hacer. Solo tenía que disfrutar. Hacer lo que me gustaba: correr. Mi planteamiento de carrera iba ser por sensaciones. Si me encontraba con fuerza ‘tiraría’ y si me fallaba la energía caminaría.
Estamos ya en posición. En apenas un minuto le darán fuego al cohete que abrirá tan extraordinaria prueba. ¡Ya está!. Comenzamos a correr. La primera zona es asfalto. Pero, ¡sorpresa!. Aparece un camino de tierra, embarrado. Es la famosa ‘Milla’, siempre como una alfombra y hoy en pésimas condiciones debido al temporal reinante. Me quedo asombrado: el 70% de los 1609 metros es ¡un circuito de ‘cross’ lleno de charcos!. Además comienza a llover. Pero eso no me da miedo. Ha empezado mi reto y no voy dejar que nada lo estropee…
Las primeras vueltas las hago en compañía de los componentes de mi equipo —el ‘Multideportes Oviedo’—, disfrutando del maravilloso entorno y pasándolo bien. Es una fiesta y hay que celebrarlo. Hasta ese momento ni me había preguntado quiénes serían los restantes ultrafondistas. Solo me importaba dar unas vueltas con mi gente, disfrutar y reconocer el trazado de ‘La Milla’. De un lado llevo a ‘míster Toni’ —mi entrenador— y del otro a Héctor, mi ‘suporter’. La verdad es que parecía ¡como si me fueran hacer de lanzadores!. Pero a partir de la séptima milla los únicos componentes del ‘Multideportes’ que continuamos en carrera somos Héctor y yo. Él sólamente quería hacer la distancia de una maratón. Sería la primera en su vida. Yo, al final, me decido a plantear la carrera en tres maratones.
Terminamos los primeros 42 km. sobre una ‘Milla’ pesada y embarrada. Acabo delante de Héctor, con un tiempo de 4h 8’.Ya había tomado un ‘Red Bull’ y una barra energética. Era el momento de estirar un poco y comer un par de pinchos con un café. Al fin y al cabo eran las 4 y media de la tarde y se volvía muy necesario coger fuerzas.
Pasadas las seis horas me pongo con la segunda maratón. Es aquí donde me encuentro más cómodo. Veo que Millariega, armado de pico y maza, empieza a cambiar el trazado de algunas partes de ‘La Milla’, buscando que se pudiera correr por zonas más secas y yo empiezo a conocer a los que iban a ser mis compañeros de aventura: Aitor y Demetrio. Empiezo a hablar con ellos y nos contamos nuestras aventuras. En realidad corremos todos bastante cómodos. Pero la carrera de Aitor Álvarez terminará en el kilómetro 50. Así que ahí empiezo a conocer a otros corredores y corredoras. A hablar con ellos. Me dan muchos ánimos. Poco a poco van pasando los kilómetros a buen ritmo. Se oye por todo el circuito la música y los ánimos de la organización. La verdad, es todo un éxito el evento y me siento muy feliz de estar participando de todo aquello.
Héctor está pendiente de mí en cada vuelta, por si necesito algo. Eso sí que es tener un buen ‘suporter’. Termino la segunda maratón. Para mi sorpresa, he rebajado el tiempo: 3h 50’. ¡Vaya locura!. Alcanzadas las diez y media de la noche ya había corrido 84 km. Las sensaciones eran muy buenas en ese momento. Aún tenía bastante fuerza. Todavía no me había hecho falta luchar contra mí mismo para seguir. Aún estaba tirando de lo físico… Decido que es una buena ocasión para cenar otro pincho y otro café. Y hacer estiramientos otra vez. También descansar un poco. Pero de pronto, con el frío, me empezó a doler mucho toda la pierna izquierda. No era capaz de caminar normalmente. Creo que me había lesionado porque, en ciertos tramos, ‘La Milla’ se inclinaba hacia un lado. ¿Cómo diablos iba a poder correr?. No podía… Así que —cuando eran las doce de la noche, en medio del barro y del agua— decidí que, en lo sucesivo, debería caminar. Aún me faltaban por completar 28 millas —unos 45 km. — y no podía perder ni un segundo.
No me asustaba el no poder correr. Tampoco me preocupaba la lesión padecida. Lo único que me importaba era cumplir mi reto como fuera. Hasta ese momento no me había costado demasiado trabajo. Comía regularmente barras energéticas cada hora y me hidrataba según me lo pedía el cuerpo. Pero ahora tenía que armarme de valor y de paciencia, porque me quedaba toda la noche por delante…
Y así —cojo y torpe— fui caminando, arrastrándome y sufriendo las 28 millas que me quedaban para terminar. Prácticamente estuve solo toda la noche. Aunque había algún corredor de los de relevos, apenas tenía con quien charlar. A quien mostrarle una sonrisa y animarlo. A las 4:30 de la madrugada los corredores cerca del río nos enterrábamos hasta la rodilla. Millariega, con pico, maza y estacas, volvió a desviar el circuito unos metros por una zona de campo a través, que hubo que medir antes para que la distancia no sufriera alteraciones. Toda una odisea para el organizador y para nosotros. Desapareció el tramo ‘malo’, pero la parte de campo a través estaba todavía sin pisar. Mi velocidad era la del caracol. Tardaba en hacer algunas millas hasta 22 minutos. No paraba de echar cuentas para ver si podría descansar al menos un rato. Tenía miedo de parar y que mi cuerpo no quisiera arrancar. Por fin al llegar las 5 de la mañana, hago mis cálculos y compruebo que puedo parar una hora, darme una ducha, comer algo y tirarme en una colchoneta. A las 6:20 debería arrancar otra vez. En otro caso no completaría las 80 millas dentro del tiempo ni de broma.
En ese momento me doy cuenta de que mis pies son una ampolla gigante. Tanto me dolía la pierna que no me había dado ni de cuenta de cómo tenía los pies. Pero ya era muy tarde para abandonar…Además esa es una palabra que no estba en mi diccionario. Me echo otra vez al camino. Cada vez me cuesta un poco más avanzar. Pero es todo físico, porque mentalmente estoy bien y ya sé que nada va impedir que consiga mi récord. Con las primeras luces del amanecer empiezan otra vez a llegar corredores a ‘La Milla’ y a animarse la prueba de nuevo. Se vuelven a escuchar los ánimos de los participantes y organizadores. He estado toda la noche compitiendo. Ahora a cada vuelta que doy el público me jalea. Los demás corredores también lo hacen. Todo el mundo se vuelca conmigo. Estoy cojeando sensiblemente. No sé si sienten admiración o pena…
Son las 11 de la mañana del segundo día y al fin se anuncia mi última vuelta. Estoy a un paso de conseguirlo. A un pequeño trecho de ser un ultrafondista, de haber conseguido lo que quería. De demostrar que no hay límites y que los ‘muros’ somos nosotros los que los ponemos. Y allí estaba ahora: a una hora escasa de poder dar mil gracias a todas esas personas que me ayudaron día tras día: entrenador, amigos, familia, compañeros de Facebook gente que hasta ni me conoce, patrocinadores…Estoy a punto de ver cumplido mi sueño. Última milla: es la vuelta de honor, tan deliciosa como un caramelo. Porque tuve la sensación de que había hecho las cosas como hay que hacerlas —serenamente y planificando— y ahora recibía la recompensa por mi trabajo. Llego a la meta y me abrazo a mis amigos, que me ayudaron en todo momento. Personas que recordaré siempre…Tras 23h 15’ compitiendo, 130 km. recorridos, unas 11.963 calorías consumidas y una media de pulsaciones de 143 al minuto, puedo decir que soy ultrafondista.
Lo que más me impresionó es que mucha gente calificó lo que había hecho de heroico. Y que todos quisieran fotografiarse conmigo. Nunca me había enfrentado antes a algo así y esa situación me sobrepasó un poco. Pero lo que realmente importa es que lo habíamos conseguido. Y que se logró que todo fuera una fiesta. Quiero dar las gracias al ‘Club de Campo’ y a José M. García-Millariega por la excelente organización, que fue sin duda la mejor que he visto hasta la fecha. A las mujeres de ‘Correconnosotras’, que me parece admirable lo que hacen. Así como al equipo de ‘Xente Corredeira’. También a Lorena, del club ‘Llanera 2007’, pues gracias a ella empecé en las carreras y terminé mi primera media maratón, ya que me permitió ir a su lado. A mi entrenador Toni Sánchez, Héctor, Lucía y todo el equipo de ‘Multideportes Oviedo’. A mis compañeros de trabajo, amigos, patrocinadores, visitantes de la página ‘slooping.net’, mi hermana y mi familia. Y a José M. García-Millariega le dedico un abrazo grandísimo. ¡Esta victoria es de todas y todos!.

LAS MUJERES DE 'CORRECONNOSOTRAS' EN LAS '24 HORAS DE LA FRESNEDA RUNNING RACE 2010'

Las mujeres de ‘Correconnosotras’ en las ‘24 Horas de La Fresneda Running Race 2010’


Por fin ha llegado el momento de poder dedicar unas líneas a este entusiasta grupo de mujeres (Millariega), como se decía antes en las cartas que llegaban de Cuba. ‘Al recibo de esta, espero la tuya’. Sólo que la vuestra ya ha llegado hace días. Habéis escrito cosas tan maravillosas de nosotros y de nuestras 24 horas que me ha costado trabajo —he de serte sincero— encontrar un momento de esa sublime inspiración que ya, en cada vez menos ocasiones, se digna llamar a mi puerta, para expresaros lo que siento, lo que sentimos los que hemos compartido en La Fresneda (Asturias) esas jornadas lúdico-deportivas con vosotras, especialmente contigo, Carmen Remon. Porque, para estar a vuestra altura —y volviendo a la carta de Cuba— no podía despacharme con un ‘espero que estés bien; yo, gracias a Dios, también’. Había que intentar utilizar vuestro lenguaje, coloquial y lleno de calidez. Había que captar vuestra filosofía de vida y hablar con vosotras sin circunloquios, que es como lo hacéis. Porque cuando escribís, parece que el sentimiento se antepone a la palabra. Que se percibe lo que queréis decir unas décimas de segundo antes de que la vista se deslice sobre el texto. Habláis de cosas sencillas, expresáis emociones, os conformáis con poco: con ser felices corriendo a vuestro ritmo, con vuestro grupo, en sintonía con vuestro cuerpo y con en el entorno…
Los primeros filósofos griegos se preocuparon precisamente de buscar ese principio o razón que explicara la realidad y que vosotras parece que habéis hallado, casi sin querer, con sólo lanzaros a la calle con unas deportivas y un chándal. Ya veis lo difícil que le resulta vivir a mucha gente y lo fácil que lo hacéis vosotras…
En La Fresneda habéis dejado patentes todos esos valores de amistad, solidaridad y compromiso compartido que nuestras ‘24 Running Race’ llevan como santo y seña ya por todo el mundo. Por eso quiero deciros que ya sois parte de nuestro proyecto, de nuestra prueba. Sois, en definitiva, ‘unas de las nuestras’ y sólo espero que lo de ese año 2010 —como en la película ‘Casablanca’— solo sea el comienzo de una gran amistad. Deseo que no cambies nunca, a pesar de que tengáis momentos difíciles, como los que también describió José Agustín Goytisolo en ‘Palabras para Julia’. (Millariega).