ULTRAFONDO

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martes, 10 de enero de 2012

OTA BENGA: LA HISTORIA DE UN PIGMEO EXHIBIDO EN UN ZOO (Fragmento de 'Historias de la Maratón, los 100 km. y otras largas distancias'

OTA BENGA: LA HISTORIA DE UN PIGMEO EXHIBIDO EN UN ZOO


Uno de los aspectos históricos más fascinantes sobre la influencia negativa de la teoría de la evolución en las relaciones humanas es la historia personal de Ota Benga, un ‘pigmeo’ que fue exhibido en un zoo americano como un ejemplo de raza inferior desde la perspectiva evolutiva. El incidente revela claramente el racismo de la teoría de la evolución y hasta qué grado pudo provocar estados aberrantes en el corazón y mente de científicos y periodistas de finales del siglo XIX.
Como humanos que vivimos fuera de esa época de la historia, podemos mirar más objetivamente los horrores pasados que la teoría evolutiva produjo en la sociedad, de la cual esta historia es un ejemplo conmovedor. Las diferencias genéticas son imperativas a la teoría de la evolución natural, puesto que ellas son las únicas fuerzas innovadoras interviniendo en el avance evolutivo. La tradición y la historia han agrupado, a menudo con trágicas consecuencias, los fenotipos que son el resultado de variaciones genotípicas en categorías ahora llamadas razas. Las razas funcionan como unidades de selección evolutiva que son de tan gran importancia que el libro clásico de Darwin ‘El Origen de las Especies’ (1859) llevaba como subtítulo ‘conservación de las razas superiores’. Esta obra era crítica al establecer la importancia de la idea de una raza más adaptada y, especialmente, la supervivencia del más adaptado. Había una pregunta que la gente se hacía en los comienzos del siglo XX: ‘¿Quién era y quién no era humano?’. Fue una gran cuestión que llegó con el cambio de siglo a Europa y América... Los europeos se estuvieron preguntando y respondiendo sobre los ‘pigmeos’, a menudo influidos por las interpretaciones darwinistas de aquella época. De esta manera los interrogantes no sólo abarcaban a quién era humano, sino a quién era ‘más’ humano y, finalmente, a quién era ‘el más’ humano. (Bradford and Brume, 1992, p. 29).
El racismo que la evolución produjo cristalizó en la creencia de que algunas razas serían inferiores y más cercanas evolutivamente a los primates más bajos. Incluida la extendida visión de que los negros habían evolucionado a partir de los más fuertes pero menos inteligentes gorilas y que los orientales procedían de los orangutanes, mientras que los blancos venían de los primates más inteligentes: los chimpancés (Crookshank, 1924). La creencia de que los negros estaban menos evolucionados que los blancos y, como muchos evolucionistas de aquél tiempo concluyeron, deberían eventualmente extinguirse, es un capítulo serio de nuestra historia cultural occidental moderna. Los frutos nefastos del evolucionismo, desde el concepto de la superioridad racial de los ‘nazis’ hasta la utilización de esa creencia en políticas gubernativas de desarrollo, se encuentran bien documentados. (Bergman, 1992, 1993a).
Este asunto del evolucionismo fue especialmente grave en los comienzos del siglo XX en América. Algunos científicos sintieron que la solución era permitir operar a la selección natural de Darwin sin interferir en ella, según las palabras de Bradford y Blume: ‘Darwin fue interpretado como si hubiera señalado que cuando se abandona a uno mismo, la selección natural se encarga de extinguirlo. Sin la esclavitud para protegerlos —así se pensaba— los negros habrían de competir por la supervivencia con la raza caucásica. Los blancos eran los mejor adaptados para esta competencia, según se creía sin ningún tipo de duda. La desaparición de los negros como raza, entonces, sería cuestión de tiempo.’ (1992 p. 40).
Cada nuevo censo americano, sin embargo, mostraba que la predicción de Darwin estaba equivocada porque la población no mostraba signos de disminución: por el contrario, crecía... No contento con esperar a que la selección natural llevara a cabo su trabajo, un senador americano incluso intentó convencer —o forzar— a los negros a que regresaran a África (Bradford and Blume, 1992, p. 41). Una de las incidencias más destacables en la historia de la evolución y el racismo es la aventura del hombre que fue exhibido en un zoo (Brix, 1992). Traído del Congo Belga en 1904 por el famoso explorador Samuel Phillips Verter, fue presentado al director del zoo de ‘Bronx’, William Hornaday (Sifakis, 1984, p. 253). El hombre, un ‘pigmeo’ llamado Ota Benga (o ‘Bi’ que significa ‘amigo’ en la lengua ‘Benga’), había nacido en 1881 en África. Cuando se le instaló en el zoo sólo tenía 23 años, medía 4 pies 11 pulgadas de altura y apenas pesaba 103 libras. A menudo se decía de él que era ‘un muchacho’, aunque en realidad estuvo casado dos veces. Su primera mujer fue asesinada por una mal llamada ‘fuerza pública’ de blancos —creada ex profeso por los belgas— y su segunda esposa murió de la mordedura de una serpiente venenosa. (Bridges, 1974).
Ota Benga fue primeramente mostrado en la sección de antropología de la ‘Feria Mundial’ de St. Louis de 1904, junto a otros ‘pigmeos’ como ‘salvajes emblemáticos’, pertenecientes a ‘pueblos raros’. La dirección de esta exhibición estaba a cargo de WJ. McGree del departamento de antropología de St Louis. Los deseos de McGree para tal exhibición eran los de ‘ser muy científicos en la demostración de las etapas humanas de la evolución’. De esta forma buscó los ‘negros más oscuros’ para que contrastasen frente a los ‘blancos dominantes’, así como a los miembros de las ‘más bajas culturas conocidas’ para que contrastasen con su ‘más alta culminación’ (Bradford and Blume, 1992, pp. 94-95). La exhibición fue extremadamente popular y ‘atrajo una considerable atención’. (Verner, 1906a, p. 471).
Los ‘pigmeos’ fueron seleccionados porque ellos centraban mucho la atención como ejemplo de raza primitiva. En un artículo en ‘Scientific American’ se hablaba de ‘la apariencia personal, características y trato de los ‘pigmeos’ del Congo...’, concluyendo que ‘…son pequeños, con aspecto de mono, criaturas menudas, furtivas y traviesas, muy similares a los enanitos y duendes de nuestros cuentos’. Se continua diciendo de ellos en ‘Scientific American’ que ‘…viven entre la espesura de los bosques —en absoluto salvajismo— y mientras muestran muchas características de mono en sus cuerpos, poseen una cierta actitud despierta, lo que les hace que parezcan más inteligentes que otros negros.’ (Keane, 1907, pp. 107-108).
Mientras los ‘pigmeos’ permanecieron en América, fueron estudiados por varios científicos, que intentaban buscar respuestas a cuestiones tales como: ‘¿qué relación puede haber en los test de inteligencia entre las razas bárbaras y los caucásicos defectuosos?.’ O bien: ‘¿con qué rapidez pueden responder al dolor?’. (Bradford and Blume, 1992, pp. 113, 114). Los antropometristas y psicometristas llegaron a la conclusión de que sus test de inteligencia probaban que los pigmeos ‘se comportaban de la misma forma que las personas mentalmente deficientes, cometiendo muchos errores estúpidos y tardando mucho tiempo en ejecutar las pruebas más simples’ (Bradford and Blume, 1992, p. 121). Los ‘pigmeos’ ni siquiera hacían las cosas bien en los deportes competitivos. En palabras de Bradford y Blume, ‘los registros desastrosos que lograban los salvajes ignorantes eran tan deficientes que nunca antes en la historia del deporte mundial se habían registrado marcas tan malas’. (1992, p.122). Irónicamente, el profesor Franz Boas, de la Universidad de Columbia (New York), un judío que fue uno de los primeros antropólogos en oponerse al racismo del darwinismo y que pasó toda su vida combatiendo al ahora famoso ‘movimiento eugénico’, prestó su nombre a la exhibición de la ‘Feria de St Louis’. (Bradford and Blume, 1992, p. 113). Los antropólogos entonces medían no sólo a los humanos vivos, sino también en algún caso a ‘cabezas primitivas’ que habían sido separadas del cuerpo y hervidas hasta obtener el cráneo. Creyendo que el tamaño del mismo era un indicativo de la inteligencia, los científicos se quedaron sorprendidos de que la caja ósea de esas ‘cabezas primitivas’ fuera mayor que la que había pertenecido a Daniel Webster’ (Bradford and Blume, 1992, p. 16).
Un editor de ‘Scientific American’ dijo de la ‘Feria Mundial’ que ‘…de las tribus nativas que se ven en la exposición, las más primitivas son los ‘negritos’, individuos pequeños de distintos tipos de negro...’. Y continuaba asegurando que ‘…nada les hace a ellos más felices que mostrar su habilidad de derribar una moneda de cinco centavos colgada de la rama de un árbol a una distancia de 15 pasos; …también están la villa de los cortadores de cabezas ‘igorotes’, una raza que generalmente es superior a los ‘negritos’ y un refinado tipo de bárbaros agricultores’. (Munn, 1904, p. 64). La misma fuente se refería a los ‘pigmeos’ como ‘pequeña gente negra con aspecto de mono’ y teorizaba sobre el hecho de que, en la evolución, ‘…los simios antropoides fueron seguidos pronto por las formas más primitivas de humanidad que llegaron al Continente Negro y éstos, a su vez, debido a la presión de tribus superiores, fueron gradualmente forzadas a refugiares en las selvas. El tipo humano, con toda la probabilidad, surgió de los simios del sudeste de Asia, posiblemente de la India. Los tipos de mayor grado forzaron a los negros a abandonar el continente en dirección este: a través de las islas fueron llegando hasta Australia y hasta África. Incluso hoy, los negros con aspecto de simio que se hallan en los bosques más espesos, son sin duda descendientes de estos tipos primarios de hombres, que probablemente son muy parecidos a sus ascendentes simios... Estos tienen muy a menudo un color ‘marrón-amarillento oscuro’ y están cubiertos de un vello muy fino’. (Munn, 1905, p. 107).
Cuando se les exhibió, los ‘pigmeos’ fueron tratados de una forma que contrastaba completamente a como fueron tratados los blancos que llegaron a África. Cuando Verter visitó al rey africano, éste se presentó con canciones y regalos, alimentos y vino de palma. (y llegó transportado —sin ningún tipo de agresividad— en una hamaca. ¿Cómo fue tratado el ‘batwa’ (Ota Benga) en St. Louis?: con mofa y miradas burlescas; la gente venía a tomar una foto y huía de allí, como si hubiera venido a combatir contra los ‘pigmeos’… Verter se había comprometido a devolver a estos africanos sanos a su Continente. Pero, a menudo, hubo hasta refriegas sólo para lograr que estos ‘batwa’ no fueran partidos a trozos en la propia Feria. Repetidamente, el gentío venía agitado y enfadado; los empujones y codazos se producían de una manera brutal. Cada vez, Ota y Batwa —parece que la fuente se refiere a dos ‘pigmeos’ distintos— eran extraídos con mucha dificultad. Frecuentemente la policía tuvo que intervenir. (Bradford and Blume, 1992, pp.118-119).
¿Cómo llegó Ota Benga a los Estados Unidos?. Ota fue el superviviente de una masacre perpetrada por la llamada ‘fuerza pública’, un grupo de matones que trabajaban para el gobierno belga, destinados a extraer tributos (en otras palabras, a robarles, incluyendo materiales de labores) a los nativos africanos en el Congo Belga. La historia es como sigue: Ota salió a cazar y tuvo la fortuna de matar a un elefante, por lo que volvía con la buena noticia al poblado. Trágicamente, el campamento que Ota había dejado ya no existía. Lo que Ota vio al llegar era diferente de todo lo que habían visto nunca sus ojos (Bradford and Blume, 1992, p. 104). En pocas palabras: su mujer e hijos habían sido asesinados y sus cuerpos yacían por el suelo mutilados, en una campaña de terror dirigida por el gobierno belga contra los ‘nativos en estado inferior de evolución’. Ota mismo fue posteriormente capturado, traído al pueblo y vendido como esclavo. En ese tiempo, Verter estaba buscando varios ‘pigmeos’ para exhibirlos en la exposición de Louisiana y se encontró con Ota en el mercado de esclavos. Verter dobló hacia abajo a Ota, separándole los labios, para examinar sus dientes. Y se alegró, pues éstos probaban que el hombrecito era uno de los que le servían para llevar a la Feria de Louisiana. A cambio de sal y ropa lo compró ‘para la libertad, el darwinismo y occidente’. (Bradford and Blume, 1992, p. 106). El mundo de Ota fue hecho añicos por los blancos y sin embargo él no sabía si el hombre blanco que ahora era su dueño ocultaría las mismas intenciones respecto a él. Pero no tenía ninguna opción para elegir: solo ir con su dueño. (Bradford and Blume, 1992, p. 110). Tras la Feria, Verter llevó a Ota y al resto de pigmeos de vuelta a África —casi inmediatamente—. Ota se volvió a casar, pero su segunda mujer murió pronto (víctima de una mordedura de serpiente). Ahora él no pertenecía a ninguna familia o clan pues todos habían sido asesinados o vendidos como esclavos. El resto del pueblo le hacía el vacío, insultándole y diciéndole que él había elegido abandonarles e ir a la tierra del hombre blanco. Los hombres blancos eran tanto admirados como temidos y se les miraba con cierta desconfianza: ellos podían hacer cosas como grabar la voz humana en fonógrafos, unas máquinas que los pigmeos creían que robaba el alma fuera del cuerpo, permitiendo al cuerpo escuchar a su alma hablando (Verner, 1906b).
Después que Verter recogió sus artefactos para distribuirlos entre los museos, decidió llevar nuevamente a Ota a América (a pesar que Verter afirmó que fue una idea de Ota) sólo para una visita. De vuelta a América, Verter vendió sus animales africanos a diversos zoos, sus baúles —repletos de objetos— que traía de África y también buscó un lugar para enviar a Ota Benga. Cuando presentó a Ota a Hornaday, director del ‘Bronx Zoological Gardens’, la intención de Hornaday era claramente exhibir a Ota. Hornaday ‘mantenía la visión jerárquica de las razas...los animales de cerebros grandes eran para él lo mismo que los nórdicos para Grant: lo mejor que la evolución podía ofrecer’. (Bradford and Blume, 1992, p. 176). Éste creyente en la teoría darwiniana también llegó a afirmar que ‘existía una gran analogía entre los salvajes africanos y los monos’ (New York Times, Sept. 11, 1906, p. 2). Y también Verter estaba atravesando un momento de graves problemas monetarios por lo que difícilmente podía tener a su cuidado a Ota. Al principio Ota era libre para estar alrededor del zoo, ayudando con el cuidado de los animales, pero esta situación pronto sufrió un dramático cambio. Hornaday y otros directivos del zoo tenían la intención de llevar a cabo uno de sus lejanos sueños, en el que un hombre como Ota jugaba un papel estelar...Estaban preparando una estudiada trampa, hecha de darwinismo y barnumismo: de puro y simple racismo. Al fin y al cabo era un ‘pigmeo’ infeliz, una presa muy fácil. (Bradford and Blume, 1992, p. 174).
Ota fue animado a pasar tanto tiempo como quisiera dentro de la jaula de los monos. Incluso le dieron un arco y unas flechas y le animaban a que hiciera demostraciones delante del público: en realidad él era parte dela exhibición. Ota pronto fue encerrado dentro de su receptáculo, en el interior de la jaula de los monos. ‘…La gente se arremolinaba junto a él’. (Bradford and Blume, 1992, p. 180). Mientras tanto, la publicidad —que comenzó el 9 de setiembre en el ‘New York Times’— afirmaba sucintamente que ‘el hombre de los árboles comparte una jaula con los monos del “Bronx Park”…’. Sin embargo el director, Dr. Hornaday, insistió en que únicamente estaba ofreciendo ‘una exhibición intrigante’ para la edificación del público, ya que, al parecer él no apreciaba una gran diferencia entre las bestias y el hombrecito negro. Aunque a continuación dio a Ota la categoría de ‘humano’ al afirmar que ‘…además por primera vez en un zoo americano, un ser humano era exhibido en una jaula.’ (Sifakis, 1984, p. 253).
Un artículo contemporáneo mantenía que Ota era ‘no mucho más alto que un orangután...; sus cabezas son muy similares y ambos sonríen de la misma manera cuando están contentos’. (Bradford and Blume, 1992, p.181). Ota Benga también llegó de África con un pequeño chimpancé que Mr. Verter depositó en la misma colección de monos en la ‘Casa de los Primates’. (Hornaday, 1906, p. 302).
El entusiasmo de Hornaday por su nuevo primate quedó reflejado en un artículo que escribió que comenzaba así: ‘El nueve de septiembre un genuino ‘pigmeo’ africano, perteneciente a la subraza comúnmente llamada ‘los enanos...’. Ota Benga —continuaba— es un hombrecito bien desarrollado, con una buena cabeza, ojos brillantes y semblante feliz; no es peludo ni velludo como habían descrito algunos exploradores...’
Los factores que hicieron a Verter traer a Ota a los Estados Unidos fueron muy complejos, pero él estuvo evidentemente muy influido por las teorías de Charles Darwin, las cuales, como fueron desarrolladas, afirmaban que la humanidad acabaría paulatinamente dividiéndose en razas artificiosas (Rymer, 1992, p. 3). Darwin también creía que los negros pertenecían a una ‘raza inferior’ (Verter, 1908a, p. 10717). A pesar de que el racismo biológico no comenzó con el darwinismo, Darwin sí hizo más que cualquier otro hombre por popularizar estas ideas entre las masas. Porque ya en 1699 el médico inglés Edward Tyson había estudiado un esqueleto que él creía que era de un ‘pigmeo’, llegando a la conclusión de que se trataba de una ‘raza de monos’. Sin embargo después se ha descubierto que en realidad lo que había auscultado era el esqueleto de un chimpancé. (Bradford and Blume, 1992, p. 20).

En la época de Verter, la mayoría de científicos aceptaban lo que Darwin había mostrado: que ‘…el hombre desciende del mono, sospechándose que unas razas descienden más lejanamente que otras... [y que] algunas razas, en concreto las blancas, habían abandonado a los monos mucho antes que otras, especialmente los ‘pigmeos’, que aún casi no habían madurado como humanos’. (Bradford and Blume, 1992, p. 20). Muchos eruditos estaban de acuerdo con Sir Harry Johnson, un especialista en los ‘pigmeos’, que mantenía que éstos tenían ‘una apariencia de mono y una piel horripilante; la longitud de sus brazos, la fuerza de sus potentes torsos, su modo de caminar furtivo: todo apuntaba a esta gente como representantes del hombre en una de sus más primitivas formas’. (Keane 1907, p. 99). Uno de los más extensos trabajos sobre los ‘pigmeos’ concluía que ellos eran ‘de las más extrañas pequeñas monstruosidades’ y su bajo desarrollo mental quedaba claro por los siguientes hechos: no preocuparse por el tiempo, no tener registros o tradiciones del pasado, no serles conocida religión alguna, no tener fetiches, no intentar conocer el futuro por medios ocultos...; en pocas palabras, ellos eran ...el más cercano eslabón con el extinto mono antropoide darwiniano. (Burrows, 1905, pp. 172, 182).
Los pigmeos, en realidad, eran un grupo experto en muchos aspectos y con gran talento en otros, ágiles físicamente, rápidos, hábiles, además de cazadores superiores; pero los darwinistas estuvieron ciegos en su estudio objetivo (Johnston, 1902a; 1902b; Lloyd, 1899). En un excelente estudio moderno realizado por Turnbull (1968) se muestra a los pigmeos de una forma muy diferente y se demuestra lo absurda que era aquella visión de la evolución.
Luego de la exhibición de New York (1906) (Fuente: Marcelo Pisarro.Antropólogo.Universidad de Buenos Aires.República Argentina), Ota Benga fue a parar a un orfanato. En 1910 lo llevaron a la ciudad de Lynchburg, en Virginia, donde lo vistieron al uso occidental, le taparon sus dientes afilados y lo pusieron a trabajar en una compañía de tabaco. Sus compañeros lo llamaban ‘Bingo’ y le pedían que contara historias a cambio de ‘sándwiches’ y cerveza. El 20 de marzo de 1916, Ota Benga preparó un fuego ceremonial, rompió las fundas de sus dientes afilados, bailó una danza y se voló el pecho de un tiro. Tenía 32 años. En su certificado de defunción lo anotaron como ‘Otto Bingo’. (Millariega).
JESÚS ANTONIO PASTRANA LOZANO
Gijón (Principado de Asturias)


Nací en Valdearcos (León), de donde procede casi toda mi familia, aunque siempre he vivido en Gijón, ciudad que se convirtió en mi pueblo. Soy empleado de Cajastur. Estudié Derecho en Oviedo y en la UNED. Después ya me preparé específicamente para opositar al mercado laboral en materias como la economía, la informática o el inglés. A mis 46 años, pertenezco al ‘Club Deportivo Esbardu’, de Gijón. Estoy casado y tenemos una hija de 15 años, a la que inculco el amor al deporte y a la vida activa. Quiero aprovechar esta ocasión para mostrar mi agradecimiento y cariño a ambas, Carmen y Paula —mi mujer y mi hija—, por haber soportado tanto tiempo los entrenamientos, las competiciones, las idas y venidas y los comentarios —a veces insanos— que el ultrafondo suscita. Ellas quizás no lo sepan, pero su apoyo incondicional ha sido muy importante a la hora de poder estar presente en las largas distancias.
Empecé a correr al cumplir 30 años, justo uno después del nacimiento de mi hija, en 1994, tras haber jugado al fútbol en la adolescencia y con algo de sobrepeso. Desde luego, había perdido la forma. Pero el comenzar a hacer ‘running’ cambió mi existencia. Supuso, enseguida, una forma distinta de entender y disfrutar la vida. De deleitarme en mi ciudad, Gijón, viendo a primera hora despertar y ponerse en marcha a mis vecinos y llegar después al lado del mar, por recorridos tan genuinos como ‘La Providencia, La Ñora o La Campa de Torres’.
Sin embargo, la atracción por la competición me llegó tarde. Tras dejar atrás muchos miles de kilómetros por el simple placer de correr, no fue hasta la subida a ‘L’Angliru’ (Riosa, Asturias, 2002) cuando realmente comprobé que se podía disfrutar participando en pruebas con la compañía de otros corredores y corredoras (hasta entonces, casi siempre entrenaba en solitario). A partir de ahí, comencé a tomarle el gusto a la participación en carreras populares —mi mejor tiempo en los 10 km. fue de 36’— hasta que, en el 2004 corrí mi primera media maratón, la ‘Ruta de la Reconquista’, entre Cangas de Onís y la Basílica de Covadonga (Asturias) (1h 19’). Después ya fui entrando en el mundo de la maratón, tomando la alternativa en una clásica, la de San Sebastián. Así, atrapado por los 42 kilómetros, seguí entrenando con método y en la ‘Maratón del Nalón’ del 2006 ese esfuerzo dio sus frutos, ya que logré el subcampeonato absoluto de Asturias y el primer puesto en mi categoría (2h 46’). Y, como no, di el paso siguiente: debuté en los 100 km de Sta. Cruz de Bezana (Cantabria), con una marca de 9h 04’ (18 puesto absoluto, 15 nacional y 5º en la categoría por edad). No obstante, deseaba conocer un poco mejor las alegrías y tristezas del mundo del ultrafondo, por lo que, en el 2008, me enfrenté a la temida ‘Spartathlon’, en Grecia, con sus 246 km. ‘non stop’. No me acompañó la suerte y fue la única carrera en la que me tuve que retirar, aunque —con la experiencia obtenida— guardo un nuevo intento en la recámara para el año 2011.
La decisión de sumergirme en el mundo del ultrafondo vino dada por la necesidad de explorar otro aspecto del correr. Y encontré entre los competidores de estas distancias un nivel solidaridad que solo había conocido en la maratón. Sin embargo, los solitarios entrenamientos —de tantas horas y horas— hacen que la mente pase de momentos de euforia a otros de depresión, pues los pensamientos vienen y van continuamente. No obstante, eso consigue que te conozcas mejor a ti mismo y a los demás, porque, al ponerte en su lugar, te haces cargo de las ideas que también rondarán por su cabeza. Unas elucubraciones que son mucho más profundas e inquietantes el propio día que tomas la salida en la prueba. Ahí la mente trabaja fuerte: o te ayuda a seguir o te echa de la carrera.
Afronté mis primeros 100 km. sin miedo, aunque sí con una cierta dosis de curiosidad y mucha cautela, ya que es una prueba que, por sí sola, se encarga de ponerte en tu sitio. Hasta el paso por la distancia de la maratón no me di cuenta de lo que suponía esa competición. Todas las carreras tienen una parte que hay que llegar a conocer y dominar. Después de los 42 kilómetros cometí el error de perderle el respeto. Y a éstas tan extremas, como la de los ‘Cien’, hay que acudir con una buena dosis de honestidad y humildad, cualidades que no se deben perder en ningún momento. De todas formas, el hormigueo en el estómago un par de días antes no te lo quita nadie…
En cuanto a mi entrenamiento, en los 3 meses anteriores llegué hasta los 230, 180 y 150 kilómetros semanales. Alternando con periodos de recuperación. Un mes antes de la fecha de los 100 km. de Cantabria hice 70 kilómetros por las inmediaciones de Gijón, en un tiempo de 5 horas y 15 minutos. Aunque algunos untrafondistas, como el gran campeón brasileño Valmir Numes, me aconsejaron realizar menos kilómetros, pero aumentando su intensidad —con series incluidas— y más gimnasio, para adquirir la fuerza que se necesita en los últimos 50 km.
El acondicionamiento que yo realicé estuvo sujeto a un calendario equilibrado, combinando tiradas largas y suaves con otras más cortas e intensas. Con frecuentes cambios de ritmo y series. Algo fundamental para mí fue el trabajo de gimnasio —como había vaticinado Nunes— que me permitió ganar una fuerza que después fui capaz de transmitir a la carrera a pie. Claro, todo esto tiene el inconveniente de la gran cantidad de horas de trabajo, de la soledad que sufres y de los pensamientos negativos que te abordan. Las largas jornadas de entrenamiento te llevan a que, con frecuencia, te replantees muchos aspectos de tu vida.
En cuanto a la nutrición, lo ideal es comer todo tipo de alimentos, pero vigilando que los componentes que se ingieren estén compensados. El corredor necesita hidratos, proteínas, grasas, vitaminas y minerales. En mi caso, consumí mucha fruta. (No tanto verduras, porque no me sientan muy bien). También abundante carne y pescado, dos o tres veces por semana. En el hecho de que se logre este equilibrio culinario juega un papel muy importante la familia. En mi caso fue fundamental la colaboración de mi esposa.
Consumí bebidas ricas en electrolitos, pero rebajaba su contenido bebiendo grandes cantidades de agua mineral embotellada sin gas, que para mí fue fundamental. Al terminar las sesiones de entrenamiento, algo que me sentaba muy bien era un vaso de leche con cacao. De todas formas, no tengo un gran hábito de beber y, en la mayoría de las ocasiones, hasta se me olvida el agua. Así que fue corriente que me enfrentase a sesiones largas de entrenamiento sin líquido, simplemente porque se me había olvidado. O bien porque, tras beber, me descuidaba y no rellenaba la botella…
Ahora bien: tras haber competido en los 100 km., mi convencimiento es absoluto de que el uso de ‘geles’ y barras energéticas es del todo favorecedor para mantener en buen estado los tejidos y obtener un óptimo rendimiento del esfuerzo. Porque yo fui a Santa Cruz de Bezana con agua y poco más… En la prueba comí y bebí lo que pude en los puestos de avituallamiento: agua, plátano, chocolate, frutos secos, manzana, naranja… Pero hay que reconocer que el consumo de barras y ‘geles’ te proporciona una energía poderosa, cómoda y rápida. Y, además, efectiva a la hora de restablecer un equilibrio muscular.
Por otra parte, admito que, cuando terminé los 100 km., estaba enfadado. Fue tan duro el recorrido que me dije que no volvería a correrlo jamás. Pero, a los diez minutos, ya me encontraba eufórico, disfrutando del reto personal de haberlo conseguido y pensando en la próxima competición.
Los 100 kilómetros son algo distinto. Todos estamos allí, en una lucha despiadada contra el asfalto. Peleando, sobre todo, contra ti mismo, cuando la mente te dice déjalo y tú deber seguir. Es más, tienes que seguir, porque hay que hacer lo contrario de lo que te dicta el subconsciente en esos casos. Si me manda parar, continuo…La carrera de los 100 km. tiene un antes y un después del kilómetro 60. A partir de ahí la cosa se pone muy seria. Hay que ir abandonando los primigenios sentimientos de euforia —si es que existieron— y concentrarse más que nunca en lo que haces y cómo debes llevarlo a cabo. En ese punto kilométrico (60), la carrera te presenta sus credenciales. Ahora ya va a ser decisivo un cuerpo muy adaptado al sufrimiento y una mente austera, que sea capaz de ir desechando los pensamientos negativos —‘¡déjalo ya!’—, que vienen y van…
El aprendizaje que obtienes de los 100 kilómetros es inmenso, sobre todo si terminas la prueba. Te ayuda a conocer tus límites físicos y quizás te indique que todavía puedes ir un paso más allá. Aprendes como reacciona tu cuerpo ante la sed, el hambre, el esfuerzo, el sufrimiento. Ese conocimiento te ayudará a tener una mejor autopercepción de tí mismo, para futuros retos y para tus relaciones con los demás.
Cuando haces el anuncio de que vas a correr 100 km., tu entorno familiar y los amigos, primero se asustan, luego intentan asimilarlo, comprenderlo. Mi familia siempre ha estado conmigo. Y los corredores sanos admiran tu gesta y se interesan por las peculiaridades de la misma. Después están los de las críticas laceradas —los de la viga en el ojo ajeno, que casi siempre debieran verla en el suyo—, que nunca valoran ese sacrificio, no lo entienden en absoluto…, ¡ni nunca lo entenderán …! Porque, ¿cómo explicarles el ambiente de compañerismo que se vive en una prueba de 100 km?. ¿Cómo hacerles partícipes de las sensaciones y emociones que se sienten, como en una de mis últimas competiciones, la ‘Tilenus Xtreme’, en La Cabrera (León), un ‘ultra-trail’ de montaña que conjuga la larga distancia ultra y los desniveles: en este caso, 4000 metros, tanto positivo como negativo…?. No se puede: tendrían que vivirlo. Por eso yo animo a todo aquel o aquella que desee intentarlo a que lo haga. Entrará en un mundo distinto, de culto al cuerpo, de respeto a la vida sana —el ‘ultrarunner’ es un tipo singular, sin duda—. Adquirirán aprendizajes de sí mismos y de los demás, que les serán muy útiles en la vida. El entrenamiento les hará penetrar en un mundo distinto y peculiar, a la vez. ‘Conócete a ti mismo’, aseguraba el filósofo. Pues yo les digo que esa es una buena forma de hacerlo. El primer aprendizaje, sin duda, será el de la humildad. En mi opinión, una edad idónea para iniciarse podría rondar entre los 35-40 años, aunque hay corredores de bastante más edad que consiguen excelentes resultados.
El ultrafondo ya forma parte de mí y no sería capaz de vivir de forma distinta a como lo hago ahora. Se integra, como un eslabón más, en mi existencia diaria. Mi familia me entiende y apoya y yo, al mismo tiempo, les hago partícipes de mis retos, esperando que guarden recuerdos imborrables de ellos. A los ‘ultrarunners’ se nos achaca un punto de locura… Pues bendita locura, bendita lucidez deportiva y humana. La verdad es que la práctica de la ultradistancia —al contrario de lo que se cree— te conduce hacia una posición mental en equilibrio y te aboca a una vida sana y peculiar. ¡Figúrate lo que te ahorras en psicólogos o psiquiatras…!.
LAS PREGUNTAS DE LA VIDA


El hecho de ser capaces de completar grandes distancias va a mejorar bastante el concepto que tenemos de nosotros mismos. Cuántas veces hemos dejado de hacer cosas en nuestra vida diaria, simplemente porque representaban alguna dificultad. Y esos recuerdos nos vienen siempre a la mente. ‘Si hubiera hecho esto o aquello…’. Pero nos faltó voluntad o decisión. Es como si tuviésemos una cuenta pendiente que saldar. En la mayoría de las ocasiones no se trata de frustraciones auténticas, sino que más bien de tabúes que nos hemos ido construyendo a medida que las cosas no nos salían como deseábamos. Pero están ahí, siempre en el recuerdo. Si hacemos algo importante, sin duda nos vamos a sentir mejor. No va a significar que borremos el pasado de golpe, pero sí que corramos un velo sobre el mismo.
Después de la carrera, incluso podremos hablar de establecer un nuevo punto de partida. Antes de una prueba de 100 kilómetros —por ejemplo— y después. Porque ya nada va a ser igual tras los ‘Cien’, puesto que vamos a poseer un sentimiento intangible —al que tienen acceso sólo unos pocos— que nos va a distinguir algo de los demás. No se trata de establecer comparaciones. Nadie es mejor —ni peor— que otro por el hecho de correr ultrafondo. Pero el auténtico valor del paradigma consiste en repetirse a uno mismo: no me importa lo que haga el resto del mundo, porque yo lo he conseguido. Y partiendo de esa experiencia puedo realizar cosas favorables en mi vida, para mí y para los demás. El sufrimiendo padecido al correr largas distancias nos servirá para adaptarnos a vencer después los obstáculos de la vida. Y, además, para ser mejores y más generosos con nuestros semejantes. Casi siempre, resistir es vencer. Lo que sucede es que, a menudo, lo olvidamos…
¿El cómo y el por qué se entra en ese mundo?. Cuando haces lo mismo muchas veces, empiezas a plantearte la consecución de logros mayores. La maratón es una fiesta de la que se disfruta, si tus condiciones físicas te permiten ir aún más allá. Después, un buen día, oyes a alguien hablar de los 100 kilómetros. Y experimentas una sensación semejante a la que sientes cuando ves por primera vez una película del espacio. ¡Todo parece tan irreal, tan lejano…! Tú tienes los pies en la tierra y, frente a ti, alguien parece estar trasladándote a otra dimensión. Como si te transportasen a un ‘encuentro en la tercera fase’. En principio, observas a tu interlocutor. Parece una persona normal. ‘¡Pero consigue correr 100 kilómetros…!’, te dices a ti mismo. ‘¿Cómo lo hará?’, te preguntas. Escuchas sus historias —fantásticas, a veces— casi embelesado. Y, por el momento, ahí queda todo…Sin embargo, algo está empezando a gestarse en lo más profundo de tu ser, igual que en aquélla ocasión en que una luz se encendió dentro de ti y decidiste dejar la vida sedentaria para echarte a correr. Y después otro nuevo destello te hizo participar en la maratón. Por lo tanto, durante varios meses te dará vueltas en la cabeza todo lo que has visto y oído sobre los 100 km. No podrás evitarlo. Y así, poco a poco, irá madurando en ti la idea de participar en la primera carrera de ‘Cien’, hasta que, por fin te convences de que puedes hacerlo y te inscribes. Entonces es cuando, de verdad, el miedo hace su aparición. Sin embargo, no es más que eso: un temor, una sensación, un estado psicológico que podemos superar, pero que, a pesar de nuestros esfuerzos por desecharlo, nos acompañará hasta el mismo momento en que oigamos el disparo de salida (y, quizás, hasta más allá…). Es inevitable.
Lo importante es que seamos conscientes de que vamos a vernos sometidos a ese estado de angustia antes de la primera prueba de ‘Cien’. Y que aprendamos a tomarlo como algo normal. Es más: deberemos prepararnos —quizá también— para superar una pequeña depresión anterior de la prueba. Es lo que yo llamo los momentos de las preguntas de la vida. ‘¿Por qué lo voy a hacer, para qué...?’.Quizás encuentres las respuestas, pero es probable que no tengas ninguna. Piensa sólo en que has emprendido un largo camino. O dicho de otra manera: que has iniciado una nueva forma de vivir. Puedes ser pusilánime y dejarlo todo el mismo día anterior a la prueba. Pero si cedes a la irrefrenable llamada de lo fácil, si no tomas la salida: ¿qué será lo siguiente que abandones en tu vida?. (Millariega).

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