ULTRAFONDO

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martes, 10 de enero de 2012

LA CONTIENDA ATLÉTICA COMO SEMILLERO DE HOMBRES LIBRES (Fragmento de 'Historias de la Maratón, los 100 km. y otras largas distancias'

LA CONTIENDA ATLÉTICA COMO SEMILLERO DE HOMBRES LIBRES
Por Ángel Ricardo Morales Fuentecilla
(Principado de Asturias)


‘Cuando los tanques soviéticos aplastaron las reformas democráticas de Alexander Dubcek a Zatopek se le ofreció ser rehabilitado a cambio de retractarse de sus opiniones, a lo que se negó. Le condenaron a trabajos forzados en una mina de uranio a seiscientos metros de profundidad, donde sufrió todo tipo de humillaciones y malos tratos durante seis años, enfermando gravemente en varias ocasiones. Pero nunca renunció a la libertad…’
Mi nombre es Ángel Ricardo Morales Fuentecilla. Empecé a correr en 1.995 cuando tenía 36 años. Hasta hoy he cubierto unos 43.000 km. ‘quemando’ más de cuarenta pares de zapatillas deportivas. Supongo que os acordaréis de mí, pues al principio de este libro os he contado una —espero— interesante historia. Ahora, cuando ya habéis leído tantos pasajes enternecedores y, a la vez dramáticos, quiero haceros de nuevo partícipes de alguna de mis creencias y emociones.
Antes de comenzar a escribir estas líneas pase largo tiempo pensando cómo podría acercar las experiencias que he vivido como corredor a mis potenciales lectores. Una conocida campaña publicitaría vino en mi ayuda. Seguro a que muchos de vosotros y vosotras os resulta familiar.
‘Elige tu razón y… corre.
Porque correr es soñar despierto (benditas endorfinas)’.
No muy lejos de la casa de mis padres, en Llanes (Asturias) existe un bosque en el que predominan los robles, castaños y hayas. Surcado además por mil y un caminos serpenteantes que parecen jugar a esconderse. Su nombre es ‘Mañanga’ y en los días de cielo azul tiene el resplandor propio de un mundo joven, en el que los murmullos alegres de la vida se desgranan tersos y sutiles como las notas de una sonata de Schubert. Cuando corres por sus sendas solo puedes sentir el aire fresco en la cara y los pulmones, pues tus piernas ‘vuelan’ ajenas a todo. Vives esa suerte de ‘perdida inocencia’ machadiana. Buscas —como Randolph Carter, el soñador experto de H.P. Lovercraft—, la ‘Ciudad del Sol Poniente’, que no es más que un recuerdo perdido de tu niñez. Cuando sueñas despierto la puedes ver…E incluso —si consigues detener el mundo, en un instante perfecto— la puedes encontrar en un recodo del camino. Aunque se aparecerá, sin duda, cuando llegues a la ermita de Santa Marina, ya cerca de Parres.
‘Ofrendan corderos
las mozas de Parres
a la Santa de ojos,
color de los mares.
Al pie de Mañanga,
al pie de la ermita,
bendita la imagen
de Santa Marina’.
Pero, ¿Qué tiene que ver esto con la competición, con el sudor y con el sufrimiento?
‘Porque competir te hace más libre…’.
A los antiguos participantes en los Juegos Olímpicos se les exigía no ser esclavos para poder asumir los compromisos que conllevaba la competición y se entendía que —cerrando el círculo— ésta les hacía más libres. Es este un punto de vista que no entiende la libertad como un don que se nos concede por nacer humanos, sino como una cualidad que se adquiere con esfuerzo, que es necesario entrenar y que determina nuestra estatura como hombres. Es paralela a nuestra capacidad de adquirir compromisos: no se puede entender la una sin la otra y la contienda atlética es, en este y en otros sentidos, un semillero de hombres libres.
Un magnífico ejemplo nos lo ofrece la vida de Emil Zatopek, posiblemente el más grande competidor de la historia del deporte. A lo largo de su carrera de corredor de fondo Zatopek supero 18 records del mundo, consiguió cinco medallas olímpicas —cuatro de ellas de oro— y un sinfín de victorias en múltiples carreras. Su mayor éxito fue el logro de la ‘triple corona’ en los Juegos Olímpicos de Helsinki, en 1.954, triunfando y batiendo el record olímpico en los 5.000 m., los 10.000 m. y la maratón, hazaña que nadie ha conseguido igualar. Realizaba unos entrenamientos brutales, aunque, observador e inteligente, fue el primero en introducir una sistemática científica en la preparación. Alguien sugirió que por su estilo parecía que corría con un escorpión en cada zapatilla. Siempre con una mueca de dolor en el rostro porque, según su explicación, ‘no tengo bastante talento para correr y sonreír al mismo tiempo’. Con talento o sin él, fue admirado por el público del mundo entero. Conocido como ‘la locomotora humana’, representó mejor que nadie la idea del atleta que se eleva sobre el sufrimiento para obtener la victoria: el triunfo de un hombre común, deseoso de una perfección para la que no estaba llamado.
 Zatopek era checo y en 1.968, durante la ‘Primavera de Praga’, se destacó como partidario de las reformas democráticas de Alexander Dubcek. Su fama era tan grande que cuando los tanques soviéticos aplastaron el movimiento, se le ofreció ser rehabilitado a cambio de retractarse de sus opiniones, a lo que se negó. Le condenaron a trabajos forzados en una mina de uranio a seiscientos metros de profundidad, donde sufrió todo tipo de humillaciones y malos tratos durante seis años, enfermando gravemente en varias ocasiones, hasta que con la caída del comunismo fue rescatado. En el año 2.000 enfermó gravemente de un virus desconocido y entró en coma profundo siendo desahuciado por los médicos, que anunciaron que su muerte se produciría en pocas horas. Su corazón de oro siguió latiendo durante ocho meses sin ningún tipo de ayuda y solo después de tan dura lucha se rindió al destino, que no a la muerte, batida por su gloria.
Pero, ¿No hay razones más frívolas, más mundanas?.
‘Porque correr me permite cometer algún pecado menor…’.
El más evidente es la gula, a la que me puedo entregar sin temor al sobrepeso. Respecto a otros pecados, no he notado nada especial. Pero me he vuelto mucho menos propenso a los ataques de tos inoportunos.
¿Por qué más?.
‘Porque correr me hace vivir…’.
Me identifico con Arthur Miller cuando dice que ‘la vida es como una nuez: no puede cascarse entre almohadones de plumas’.
‘Porque correr me hace conocer amigos de verdad, recordar que soy pequeño y tengo límites, ver que todos los demás también tienen límites, cultivar la paciencia —según Abel Antón la principal virtud de un maratoniano—, porque…’.
LOS COMIENZOS DE LOS 100 KM. VILLA DE MADRID

El 1 de marzo de 1987 ya entra en escena una segunda prueba de gran arraigo en España, los ‘I 100 km. Villa de Madrid’, de la mano de otro precursor de los 100 kilómetros en España, Rafael García Navas. Hay que decir que Soto Rojas describe en su libro ‘Ultrafondo 100 Km, Cantabria Pionera’ con precisión aquél evento que también marcaría un hito importante para el desarrollo de los 100 km. en España. ‘A las siete de la mañana —dice el autor cántabro— hay casi un centenar de atletas en la salida. La fecha es histórica y hace un tiempo espléndido. La prueba se ve animada por miles de aficionados que no cesaron de vitorear a los corredores durante todo el recorrido. El favorito es Eloy Campo, ‘Beisbol’, que se coloca en cabeza desde el primer momento, imponiendo un fuerte ritmo. Quizás fue un error, pues pasados los 80 kilómetros se vio obligado a retirarse, influyendo en ello también unas molestias de ciática que sufría desde hacía algún tiempo. El gallego Ángel Lage, popular por correr siempre acompañado de música, fue el vencedor, con un tiempo de 6 h. 53’ 15’’, seguido de Juan Manuel Díaz, Jesús Corredor y Javier Medrano… Terminaron 42 atletas, cerrando la clasificación Jordi Ruiz Sole, con 12 h. 29’ 27’’. La primera mujer que venció en esta edición inicial de Madrid fue María López Capel, que invirtió 10 h. 46’ y 41’’ en completar el recorrido’.
EL CARDIÓLOGO QUE SE BAJÓ DE UN TREN Y DESAFIÓ AL MUNDO CONVENCIONAL


‘El correr tiene algo de ilegalidad metafísica: el corredor se sitúa por encima de la ley y de la sociedad: se dicta a sí mismo sus propias leyes’.
‘Cuando un corredor corre por los caminos está criticando la forma de vida de todos los que le contemplan’.
‘Los que creen que deberíamos ser todos unos (como ciudadanos o como hermanos) ven en el corredor a un ser solitario, que nunca aportará nada al bien común’.
‘No debe sorprendernos que los atenienses se volviesen contra Sócrates, cuando éste les respondió que examinaran sus propias vidas’.
‘…El método que yo empleo es correr —asegura George Sheehan en ‘Por qué y cómo correr, El camino hacia el vigor y el disfrute total’, Edaf, Ediciones y Distribuciones SA, Madrid, 1986) —. Es como el eje de mi ruta creativa. En esos momentos, me convierto en atleta, poeta, filósofo e incluso santo. El correr introduce el factor peligro y me aleja de la tranquilidad, de la armonía y de las sencillas tareas de mi vida cotidiana. Cuando corro reconozco mi capacidad esencial, la insuficiencia de mi cuerpo, de mi mente y de mi corazón. Y me doy cuenta de que la única respuesta consiste en esforzarme por llegar al final del camino, en luchar por encontrar la palabra adecuada que exprese la verdad o en buscar el significado de uno mismo y del Universo…’.
‘…Conócete a ti mismo —continua Sheehan—, es el críptico mensaje de los sabios griegos. Debemos encontrar nuestras propias respuestas. El sabio nos dice cómo podemos hallar nuestra propia sabiduría, pero no puede darnos la suya. Todo esto resulta desesperante para aquéllos de nosotros a los que nos gustaría transmitir su felicidad a los demás, guiarles por la vida y decirles, en todo momento, qué es lo mejor para ellos. No debe sorprendernos que, ansiosos de respuestas, los atenienses se volviesen contra Sócrates, cuando éste les respondió que examinaran sus propias vidas…Porque es el propio individuo quien debe juzgarse a sí mismo y encauzar su propia vida…’.
Para Sheehan, el estado de ‘perspiración’ y euforia que se produce al correr puede realizar pequeños milagros, como eliminar sentimientos de culpabilidad. Y cree Sheehan que el esfuerzo es la esencia del ser humano. La fuerza, la inteligencia, la salud y la buena suerte son cosas que nos vienen dadas. El desafío que realmente se nos plantea es el del esfuerzo que seamos capaces de realizar… En el proceso de llegar a ser quien realmente soy —enfatiza—, he tenido que renunciar a muchas cosas; pero ninguna de ellas representó un sacrificio para mí. Cuando me daba cuenta de que algo no era esencial, no tenía el menor problema de pasarme sin ello. Y cuando algo se hacía evidentemente esencial, tampoco lo tenía en aceptarlo, con todas sus consecuencias… El corredor necesita poco. Su obra de arte es la propia vida. Sus necesidades pequeñas, sus deseos parcos: un amigo, algunas ropas, una comida de vez en cuando, algo de dinero suelto en el bolsillo y como goce y diversión sus propios pensamientos y los elementos de la Naturaleza… Corre con un objeto y un propósito, entrenándose para recorridos cada vez más largos, preparándose para el esfuerzo definitivo, intentando alcanzar su propia perfección… El corredor no se siente congénere de nadie (y sus congéneres lo saben). El correr tiene algo de ilegalidad metafísica. El corredor se sitúa por encima de la ley, por encima de la sociedad. Se dicta a sí mismo sus propias leyes… El corredor es un asceta. El placer le resulta penoso. Cuando corre por los caminos, está dando su visión de la vida. Está, de hecho, criticando la forma de vida de todos los que le contemplan… Ha renunciado a ese mundo, a quienes lo pueblan, refugiándose dentro de sí mismo… Los que creen que deberíamos ser todos unos —como ciudadanos o como hermanos— ven en el corredor a un ser solitario, que nunca aportará nada al bien común. En eso, afirman, radica la verdadera inhumanidad del ser humano para con el ser humano. Y puede que tengan razón. En este mundo nadie es inocente. (George Sheehan).

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