ULTRAFONDO

ULTRAFONDO

jueves, 12 de enero de 2012

'HISTORIAS DE LA MARATON, LOS 100 KM. Y OTRAS LARGAS DISTANCIAS'. García-Millariega

EN LOS ORÍGENES

Los primeros corredores de largas distancias tuvieron que tener su origen, sin duda, en cazadores prehistóricos, que no estaban al corriente de las dietas ricas en hidratos de carbono ni de las bebidas isotónicas, pero cuyos organismos debían hallarse bien adaptados para la marcha y la carrera, en virtud de un ejercicio físico repetido hasta la saciedad, al que seguramente se verían abocados por la necesidad imperiosa de sobrevivir.
Se tienen noticias de que los babilonios, unos 2600 años a.C., realizaban diversos deportes ‘reglados’, entre ellos las carreras pedestres.
Bernard Guillet, en ‘Historia del Deporte’. Oikos Tan. Barcelona. 1971, asegura que ‘unos 1500 años a.C. la civilización cretense presentaba una afición muy viva por las carreras, habiendo motivos para pensar que los griegos tomaron de los cretenses los ejercicios atléticos que luego llevaron a un alto grado de perfección’.
Parece que sobre el 1300 a.C. los niños egipcios recibían alguna clase sobre diversas disciplinas de la educación física, entre las que era importante la carrera continua.
Bernard Guillet cree que ‘es completamente natural que el hombre, en sus primeros juegos, se haya complacido en ejercitar la fuerza física. Esta fuerza es la que le permitía procurarse la alimentación y triunfar sobre los animales o sus enemigos’.
Por otra parte, la educación para los jóvenes beduinos era sobre todo atlética: luchaban, corrían, llevaban pesados fardos... Y los cafres africanos dan cada año un premio al mejor corredor.
Todo parece indicar que Argeo de Argos fue el precursor de los 100 kilómetros. En el año 328 a.C. se quedó tan contento de su victoria en el ‘dólico’ —una carrera de resistencia, en la que se recorría el estadio doce veces, en ida y vuelta, hasta completar unos 4.614 metros— que siguió corriendo hasta su ciudad natal, para dar la noticia del triunfo esa misma noche. Argos dista 100 km. de Olympia. (‘The Ancient Olympic’, José María Sesé, Dpto. de Humanidades de la Universidad Católica de Murcia).
Ya en nuestros tiempos, Bob Glover y Jack Shepherd refieren en el libro ‘Correr para vivir mejor’, que un tal Larry Lewis —presumiblemente del ‘Road Rnner’s Club’, de New York— ‘…corrió todos los días, hasta su muerte a los 106 años, terminando una serie continuada de 97 años de corredor’.
Lo que está claro es que, desde nuestros ancestros hasta el tiempo que nos ha tocado vivir, el hombre ejercitó la carrera y la marcha —en muchas ocasiones, cubriendo grandes distancias— por razones coyunturales, inherentes a su condición y al contexto en el que sobrevía. No obstante, lo que en principio fue una necesidad, se vio adornado con el tiempo del hedonismo y la competencia.
Benjamín Hernández, en la revista de los ‘100 Km. Villa de Madrid’ de 1992, asegura —refiriéndose a la evolución histórica de las pruebas de fondo—, que ‘su comienzo se pierde en esa línea nebulosa y ambigua en la que se confunden la historia y la leyenda, en la antigua Hélade, rodeados los competidores de espondroforas (heraldos) y helladónicas (jueces de pruebas)’.
Sigue refiriendo Hernández que, ‘según la Academia Olímpica Internacional, el fundador de las primeras carreras en Grecia fue Atlios, primer rey de Hélida e hijo de Zeus. Dice la leyenda que a Atlios le sucedió en el trono su hijo Eudemión, el cual engendró tres varones. Eudemión, hubo de enfrentarse, por tanto, a un problema sucesorio: debía designar, antes de su muerte, a uno de ellos para que continuase la línea dinástica. Y decidió que los tres midiesen sus fuerzas en una carrera, si bien la leyenda no hace referencia a la distancia que hubieron de recorrer. El vencedor de dicha prueba fue Apio, que ocupó la silla de su padre, pero no pudo tener descendencia. Por eso, llegado su momento, abdicó en favor de un hijo de su hermana, Eleo, el cual se asoció con Hércules. La figura de Hércules es importante y la leyenda la trae a colación porque fue precisamente fue él quien propuso a sus cuatro hermanos otra competición atlética. El ganador de esta nueva carrera recibiría como premio de una rama de olivo silvestre’.
Según esta versión de la leyenda —ya sabemos que los griegos gustan de explicarlo todo a través del mito— a Hércules se debería la institución de los Juegos Olímpicos, que habrían de celebrarse cada cuatro años, en recuerdo de sus cuatro hermanos y para alabar a Zeus.
La recompensa era absolutamente simbólica: una rama de olivo. Carecía de valor material. ¿Cuántos corredores y corredoras de ultrafondo cubren enormes distancias, tan solo por el enorme placer y la gran satisfacción que sienten al cruzar la línea de meta?. Por poder repetirse a sí mismos: ‘he conseguido algo muy difícil de lograr…’. O por un trofeo conmemorativo de la prueba, que después tendrá tanta relevancia en su casa como el retrato de sus antepasados…
La rama de olivo o —ya en los tiempos actuales— la copa, la medalla o el diploma son elementos cargados de lecturas ocultas: lo que importa es lo que representan. Un hombre o una mujer que es capaz de correr 100 kilómetros u otras largas distancias, quizás se haya adaptado lo suficiente al esfuerzo para que la mayoría de los problemas que se le presenten en la vida diaria le resulten triviales. Será, en definitiva, casi ‘invencible…’
Varios siglos a.C. la milicia persa también llegó a creer, por unos momentos, que los griegos eran invencibles. Todo ocurrió cuando Mardonio, un general persa que dirigía sus tropas de élite contra los griegos y espartanos —murió en el 479 a.C., en la batalla de Platea— recibió una extraña noticia que le llenó de inquietud, al escuchar la confesión de un desertor persa. Mardonio preguntó al soldado qué hacían los griegos en esos momentos. ‘Celebran las fiestas de Olimpia contemplan las pruebas atléticas y las carreras de carros’, dijo. Extrañado por tan insólita actitud de los helenos en plena ofensiva persa, Mardonio quiso saber cuál era el premio que obtendrían los vencedores en esas competiciones. ‘Una rama de olivo’, confirmó el prófugo griego. Y entonces fue cuando un lugarteniente de Mardonio —casi horrorizado— parece que exclamó: ‘¡Desgraciado Mardonio! ¿Contra qué clase de hombres nos has conducido a luchar, que no se baten por oro ni plata, sino tan solo por honor?’. (Millariega).

DURANTE TRES MILLONES DE AÑOS EL HOMBRE NO HA DEJADO DE CORRER PARA SOBREVIVIR


Para algunos el deporte es la lucha del hombre contra una vida cada vez más sedentaria, debido al enorme progreso de la técnica. Sin embargo, para los más críticos, es un nuevo opio del pueblo, que se encarga de hacer olvidar las dificultades de la existencia. Estas explicaciones científicas no convencen al profesor Kirch, que en el ‘Instituto de Fisiología de Berlín’ estudia los caracteres antropológicos, fisiológicos y psicológicos en el comportamiento humano, en busca del récord (la marca). El profesor Kirch va más lejos para tratar de probar la explicación de la necesidad del récord. En el hombre hace falta remontarse hasta el origen de la raza humana para comprender esto. Por ello Kirch se ha rodeado de un equipo compuesto por psicólogos, sociólogos y de etriólogos, que llegaron a la conclusión de que el hombre era en su origen un verdadero animal corredor.
El hombre es, de una manera innata, un corredor de fondo. Durante aproximadamente un 99% de su historia —es decir, 2 o 3 millones de años— ha corrido hasta el agotamiento. Este dato se puede encontrar en todos los documentos etnológicos, cualquiera que sea su origen. La carrera de fondo es lo que los antropólogos llaman —sin que esto sea peyorativo—, un ‘comportamiento fósil’; es decir, que tiene sus motivaciones en los orígenes mismos del hombre.
Durante sus investigaciones sobre los grupos étnicos —llamados primitivos— que han sobrevivido hasta la actualidad, pudieron hacer una observación común a todos los pueblos: los territorios en los que viven estas tribus, con grupos humanos de no más de 30 individuos, tienen prácticamente las mismas dimensiones. Una superficie perfectamente adaptada al máximo equilibrio ecológico entre el número de indígenas componentes de la tribu y el alimento que ellos pueden encontrar a su alrededor.
En el centro de estos territorios típicos ocupados por esa treintena de miembros de una tribu de bosquimanos (por ejemplo), se encuentra siempre un punto provisto de agua. En un radio de 2 o 3 kilómetros alrededor del agua la vegetación es exuberante. Más allá, el desierto. Las legumbres, las frutas, es decir, las vitaminas cerca del agua. Y en la llanura, las proteínas, la caza. Al final de cada jornada de caza hay que volver al agua. Los cazadores de la tribu recorren más de 40 kilómetros. Corren al ir a cazar e intentar cobrar la pieza después de herida y luego vuelven a paso ligero cargados con ella. Una distancia como la de la maratón puede ser recorrida por un hombre sin ningún riesgo en un día.
El hombre a lo largo de milenios se ha convertido en una máquina de una construcción biológica superior, que se ha ido adaptando —mejor que otras especies animales— a su entorno. Durante 3 millones de años no ha cesado de correr para sobrevivir.
Los progresos actuales de entrenamiento, de alimentación y la desaparición de prejuicios, han hecho que en estas últimas décadas, sin perder su feminidad, la mujer programe su físico para la carrera. Ahora bien, algunos grupos como las mujeres bosquimanas, lo tienen ya adaptado a la marcha y a la abstinencia, con la acumulación de grasa en los glúteos, cualidad que recibe el nombre de esteatopigia.
El hombre animal continúa corriendo porque siempre ha corrido. Ha pasado de la carrera por sobrevivir a la carrera simbólica, la cual tiene un carácter religioso, de competición o de vida saludable. (Cortesía de Santos Castillo Saornil. Licenciado en Educación Física y Entrenador Nacional de Atletismo. Santander. Cantabria. 2005).
LAS GUERRAS MÉDICAS

Por supuesto que, al mencionar a Mardonio anteriormente, nos estábamos refiriendo a la ‘II Guerra Médica’. Es casi para nosotros una obligación, evocar este pequeño pasaje de las ‘Guerras Médicas’, ya que en la primera de ellas encontramos dos de los anclajes más relevantes en la historia de las largas distancias: la ‘spartatlon’, entre Atenas y Esparta, 246 kilómetros, atravesando el Monte Parthenio. Y la ‘maratón’, entre las llanuras cercanas al poblado de Maratón y Atenas, aproximadamente unos 38-39 kilómetros. Pero, más adelante hablaremos de esas dos famosas travesías realizadas —presuntamente— en las entrañas de la Antigua Grecia y cuyo legado —con todo lo que pueda tener de mito— hemos recibido con tanta fuerza que ha marcado la existencia de millones de corredores y corredoras en todo el mundo: la prueba de la maratón y, en menor medida, la de la espartatlon, dichas así, coloquialmente.

La ‘II Guerra Médica’ consistió en una invasión persa sobre la Antigua Grecia, que duró dos años (480-479 a.C.) y mediante la cual el rey Jerjes I pretendía conquistar todo el territorio heleno. La ofensiva fue una respuesta directa, aunque tardía, a la derrota sufrida en la ‘I Guerra Médica’ (492-490 a.C.), concretamente en la batalla de Maratón, que había puesto punto final al intento de Darío I de someter a los helenos. No en vano, tras la muerte de ese monarca, su hijo Jerjes había dedicado varios años a planificar esa segunda avalancha, reuniendo un enorme ejército y una flota numerosa. Atenas y Esparta lideraron la resistencia griega, a la que se sumaron unas 70 ciudades, aunque la mayoría de ellas permanecieron neutrales o bien fueron sometidas por Jerjes.
La conquista comenzó en la primavera de 480 a.C. En el camino hacia Tesalia, los persas cruzaron Tracia y Macedonia, imponiendo su voluntad a todas las ciudades que encontraron en su camino. Pero su avance fue bloqueado en el paso de Las Termópilas por una pequeña fuerza, bajo el mando del rey Leónidas I de Esparta. Sin embargo, los espartanos (y algunos aliados) fueron atrapados en el desfiladero y aniquilados.
Después de las Termópilas, toda Beocia y Ática cayó en manos de los persas, los cuales se apoderaron de Atenas y la incendiaron. No obstante, un gran ejército aliado se fortificó en el estrecho e istmo de Corinto, protegiendo el Peloponeso de la conquista asiática. Posteriormente los persas sufrieron una importante derrota naval en Calamina, lo que acabó con los sueños de Jerjes de obtener una victoria rápida. Es más: temiendo verse atrapado en Europa, se retiró a Asia, dejando al mando al general Mardonio, con unas tropas de élite. Tenía la orden de concluir la conquista de Grecia. Pero, en la primavera siguiente, los aliados reunieron el mayor ejército hoplita de su historia y cruzaron el istmo de Corinto hacia el norte, buscando el enfrentamiento directo con Mardonio. En la batalla de Platea, la infantería griega demostró su superioridad de nuevo, infligiendo una severa derrota a los persas y acabando con la vida de Mardonio. El mismo día una armada griega cruzó el mar Egeo y destruyó los restos de la flota persa en la batalla de Mícala. Con esta doble derrota, la invasión se dio por finalizada y el poder naval persa quedó notablemente dañado. Los griegos pasarían entonces a la ofensiva, expulsando definitivamente a los persas de Europa, las islas del Egeo y Jonia. La guerra finalizó en 479 a. C. (Millariega).(Fuentes: diccionarios enciclopédicos Larousse, Salvat y Wikipedia).

El lugar donde el corazón se detiene, el vello se eriza y la respiración se entrecorta
Es el estadio Panathinaiko, también llamado Kallimarmaro —en griego, ‘buen mármol’—, un recinto deportivo situado en Atenas, construido íntegramente con mármol blanco del Pentélico. El cual fue sede de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna inaugurados el 6 de abril de 1896.
Había sido construido en 1895 —en el lugar del estadio original, erigido por Licurgo en el año 350 a.C. — sobre planos de los arquitectos Anastasios Metaxas y Ernst Ziller y financiado por el acaudalado comerciante griego —residente en Alejandría— George Averoff con la aportación económica de un millón de dracmas. En la época de su construcción las medidas de los estadios de atletismo no estaban aún estandarizadas y por eso tiene una disposición diferente a la de los actuales, con una pista en forma de ‘U’ y capacidad para 70.000 espectadores.
Está ubicado en el centro de Atenas, al principio de la calle Vasileos Konstantinou, frente a los Jardines Nacionales y junto a la colina de Arditos, cuya pendiente aprovecha para el graderío. La ubicación es la misma en la que se situaba el estadio de la antigua Atenas, en el que se celebraban las competiciones atléticas de los antiguos Juegos Panateneos. (Millariega).

Siempre existieron mensajeros que recorrían grandes distancias
Arcadi Alibés y Carlos Guillén, en la revista ‘Runner’s World’ de junio del 2003, aportan nuevos datos. Dicen que en la Grecia Clásica los únicos que corrían distancias largas eran los mensajeros y correos, hombres que recibían una formación especial, que les permitía adquirir una gran resistencia. Filípides era uno de ellos, un hemeródromo, o ‘persona capaz de correr un día entero’. De hecho, en todas las civilizaciones y en todas las épocas hasta la invención del ferrocarril, siempre han existido este tipo de mensajeros, para los cuales recorrer entre 150 y 300 kilómetros —prácticamente sin descanso— no suponía nada del otro mundo, aseguran estos autores.
Según la mayoría de las versiones Filípides llega a Esparta —suponemos que como buenamente puede— y comunica las alarmantes noticias sobre el avance persa. Pero, por desgracia, Esparta era la ciudad más aferrada a la tradición de toda Grecia. Y como las creencias les impedían emprender ninguna acción hasta que no hubiese luna llena y terminasen las ofrendas a Apolo, no salieron inmediatamente en ayuda de sus vecinos atenienses.
Entretanto, en las llanuras próximas a Marathón, un 13 de septiembre del 490 a.C., el general griego Milcíades iba a acabar con la primera de las ‘Guerras Médicas’, al derrotar a los persas —un ejército mucho mayor en número—, atacándolos por sorpresa en la célebre batalla que lleva el nombre del pueblo: ‘Marathón’.
Los espartanos terminaron sus celebraciones a favor de Apolo y esperaron la luna llena, por lo que, cuando llegaron en ayuda de los atenienses, estos ya había cambiado el curso de la historia, pues, de haber prosperado la invasión persa, se habría truncado el gran progreso cultural y social de la Grecia Clásica: se acababa de instaurar un gobierno democrático, quizás el primero de la historia.
Pero la población de Atenas no tenía noticias del desenlace de los acontecimientos. Los persas habían amenazado a los griegos con violar a sus mujeres y matar a sus hijos después de ganarles la batalla. Al partir hacia Maratón para enfrentarse a los persas, los guerreros helenos instruyeron a sus mujeres en el sentido de que si no recibían noticias suyas antes de la puesta del sol, ellas mismas sacrificaran a sus hijos y luego se suicidaran.
En Atenas reinaba la angustia y se temía un avance hacia la ciudad de las huestes de Darío I. Por eso, gran parte de los atensientes tenía pensado quitarse la vida. De ahí que, tras el inesperado resultado de la contienda en ‘Maratón’, se encomendara a un soldado entrenado como mensajero —Diomedón— que fuese lo más rápido que pudiese a Atenas, para comunicar la noticia de la victoria. Otras fuentes atribuyen esta misión al propio Filípides, que habría, por tanto, regresado de Esparta e, incluso, tomado parte activa en la batalla de ‘Maratón’. Pero otra versión de los acontecimientos descarta a Diomedón y Filípides de este segundo recorrido —que habría sido de unos 38-39 kilómetros—, atribuyéndolo a Euclides. El gran historiador Herodoto refiere el viaje de Filípides a Esparta, pero no deja constancia del de Maratón hasta Atenas. Posteriormente, Plutarco atribuyó este recorrido a Tersipo, pero, cien años después, Luciano revocó la tesis de Plutarco y volvió a dejar de manifiesto que el autor de ese segundo viaje había sido, en efecto, Filípides.
En cualquier caso, el hemeródromo que fue a Atenas debería recorrer lo más rápido que pudiese la distancia entre el lugar de la contienda —las inmediaciones del pueblo de Maratón— y la ciudad de Atenas. La leyenda asegura que ‘fue corriendo’ y que, al llegar a su punto de destino, anunció la victoria y falleció. Durante mucho tiempo se habló de que había fenecido ‘reventado’. Pero, en realidad, sigue sin existir ninguna referencia a la causa de su muerte, a pesar de las numerosas especulaciones.
Sin embargo, Manuel Lara (Madrid. 2011) —escritor y erudito en el periodo ‘médico’— cree que la historia de Filípides no pasa del puro mito y que, en consecuencia, nunca tuvo lugar. Sobre todo teniendo en cuenta que ‘Herodoto escribió su libro 60 años después de la contienda, auspiciado por Pericles, sin que ninguno de los dos hubieran nacido en el 490 a.C.’. Y en cuanto al primer trayecto que, supuestamente, realizó entre Atenas y Esparta, cree Manuel Lara que ‘el camino más corto a Laconia —capital de Esparta— era por el mar, por lo que cabe pensar que un mensaje urgente seguiría ese curso, aunque también pudo ser llevado por jinetes a caballo…’. Y sobre el segundo recorrido —Maratón-Atenas—, dice Lara que ‘cuando los espartanos llegaron a Maratón, heraldos a caballo ya habían avisado de la victoria hoplita en Atenas…’.
El periodista Emilio Chaos Gómez, en la revista de la ‘Marathón Popular de Madrid’ —abril de 1989—, atribuye a Filípides la realización de los dos recorridos: primero, Atenas-Esparta (con su regreso) y, después, Marathón-Atenas.
‘En el año 490 a.C. —dice Chaos— una poderosa flota persa, que transportaba una nutrida tropa, se cernía amenazadora sobre Grecia. Los atenienses, ante el peligro oriental que les amenazaba, decidieron pedir ayuda a Esparta. Aquí nos encontramos con las primeras noticias que nos llegan de Filípides, cuando se le encomienda que lleve el mensaje de socorro a la ciudad del Peloponeso. En 40 horas recorrió la distancia que separaba Atenas de Esparta.’
Otros autores hablan de ‘dos días’. De ser cierto, el soldado en cuestión —y, a la vez, mensajero— tendría que haber cruzado bosques, montañas y atravesado líneas enemigas. Realizando en ese caso, desde luego, una gran proeza. Con sólo esforzarnos un poco, podremos darnos cuenta enseguida de las condiciones en las que habría llegado al final de su misión. Imaginemos una carrera de 42 kilómetros: a poco que nos descuidemos entraremos en la meta con sangre y ampollas en los pies y algunas rozaduras por otras partes del cuerpo. Y eso teniendo en cuenta la moderna ropa deportiva, elaborada para que responda adecuadamente ante ese tipo de esfuerzos. Y los últimos modelos de zapatillas. Ahora pensemos en Filípides —no será este autor quien contribuya a destruir tan venerado mito— con ropas inapropiadas y corriendo, tal vez, de sandalias. La ingesta de alimentos puede que, además, no hubiese sido la más apropiada para un recorrido de esas características. Aunque se dice que en el Monte Parthenio el ‘Dios Pan’ se le apareció y le dio fuerzas. Quizás yo también hubiera debido invocar el auxilio de la deidad ‘Pan’, cuando, en plena noche —septiembre de 2001— culminé el Parthenio en muy malas condiciones anímicas y físicas (Ver ‘Odisea en Grecia, tras las huella de Filípides’. Cajastur.Oviedo. 2005).
‘Desgraciadamente —sigue refiriendo Chaos— la carrera fue inútil, porque los espartanos celebraban una festividad religiosa y no prestaron su urgente ayuda. Poco después y a muchas millas de distancia, en Maratón —una pequeña ciudad del noroeste de Grecia—, un reducido grupo de hoplitas griegos cargaban contra uno de los cuerpos del ejército invasor persa. Al mando del extraordinario Milciades, los atenienses obtenían una sorprendente e inesperada victoria. El triunfo era excepcional y había que comunicarlo lo antes posible a la polis, para informarla del favorable devenir de la batalla y evitar, así, el pavor, la huida y el suicidio de sus habitantes. Filípides, increíblemente incorporado a filas, a pesar de su aventura espartana, había tomado parte en la batalla y fue el elegido para anunciar el acontecimiento a la ciudad. El requisito indispensable era que lo hiciese lo antes posible…’
Como vemos —y siguiendo a Chaos—, Filípides no sólo habría recorrido los 246 kilómetros que separan Atenas de Esparta, sino que volvería por sus pasos al lugar de la batalla, Maratón, cubriendo, en ese caso, una distancia increíble para aquéllos tiempos. Habría tomado parte en la contienda y, después, sería requerido para llevar la buena nueva de la victoria a Atenas, lo cual puede que para alguien no resulte del todo creíble, pero —dado que tenían soldados entrenados para correr—, entra dentro de lo posible.
En recuerdo de la gesta de Filípides, se celebra en Grecia —anualmente y a finales de septiembre— la ‘Spartathlon’ (Ver ‘Odisea en Grecia’, de este mismo autor, que narra la experiencia vivida en esa histórica prueba, en el año 1991), entre las ciudades de Atenas y Esparta. Una aventura en la que toman parte los más atrevidos y experimentados ultrafondistas (hombre y mujeres) del mundo, que, previamente, deben presentar una solicitud —acreditando su historial en la ultradistancia de los tres últimos años— y ser admitidos por la organización.(Millariega).


LA SPARTATHLON DE LA ERA MODERNA


En la actual ‘Spartathlon’ se conceden a los corredores un máximo de 36 horas para cubrir la distancia entre las dos ciudades
La idea de la creación de la ‘Spartathlon’ como prueba deportiva partió del Teniente Coronel de la RAF (‘Royal Air Force’), John Foden, Amante de Grecia y estudioso de la Grecia Antigua. A Foden le llamó la atención el relato de Herodoto y se preguntó si un hombre moderno sería capaz de cubrir la distancia de Atenas a Esparta en 36 horas (tiempo atribuido a Filípides).
Pensó que la única manera de comprobarlo era intentar realizar el mismo recorrido histórico. Así que, en el otoño de 1982, se presentó en Atenas con cuatro colegas de la RAF, con la intención de aproximarse lo más posible a la descripción de Herodoto. Para ello, recibieron el apoyo entusiasta de los miembros de la comunidad británica y de otros amigos griegos.
Partieron de Atenas un 8 de octubre. Al día siguiente, Foden se presentó en Esparta, ante la estatua del Rey Leónidas, después de correr 36 horas. Su colega John Schloten había llegado media hora antes. Y, por último, John Macarthy llegó a Esparta en menos de 40 horas.
Por lo tanto, el equipo británico demostró que Herodoto tenía razón: un hombre moderno era realmente capaz de correr esos difíciles 246 km. en dos días.
Tras el éxito de este primer intento, Foden comenzó a concebir la posibilidad de organizar una carrera pedestre, que llevaría a Grecia a corredores de ultrafondo de todo el mundo. El contexto histórico, la idea olímpica y el altruismo más absoluto, emocionó a ultracorredores de todo el mundo, cuya respuesta fue inmediata y catalítica. El resultado es una de las competiciones más admiradas —y, a la vez, agresivas— del mundo: la ‘Spartathlon’, también conocida como ‘la carrera del infierno’. (Millariega).

EL DECLIVE DEL OLIMPISMO DE LA ERA ANTIGUA


John Durant, en su libro, ‘Estrellas de los Juegos Olímpicos: de la antigüedad a nuestros días’, Editorial Diana. México.1967, escribe que ningún héroe era glorificado como los campeones olímpicos, ni siquiera los generales que regresaban victoriosos de la guerra. Desde el momento en que un atleta era coronado con una guirnalda de olivo silvestre, símbolo del triunfo, su nombre se proclamaba por toda la nación. Eran escritas odas en su honor por los poetas más grandes de la época y cantadas por coros de niños. Sus hazañas se grababan en pilares de piedra y los escultores daban forma a sus efigies en estatuas de tamaño natural. Toda una ciudad podía presentarse a dar la bienvenida a casa a un hijo victorioso y escoltarlo triunfalmente por las calles.
Sin embargo, muchos siglos más tarde, habría de llegar el declive de toda esa exaltación olímpica, cuando —en el 394 d.C.— el emperador Teodosio I el Grande suspendió las pruebas de Olympia por su simbología pagana, dejando de medir el tiempo en olimpiadas. La última de éstas, por tanto, fue la del 393 d.C. Además, Teodosio llevó a Bizancio la estatua más preciada del lugar sagrado: la de Zeus, de ébano, marfil y oro. El valle de Olympia, donde otrora se habían celebrado las competiciones, fue devastado por las hordas bárbaras. Una serie de terremotos destruyeron las columnas de los templos de Zeus y Hera. El río Alfeo cambió su curso, arrastrando consigo todo el hipódromo y cubriendo el resto de la llanura de capas de arcilla, lo que hizo que, durante siglos, la localización exacta del lugar fuese un misterio. La cita corresponde a Richard D. Mandell, en el texto ‘Las Primeras Olimpiadas Modernas: Atenas 1896’, editado por Bellatera (Barcelona).
No obstante, la ciencia logró determinar la ubicación del valle de Olympia —en la ciudad de ese nombre, península del Peloponeso— y recuperar numerosos elementos. Las excavaciones comenzaron con una expedición francesa en 1829, que tuvo su continuidad en otras alemanas a finales de ese siglo XIX, quienes descubrieron intacta la estatua de Hermes (obra del escultor Praxíteles), además de otros artefactos. A mediados del siglo XX, el estadio fue desenterrado (Fuentes: Wilkipedia, Larousse y Salvat).
El recinto arqueológico que hoy día comprende Olympia es amplio y cuenta con varios sitios de gran interés. En primer lugar se encuentra la Palestra, el centro de entrenamiento, cuyo patio con columnas se ha convertido en la imagen del lugar, especialmente en primavera, cuando los verdes y malvas de la vegetación añaden su particular nota de color. Y es que uno de los principales encantos del lugar es su integración en la naturaleza. Las ruinas se encuentran en perfecta armonía con el entorno, donde los olivos, adelfas y otras especies vegetales se asocian con la piedra labrada por el hombre formando un santuario único en el mundo.
Hay que destacar también el taller del genial escultor Fidias, el templo de Hera, el estadio, con una pista de 192 metros de longitud y el templo de Zeus, con los formidables restos de sus columnas desperdigados por el suelo. En su interior se hallaba la estatua de Zeus, una de las ‘Siete Maravillas’ del mundo antiguo. Esculpida por Fidias, medía unos doce metros de altura. La figura de Zeus estaba labrada en marfil, mientras que el trono sobre el que se sentaba estaba hecho de madera de cedro revestida de oro, marfil, ébano y piedras preciosas. La estatua portaba una figura de la diosa Niké en la mano derecha y un cetro en su mano izquierda. Era tan impresionante, que el geógrafo e historiador Estrabón (64 a.C. — 24 d.C.) escribió: ‘La estatua de Zeus sentada, casi toca el techo con la cabeza. Tenemos la impresión que si se levantara rompería la cúspide del templo’. (Fuentes: Guía de Olimpia. Greco Tour. El Peloponeso. 1998. Larousse y Salvat).
Pero, realmente, el paso más importante para el conocimiento y la conservación de este impresionante patrimonio deportivo heleno fue la resurrección de su espíritu. En 1896 un francés, apasionado por el deporte y el mundo griego —el Barón de Coubertin— y un intelectual heleno —Dimitríus Mikelas—, con el patrocinio de la Sorbona (París), decidieron revivir los Juegos Olímpicos siguiendo su espíritu y tradición de paz, proclamando la tregua entre las naciones (es la época de la ‘Paz Armada’, previa a la ‘I Guerra Mundial’) para sólo competir en el estadio. Ambos decidieron conservar también el nombre… Y así quedaron establecidos los Juegos Olímpicos de la era Moderna. (Fuente: ‘The Ancient Olympic Games’. José María Sesé Alegre. Unidad Central de Humanidades de la Universidad Católica de Murcia)
El griego Mikelas consiguió, asimismo, persuadir a todos de que los primeros juegos, que iban a comenzar en 1896, se celebraran en Atenas, la polis más prestigiosa de la Antigüedad helena y la capital de la Grecia Moderna. Y así fue. El estadio de Atenas se abrió, a semejanza del antiguo de Olympia, con capacidad para 40.000 espectadores. Participaron 311 atletas, siendo la delegación más amplia la del Reino Unido, con 81 representantes. Le seguían la de Alemania, Francia y el imperio Austro-Húngaro. De los emergentes Estados Unidos de América vinieron 14 atletas. Y, gracias al Cielo, la tradición democrática se renovó en esta primera edición. El primer ganador de maratón fue un pastor llamado Spiros Luis. (Fuente: ‘The Ancient Olympic Games’. José María Sesé Alegre. Unidad Central de Humanidades de la Universidad Católica de Murcia).
La carrera de maratón se disputó el 10 de abril de 1896, comenzando en el pueblo de Maratón y terminando en el estadio ‘Panathinaiko’, recorriendo los polvorientos caminos que unían ambas localidades. La distancia que se cubrió fue de, aproximadamente, 40 km. —quizás algo menos—, pues la estándar de 42.195 metros —nacida en Londres, 1908— no se instauraría oficialmente hasta París 1924.
La competición se inició a las 14:00 horas, al disparar su pistola el Coronel Papadiamantopoulos. Tomaron la salida 17 corredores, de los cuales 12 eran locales, siendo el ganador de la primera maratón olímpica el griego Spiridon Louis (2 h. 58’) que se convirtió en un auténtico héroe nacional e internacional. El segundo fue Kharilaos Vasilakos (3 h. 06’) también griego y el tercero Spiridon Belokas (3 h. 06’), pero esté fue descalificado cuando se descubrió que hizo parte del recorrido subido en un carro, por lo que la medalla de bronce pasó al húngaro Gyula Kellner (3 h. 06’). (Fuente: Wikipedia y Maratón.es, el portal de maratón en España)
Entre las anécdotas de la carrera (Millariega), se puede mencionar que hubo varios puestos de avituallamiento —bien surtidos, incluso con excelentes licores—, los cuales contribuyeron a ‘poner contentos’ a algunos de los participantes. Se comenta que el propio Louis tomó un buen vaso de vino de la tierra, ya avanzada la prueba. Luego de su coronación como campeón olímpico, Spiridon Louis contrajo matrimonio y se retiró casi definitivamente del deporte. Su entrada en el estadio olímpico se había producido ante el delirio general. Se dice que muchas mujeres arrojaron a su paso obsequios, incluso algunas joyas Entre los numerosos premios que recibió, destaca por su singularidad el de un peluquero ateniense, el cual le ofreció un servicio completo de barbería por el resto de su vida. Además se le premió con un caballo y una carreta para el transporte de agua hasta Atenas. También recibió como obsequio una pequeña finca, con granja. En 1936, en Berlín, ataviado con típica indumentaria griega y especialmente invitado por el Comité Olímpico Alemán, ofreció en el estadio olímpico una rama de olivo a Hitler. Falleció en 1940 a la edad de 66 años (Fuente: Historia de la Maratón. Jorge de Hegedüs. Buenos Aires. 2001).
Desde que el 776 a.C. un cocinero de Elis, llamado Korigos, ganara el atletismo en Olympia, habían pasado 2.672 años, pero el espíritu seguía siendo el mismo. Gracias a una universidad — la Sorbona de París— deporte, arte, democracia y armonía habían vuelto a fundirse en el alma y el espíritu de los jóvenes. (Fuente: José María Sesé Alegre. Universidad Católica de Murcia).
JUAN LUIS IGLESIAS RODRÍGUEZ
Gijón (Principado de Asturias)


A pesar de que ya no es un chaval, cuando hablas con él compruebas que tiene el espíritu de una persona mucho más joven. Yo creo que a Juan Luis —al igual que a otros muchos héroes de los 100 kilómetros y otras largas distancias reflejados en este libro— le hizo mucha ilusión el que alguien evocara su historia deportiva personal después de tantos años. Nada más recibir la batería de preguntas que yo había preparado para todas las corredoras y corredores —dentro de la primera fase de investigación y recopilación de datos—, tanto Juan Luis como Santiago Rodero —otro de los legendarios corredores— mostraron gran interés en el proyecto. Así que, enseguida, rememoraron los gratificantes recuerdos de otrora. De aquéllas épocas, ya un tanto distantes en el tiempo, pero felices —éramos jóvenes e insensatos, diría el poeta— y convenimos un encuentro en mi domicilio de La Fresneda (Asturias).
Ambos llegaron con toda la información que les había pedido, muchos recuerdos y abundantes documentos. Clasificaciones, videos y demás. Todo un tesoro de auténtico material de archivo que, aunque no data de siglos —valga la nota de humor—, no es tampoco fácil de conseguir, como dije siempre, porque —salvo el excepcional caso de Soto Rojas— algunos organizadores no encuentran sus notas, otros están demasiado atareados para recopilarlas y también existen los que no desean ofrecer ningún tipo de colaboración. En este último grupo hay que incluir también a algunos atletas que pudieron aportar interesantes experiencias y no lo hicieron. Declinaron la invitación, refutando expresamente el cuestionario como elemento indeseado, cuando es un instrumento básico en cualquier cuasi-investigación y fue aceptado como tal por, prácticamente, la totalidad de los encuestados. Nada que objetar. Allá cada uno con su conciencia. Porque igual que yo no puedo tutelar o dirigir la voluntad de nadie para participar en un proyecto indeseado, tampoco ha de pretenderse monopolizar algo tan libre como el correr o la creación literaria.
Por otra parte, en este tipo de pruebas tampoco supone ningún avance en la cuasi-investigación el acudir a archivos federativos, autonómicos, hemerotecas o páginas de ‘Internet’, porque muchos —y léase siempre ‘muchas’— de los participantes no estaban adscritos a disciplina federativa alguna. O incluso, estándolo, los órganos administrativos no registraron estas carreras, ahora habituales, pero que en la década de los 80 —y más, aún, en años anteriores— fueron tenidas en algunos ámbitos como pruebas desafectadas de un atletismo que, por aquel entonces, encontraba su umbral natural, casi siempre, en la maratón. Así que, por consiguiente, el material aportado por Iglesias y Rodero fue de gran importancia para una parte de este trabajo. Y supuso también un gran estímulo anímico para seguir adelante con el proyecto, al comprobar que algunos de los protagonistas de la historia estaban muy interesados en desenterrarla.
Mientras charlábamos, recordamos especialmente el campeonato del mundo de 100 km. de Palamós (Gerona), en el año 1992, donde, sin saberlo, coincidimos. Recuerdo que, en mi caso, había acudido a Palamós desde Madrid, donde residía por aquel entonces y solo intercambié unas palabras con Pérez Manjón, cuando, hacia el kilómetro 50, en Gerona —al lado del río Ter, con una niebla y frío de justicia— me adelantó e intentó ‘tirar’ de mí, en un gesto de profunda solidaridad. Pero en aquéllos momentos yo padecía, en su punto más álgido, un ataque de ciática. Después el dolor se mitigó un poco y pude restablecer el ritmo de carrera, aunque no ya como en los primeros 50 kilómetros. Manjón se marchó por delante de mí y creo que ya no lo volvería a ver durante muchos años. Así que este libro también fue un grato motivo de reencuentro. Su interesante historia aparecerá un poco más adelante.
En fin, como les decía, Iglesias y Rodero me hicieron una grata visita en La Fresneda Y, cómo no, aprovechando su excepcional material, nos pusimos a visionar imágenes de casi 19 años atrás (habíamos sido filmados en la propia carrera y entrando en la línea de meta). Debo reconocer que, en mi caso, hasta me he emocionado un poco, recordando aquellos años ya un tanto lejanos, en los que todo era ilusión y facultades físicas, aunque con menos conocimientos —claro está— sobre la prueba que ahora (algo que uno quisiera invertir). Es decir: uno desearía volverse a aquéllos años, pero con los conocimientos de ahora……La eterna disquisición. No, claro, no hay vuelta atrás…, para nadie ni para nada. Sólo cabe jugar con los recuerdos. Y aprender de los errores pasados, pero no es posible la transposición al pasado. ¿O quizás sí?
En cualquier caso, el comentario general, cuando las imágenes se desvanecieron en la pantalla del televisor, fue el de: ‘¡vaya como corríamos entonces y qué pronto ha pasado el tiempo!’. Fueron unos momentos muy agradables los que disfrutamos visionando ese pequeño pasaje de la historia del ultrafondo español.Aunque en mi caso me sirvió para volver a recordar las desafortunadas palabras que, al entrar en la meta, tuvo para mi por la megafonía un miembro de la organización, Isidro Verdún: ‘Correos nos envía aquí un corredor: mejor nos mejoraban el servicio…’. Un mal detalle por tu parte, Isidro. No se puede decir eso a nadie que acaba de correr 100 km. en poco más de 8 horas, represente a quien represente. Como se ve, ni los 100 km. se libraron de la segregación…, al menos en esa ocasión.
Juan Luis Iglesias nació en el año 1945. Reside en Gijón. Está casado desde 1971 y tiene dos hijas y dos nietos (con los que seguro se emociona más todavía que con los recuerdos de los 100 kilómetros). Siempre había practicado algún deporte, pero a los 39 años decidió empezar a correr en solitario, porque, según asegura, ‘me relajaba mucho del trabajo y me daba tranquilidad’. Su condición física fue mejorando a medida que su organismo supercompensaba con los entrenamientos y así, en poco tiempo, logró subir tres años al podio en la ‘San Silvestre’ de Gijón (categoría de veteranos): tercero, segundo y primer puesto. Pero eso sólo iba a ser el preludio de toda una trayectoria de excelentes marcas en diversas competiciones, como en las clásicas Gijón-Oviedo (y viceversa), en las que se proclamó primero en su categoría. Otro tanto ocurrió con la Gijón-Avilés (y su homónima en sentido contrario). Y en otras ya típicas del calendario asturiano, como la Cangas de Onís-Covadonga o la Tazones-Villaviciosa, en las que, según asegura, ‘siempre quedé de los primeros de mi categoría, a excepción de la Arriondas-Ribadesella’. Más tarde daría el salto a la maratón:
1985    Madrid: 3h 35’ 27’’    1989    Villa de Laredo: 3h 4’ 58’’ New York City: 3h 6’ 16’’
1986    Madrid: 3h 7’9’’  San Sebastián: 2h 56’ 13’’    1990    Maratón del Nalón, Asturias, 2h 42’ 25’’
1987    Madrid: 3h 4’ 4’’ San Sebastián: 2h 48’ 16’’    1991    New York City, 3h 43’ 46’’
1988    Madrid: 3h 3’20’’ San Sebastián: 2h 49’ 52’’    1992    Maratón del Nalón, Asturias, 2h 40’ 53’’ (campeón de Asturias en categoría B).
        1992    Rótterdam, 2h 51’ 43’’ 100 kilómetros de Palamós (Gerona), Campeonato del Mundo, 8h 15’ 02’

Toda una trayectoria la de Juan Luis Iglesias, un extraordinario corredor popular, pues la mayoría de los lectores que practican el atletismo coincidirán conmigo que el sacrificio que tuvo que realizar Iglesias para conseguir esos tiempos en la maratón y, después, el excelente crono logrado en los 100 km. de Palamós (en todo un campeonato del mundo), sólo puede ser el resultado de una vida estructurada y un tesón encomiable (aparte de tener ciertas facultades), en unos tiempos en que los que corríamos no ingeríamos la dieta escandinava y bebíamos agua del grifo, como el mismo cuenta.
Se decidió a correr 100 kilómetros para acompañar a un amigo (me imagino que a Santiago Rodero). ‘Luego, fue todo un reto’, dice.
Antes de afrontar la durísima prueba de los ‘Cien’, Iglesias asegura que ‘tenía un poco de miedo a la distancia, pero por lo demás estaba tranquilo, pues la había preparado mucho y también tenía muchos maratones encima…’
Quise saber lo que pensaba la familia y sus amigos (en aquéllos años, en los que la ultradistancia se veía como algo más raro que hoy todavía) de la preparación para el campeonato del mundo y, por supuesto, de la posterior participación en el mismo. Iglesias se sincera y manifiesta sin ambages que ‘…desde luego, no estaban al corriente de mis actividades…’
Juan Luis encontró mucha diferencia entre la maratón y los 100 kilómetros. ‘Claro, son dos maratones y media’, dice. Al recordar sus entrenamientos para su primera prueba de ultrafondo, asegura que su esquema básico consistió en aumentar la distancia y bajar la velocidad. De lunes a viernes, realizaba ‘rodajes’ entre 20 y 22 kilómetros; el sábado descansaba y el domingo corría distancias que oscilaron entre los 28 y 40 kilómetros. Con dos sesiones ‘largas’ de 50 y 60 kilómetros por el medio.
Me intereso por su alimentación y le pregunto qué comida ingería y si cree que era la más adecuada. Iglesias es claro y contundente: ‘yo no sé si era la más idónea, pero yo comía de todo. Pesaba 45 kilos y, fuera de las comidas habituales, ni en los entrenamientos ni en la competición utilizaba ningún aporte energético. Sólo en los 100 kilómetros comí algo de chocolate…’
También le inquiero sobre qué bebía, cuánto y cómo, tanto en la preparación como en la competición. ‘En los entrenamientos —dice—, cuando hacía sesiones de hasta 30 kilómetros, no bebía nada. En la maratón tampoco bebí nunca, no tenía costumbre. En los 100 kilómetros sólo tomé agua…’
En cuanto a las sensaciones que tuvo al terminar los 100 kilómetros, asegura que ‘fue algo increíble, me sentí un superhombre. Algo así me había ocurrido en mi primera maratón. Lo más gratificante fue ver la meta, sobre todo en el caso de los 100 km., por el desconocimiento de la distancia…’
Los atletas siempre hablan del ‘muro’. Yo en todo momento mantuve que, en los 100 kilómetros, te encuentras con dos ‘paredes’ importantes: una hacia el kilómetro 60 y otra hacia el 70 ú 80. Iglesias me asegura que ‘es verdad que hay dos o más momentos malos en la carrera. No sabría decirte exactamente donde, pero lo cierto es que, claro está, el agotamiento producido al exprimir las reservas al máximo tiene que salir por algún sitio y en algún momento. Ahora bien, lo bueno es saberlo y estar preparado mentalmente para atravesar esos trances. Hombre…, si sales fuera de tu ritmo puedes encontrarte mal ya en los primeros kilómetros. Yo siempre salí en progresión. Por eso el entrar en algún episodio de crisis en la carrera va a depender mucho de cómo haga la prueba cada uno: del ritmo que imponga, de lo que arriesgue y de su condición física…’
A la pregunta de qué le aportaron a Juan Luis Iglesias los 100 kilómetros como deportista y como persona, dice que ‘una indescriptible satisfacción personal’. Y también tengo curiosidad por saber si, después de su magnífica carrera en el campeonato del mundo de Palamós —en la que, después del último control, cree que llegó a correr, incluso, por debajo de 4 minutos el kilómetro—, recibió las felicitaciones que se merecía o tuvo que escuchar algún comentario desagradable. ‘Todo fueron felicitaciones —enfatiza—, aunque alguno sí es cierto que me dijo que estaba loco por correr esa carrera…’
En cuanto a si aconsejaría a los que nunca han corrido esa distancia que lo intenten, manifiesta que ‘no hay ningún problema por correr esa prueba, pero conviene tener una buena base de entrenamiento, para no sufrir más de lo necesario. Yo no cambié ningún hábito de vida, ni fui instruido o aconsejado por nadie. En mi caso el secreto estuvo en los kilómetros y kilómetros…’
Respecto de cuál es la edad más idónea para correr 100 kilómetros, reconoce que no lo sabe, porque él compitió en la larga distancia ‘tarde, a los 47 años y, aun así, le fue bastante bien…’
Y, por último, le pregunto qué opina, después de casi 19 años, de aquélla carrera del campeonato del mundo que corrimos con tanta ilusión. ‘Fue una etapa de sueños —dice—. Echo de menos mi periodo de fondista, el ambiente de los compañeros y de la competición. Volvería a correr los 100 kilómetros, por supuesto, lo que ocurre que me he metido en una edad —65 años— en la que ya no puedo…’

No hay comentarios:

Publicar un comentario