ULTRAFONDO

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miércoles, 11 de enero de 2012

HEROES DEL ASFALTO: RAFAEL BARROSO CASTAÑÓN (De 'Historias de la Maratón, los 100 km. y otras largas distancias'. (Millariega)

RAFAEL BARROSO CASTAÑÓN
Lugones (Principado de Asturias)


‘Los 100 km. me sirvieron para demostrarme que tengo tal capacidad de sufrimiento y superación que puedo conseguir cualquier reto que me proponga’
‘Durante la carrera mis pensamientos fueron para mis padres fallecidos’.
‘La sensación física que tuve al cruzar la línea de meta fue la de estar reventado’.
Nací en Buiza de Gordón (León). Tengo 48 años. Resido en Lugones (Asturias). Estoy diplomado en Derecho y soy funcionario de Prisiones. Pertenecí a los clubs de atletismo ‘K0’. (Sama de Langreo) y ‘CAF Fresneda’, ambos de la región donde vivo. En la actualidad no me encuentro bajo la disciplina de ninguna entidad deportiva. Estoy separado y tengo una hija de 10 años, a la que también le gusta el deporte (los genes hacen su función deportivamente).
En mis tiempos de instituto practiqué diversas modalidades de atletismo, quedando campeón provincial de León —en categoría cadete— de lanzamiento de disco. Pero lo que más me gustaba y mejor hacía era la modalidad de jabalina.
Después jugué al fútbol muchos años, culminando mi trayectoria en el club ‘Hullera’, de la tercera división leonesa. Con lo que cobraba en el fútbol tenía para vicios, que eran pocos. Más tarde, cuando comencé a trabajar, abandoné este deporte por falta de tiempo. Y hace unos 15 años comencé a correr, buscando poder practicar un deporte más individual. Empecé con las medias maratones y otro tipo de carreras de distancias inferiores. Después quise saber lo que se sentía en la maratón y quedé ‘enganchado’, pues completé 23 sin un solo abandono.
Mi única carrera de 100 km. la corrí en el año 2007 en Santander. Tardé 10 horas y 39 minutos. La primera parte fui demasiado rápido y la segunda se me hizo bastante dura. Decidí participar en esa prueba influido por mi amigo José. M. García-Millariega —el autor de este libro—, ya que mientras entrenábamos juntos comenzó a meterme el ‘gusanillo’ de probar, llegando a convencerme de que lo podría hacer. Él me decía que yo ya era un experto en la maratón y que tenía que probar distancias más largas, para afrontar nuevos retos.
Antes de correr los ‘Cien’ tenía bastantes dudas de poder acabarlos. No tenía miedo, pero sí bastantes temores, aunque estaba muy tranquilo anímicamente. Me lo tomé con filosofía: ‘voy a intentarlo y, si no puedo, tampoco pasa nada’—me dije. Tenía mi ego personal ya cubierto con mis maratones, en las que había logrado buenos resultados.
Mi familia y mis amigos me decían que estaba loco, que no lo intentara. Mi madre y mi padre ya estaban fallecidos y al terminar la carrera —y durante ella— mi pensamiento y mi dedicatoria fue para ellos. Si hubieran estado vivos les habría dado un disgusto.
Los entrenamientos para preparar la ultradistancia no fueron todo lo específicos que deberían haber sido, ya que tendría que haber hecho más sesiones largas de 50 o 60 km., lo que supondría estar corriendo cuatro o cinco horas seguidas algunos días y no dispuse de tanto tiempo. Por eso durante la primera parte de la prueba fui muy bien, pero en la segunda me encontré bastante cansado.
Tampoco mantuve ninguna dieta específica, lo que posiblemente me hubiera venido bien, sobre todo para bajar un poco de peso. Si hubiera conseguido perder unos kilos hubiera corrido mejor. Comía de todo, desde chocolate hasta ‘fabada’ con morcilla. No me privaba de nada. Creo que en eso me equivoqué, porque puede que no haya sido una alimentación idónea. Tenía que haber eliminado de la ingesta ciertos productos…
En cuanto a la bebida, tomaba lo normal, sin ningún producto especial. Tampoco utilicé ningún aporte energético en los entrenamientos. En la carrera sí; pero lo corriente: glucosa, ‘geles’ energéticos, etc…
 Al terminar la carrera la sensación principal fue de satisfacción, por haber superado un reto que me había planteado y que me parecía muy difícil, casi imposible. Aunque yo tenía confianza en mí mismo, porque soy ‘muy cabezón’ y tengo mucha fuerza de voluntad, lo cual en estos casos es fundamental. Ahora bien, la sensación física que tenía cuando crucé la línea de llegada era la de estar reventado. No podía más…En los últimos kilómetros empecé a tener calambres en las piernas y se me subieron los músculos gemelos varias veces, teniendo que parar para hacer estiramientos. En determinados momentos veía que mi cuerpo estaba al límite y daba señales de extenuación desconocidas para mí hasta entonces. Ya a última hora tenía que subir las cuestas andando. Pero iba mirando el reloj y comprobando que estaba dentro del tiempo de cierre del control, a las 11 horas.
A lo largo de las diferentes etapas de la carrera sentí sensaciones diferentes. Al pasar por los 50 primeros km. me encontraba muy bien. Lo único que me disgustaba es que hubiese poco público animando, en comparación con las maratones en los que había participado. Mis momentos más críticos los pasé en los kilómetros 70 y 80, en los que estuve a punto de abandonar. Me encontré a punto del ‘k.o.’ y de dejarlo todo. Pero mi fuerza de voluntad me hizo continuar.
Tuve los problemas típicos de rozaduras, uñas caídas y demás, que pocas veces había experimentado en la maratón. Fue la principal diferencia que encontré: el superior esfuerzo físico y mental —desde luego, pasa factura— que hay que hacer en la prueba de los ‘Cien’. Al acabar notaba el cuerpo duro como el acero. Percibía la carne apretada, sin una gota de grasa. Si me hubieran dado un golpe con un palo o con un bate de béisbol, creo que se hubiera roto el bate y no mi cuerpo. Lo tenía todo mal, pero lo que me escarnecía de verdad era el dolor y malestar por las dos uñas que se me habían caído. También las ‘posaderas’ se encontraban como una brasa, en carne viva, fruto del rozamiento, del sudor y del agua que me echaba por encima. Después de ducharme tuve colocar papel higiénico en la región anal, para separar las dos zonas glúteas y evitar así el dolor de la fricción, pues me escocía horriblemente.
Una cosa que me fastidia bastante es que, después de lo que padecí, hay gente que no se lo cree y tengo que enseñarles el diploma —que lo tengo enmarcado por supuesto— para acreditarlo. Pero, a pesar de que alguien le pueda parecer imposible, yo estoy contento, porque demostré una capacidad de resistencia y de superación a prueba de bombas. Esa carrera me sirvió para demostrarme a mí mismo que tengo tal capacidad de sufrimiento y superación que puedo alcanzar cualquier reto que me proponga.
Al que quiera correr 100 km. yo le diría que es una locura, pero que pruebe con esa distancia, pues merece la pena. Pero que vaya bien entrenado, pues no es ninguna broma. Yo creo que cualquier edad es buena para intentarlo —si la preparación es adecuada— pero quizás la óptima sea entre los 35 y 40 años. Después de participar en Santa Cruz de Bezana estuve 15 días sin correr, pues había quedado saturado. En aquéllos momentos me parecía una locura volver a participar otra vez, pero ahora, con el transcurso del tiempo, ya se me vuelve a pasar por la cabeza el retorno a los ‘Cien’, pero por supuesto con un mejor diseño de los entrenamientos y una alimentación más cuidada.

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