ULTRAFONDO

ULTRAFONDO

martes, 10 de enero de 2012

CELIA FERRÓN PARAMIO (Del libro 'Historias de la Maratón, los 100 km. y otras largas distancias'

CELIA FERRÓN PARAMIO
Oviedo (Principado de Asturias)


Nací en Oviedo, hace 33 años y estoy casada. Soy Licenciada en Filología Hispánica y funcionaria de Delegación del Gobierno en el Principado de Asturias. Colaboro en publicaciones literarias, como ‘Literaturas Literarias’ o ‘Ariadna’, además de dirigir la revista ‘El Taller de las Palabras’. Así como los blogs ‘Casada entre solteras’ e ‘Historias de la KK’. He participado en el libro de relatos ‘Cuentos y Reencuentros’.
Comencé a correr para ‘quitarme fantasmas de la cabeza’. Estaba preparando una oposición y el agotador mundo de la biblioteca, de las horas de encierro, del pensamiento continuo, angostaban mi imaginación y cada vez me oprimían en mayor medida, haciéndome más y más pequeña. Estudiaba mañana y tarde, dejando dos horas a mediodía para comer y dormitar un poco en el sofá, notando que la vida se me escurría entre los dedos. Deseaba que todo acabara pronto y, a la vez, que el tiempo se estirara, para poder estudiar un poco más…
 Un mediodía, más inquieta de lo habitual, me puse un chándal y me encaminé al ‘Parque de Invierno’, en Oviedo (Asturias). Deseaba dar un paseo —aunque siempre me faltaba tiempo para ello—,ya que, al pasar tantas horas sentada, temía que empezara a engordar. Comencé a caminar rápido. Después, un poco más. Hasta que, por fin, terminé trotando de vez en cuando. Siempre había creído que sería incapaz de hacer ejercicio de ese modo y me sorprendí al conseguir mantener la carrera continua durante un rato. Como seguí intentándolo durante días, un mundo nuevo de posibilidades se abrió ante mí: entre otras ventajas, podía realizar más ejercicio empleando menos tiempo. No hacía falta ser una gran atleta para correr un rato todos los días, ganar minutos y convertirme además en una de esas personas —chicos y chicas— que veía haciendo ‘running’ a diario, dando vueltas y más vueltas, con una sudada impresionante. Admiraba a toda aquella gente libre, que pertenecía a una raza que corría. Ese día me dije que no eran diferentes a mí. Que eran personas que, simplemente —como yo había hecho—, un día se decidieron a empezar a correr.
A partir de ahí, la rutina de ir a diario a hacer ‘footing’ al ‘Parque de Invierno’ o a otros lugares se instauró dentro de mí. Ese fue mi secreto para mejorar tanto en tan poco tiempo. Salir a caminar y trotar cinco días a la semana. Si un día corría cinco minutos, al día siguiente repetía la secuencia, puesto que ya sabía que lo podía hacer. Intentaba mejorar siempre un poco y, en unos meses, pasé de correr esos escasos minutos a hacerlo durante media hora. No era mucho, lo sé, pero me convertía en otra persona. Me ayudaba a tener una motivación durante la mañana, mientras empezaba mi larga jornada de estudio. Me ayudaba a hacer un corte en el tedio, a liberar mi mente, a sentirme más alegre sin saber por qué. Me hacía más llevadera la tarde, al notar que había hecho algo con mi vida. Me ayudaba además a no ser una opositora gorda. Y, sobre todo, conseguí tener una constancia infinita. No sé si saqué la oposición gracias a correr, o si corría gracias a ser una opositora, pero ambos aspectos están unidos en mi vida y —todavía hoy— me siguen ayudando.
Cuando acabé la oposición y, mientras esperaba el destino en mi futuro y bien ganado trabajo, me encontré con que una cascada de horas libres se abría ante mí. Todas ellas esperando llenarse de algo que no fuera el trabajo en la biblioteca. Así, un buen día una amiga me propuso llevar a cabo entrenamientos con el fin de participar en una media maratón. Y lo que, en un principio, me parecía imposible se convirtió, de pronto y contra todo pronóstico, en algo muy llevadero. Así que continué adaptando mi cuerpo al esfuerzo, al mismo tiempo que veía como éste mejoraba físicamente y yo atravesaba un gran periodo de bienestar anímico. Antes, corría para liberarme. Pero, además, ahora estaba muy motivada, ya que lo hacía para conseguir algo.
Con el mismo truco de antes —salir a correr todos los días, independientemente del tiempo que haga y de que estés sola o acompañada—, aprovechando la ventaja de que el ‘running’ es el único deporte que se puede hacer siempre, me aventuré sobre una distancia de seis kilómetros. Y, como me encontré muy bien, en unos días pasaron a ser siete, ocho y hasta nueve. En menos de tres semanas ya eran doce. No fue difícil. Lo peor es empezar, decidirse a hacerlo. Pero, una vez que tienes el hábito, mejorar es facilísimo. Es un deporte agradecido y democrático.
Había comenzado un quince de septiembre y en noviembre ya hacía los doce kilómetros diarios —viene a ser, todavía hoy, mi entrenamiento—. Enfilaba la pista de ‘Fuso de la Reina’ —en las inmediaciones de Oviedo— hasta el kilómetro seis, retornando. Mi novio —ahora marido— me regaló un reloj con un pulsímetro, pero me ponían nerviosa los pitidos y me estresaba el tener que medir mis tiempos y hacer caso a mi respiración. Prefería mirar qué hora era al partir y comprobarla a la llegada. Si tardaba menos de una hora me ponía contenta y si tardaba más… Bueno, pues daba igual… Había hecho los doce kilómetros de todos modos. De eso se trataba…
Corriendo te encuentras a mucha gente. El corredor o corredora es un ser solitario, pero a la vez social. Nos gusta hablar con los demás, comentar los sufrimientos y dar consejos. Pero al mismo tiempo pasamos horas y horas concentrados en nuestros pensamientos, dejando volar la mente y aprovechando esos momentos para solucionar problemas. Yo, al menos, es lo que hago: nunca llevo cascos ni escucho música. El correr me sirve para pensar, para meditar en las cosas que me quedan por hacer, para planear el día, para resolver problemas diarios. Es una estupenda relajación.
Lógicamente, al entrenar hablo con otros corredores y corredoras. Los hombres —sobre todo ellos— me aconsejan que mi entrenamiento sea más productivo: que mire tiempos, que haga series y ‘tablones’… Pero yo no quiero. No corro para una media maratón —les digo—, sino que aprovecho para ir a esa prueba porque corro. Me da igual hacer un tiempo que otro. Sólo quiero acabarla, porque lo que me gusta realmente es correr…
El día de mi primera media maratón —Trubia, Asturias, 2009— intenté poner en práctica los consejos que me había dado todo el mundo. En la salida me puse la última, detrás del pelotón. Comencé la carrea muy lentamente, para no gastar fuerzas. Pero, después de un rato, me empecé a aburrir y corrí como lo hago yo habitualmente: más rápido. En mi avance progresivo, fui adelantando a muchos hombres. Me gritaban que me iba a cansar, que fuera con cuidado… ‘¡Al diablo...!’, pensé. Voy a disfrutar y si me agoto —y he de parar—, pues me detengo. Pero, al menos, me pienso divertir. Por lo tanto continué a mi ritmo y me acoplé al lado de un participante con el que realicé casi todo el trayecto. Seguimos una marcha intensa todo el tiempo. Pero, a falta de dos kilómetros, ya no pude más y me relajé un poco, aunque intentando no quedarme muy descolgada de él: buscando seguirlo, aunque fuera con la mirada. Entonces más corredores comenzaron a arengarme, a jalearme, a decirme que no abandonara justo ahora, que estaba tan cerca. Es increíble el efecto que surten las palabras de ánimo. (Algún científico debería de estudiarlas). Por fin crucé la línea de meta. Pocas veces me he sentido tan orgullosa de mí como en esos momentos. Correr la media maratón fue liberador, pero acabarla fue fantástico.
Cuando, poco después, los hombres que me habían aconsejado que no fuera tan rápido, me informaron de que había corrido en un tiempo de 1 hora y 38 minutos, no me lo podía creer. ¡Mi primera media y haciendo podio…!
Después de esa ‘gran carrera’ —para mi fue fantástica— he vuelto a correr muchas. En unas he ganado y en otras no. A alguna he ido sabiendo que iba a hacer mal registro, porque —por unos motivos u otros— había entrenado menos esas semanas. Pero eso nunca me hizo desistir. Corro por gusto y acabar una media maratón con 1 hora y 44’ no me deprime. ¡Al menos, la acabo!. ¡Al menos, la corro…! Y eso me hace sentir bien…
Ahora, cuando ha pasado un tiempo, ya nada es igual que lo era aquel quince de septiembre, cuando empecé a caminar y trotar cinco minutos. Pero sigo con mi entrenamiento. Con el que yo inventé, de cinco días a la semana: llueva o nieve, haga frío o muchísimo calor. Mis doce kilómetros son sagrados, con independencia de lo que tarde. No calculo tiempos, no hago series, no miro reloj… Sólo salgo a correr, como cuando eras una niña —sin que se me pasara por la cabeza cronometrar ningún tiempo— y lo único que quería era que me diera el viento en la cara… A veces, personas con las que me cruzo me preguntan —al recorrer mi ruta— si me persigue alguien… Les digo que pienso que no, pero que si lo hacen a mí no me van a alcanzar…
Sin embargo, durante esos gratificantes momentos en que mi mente vuela y vuela, mientras devoro los kilómetros por la ruta del ‘Fuso de la Reina’, no puedo evitar soñar con participar por primera vez en la prueba reina, en la maratón, intentando —aunque sea muy humildemente— emular a Roberta Gibb y Kathy Switzer que, una vez en la maratón de Boston, dieron lo mejor de sí mismas para reivindicar el valor de la mujer para el deporte y para la vida. Lo que pasa que ahora van a tener que aumentar para mí la entrañable pista de ‘Fuso de la Reina…’.

No hay comentarios:

Publicar un comentario