ULTRAFONDO

ULTRAFONDO

jueves, 12 de enero de 2012

'HISTORIAS DE LA MARATON, LOS 100 KM. Y OTRAS LARGAS DISTANCIAS'. García-Millariega

EN LOS ORÍGENES

Los primeros corredores de largas distancias tuvieron que tener su origen, sin duda, en cazadores prehistóricos, que no estaban al corriente de las dietas ricas en hidratos de carbono ni de las bebidas isotónicas, pero cuyos organismos debían hallarse bien adaptados para la marcha y la carrera, en virtud de un ejercicio físico repetido hasta la saciedad, al que seguramente se verían abocados por la necesidad imperiosa de sobrevivir.
Se tienen noticias de que los babilonios, unos 2600 años a.C., realizaban diversos deportes ‘reglados’, entre ellos las carreras pedestres.
Bernard Guillet, en ‘Historia del Deporte’. Oikos Tan. Barcelona. 1971, asegura que ‘unos 1500 años a.C. la civilización cretense presentaba una afición muy viva por las carreras, habiendo motivos para pensar que los griegos tomaron de los cretenses los ejercicios atléticos que luego llevaron a un alto grado de perfección’.
Parece que sobre el 1300 a.C. los niños egipcios recibían alguna clase sobre diversas disciplinas de la educación física, entre las que era importante la carrera continua.
Bernard Guillet cree que ‘es completamente natural que el hombre, en sus primeros juegos, se haya complacido en ejercitar la fuerza física. Esta fuerza es la que le permitía procurarse la alimentación y triunfar sobre los animales o sus enemigos’.
Por otra parte, la educación para los jóvenes beduinos era sobre todo atlética: luchaban, corrían, llevaban pesados fardos... Y los cafres africanos dan cada año un premio al mejor corredor.
Todo parece indicar que Argeo de Argos fue el precursor de los 100 kilómetros. En el año 328 a.C. se quedó tan contento de su victoria en el ‘dólico’ —una carrera de resistencia, en la que se recorría el estadio doce veces, en ida y vuelta, hasta completar unos 4.614 metros— que siguió corriendo hasta su ciudad natal, para dar la noticia del triunfo esa misma noche. Argos dista 100 km. de Olympia. (‘The Ancient Olympic’, José María Sesé, Dpto. de Humanidades de la Universidad Católica de Murcia).
Ya en nuestros tiempos, Bob Glover y Jack Shepherd refieren en el libro ‘Correr para vivir mejor’, que un tal Larry Lewis —presumiblemente del ‘Road Rnner’s Club’, de New York— ‘…corrió todos los días, hasta su muerte a los 106 años, terminando una serie continuada de 97 años de corredor’.
Lo que está claro es que, desde nuestros ancestros hasta el tiempo que nos ha tocado vivir, el hombre ejercitó la carrera y la marcha —en muchas ocasiones, cubriendo grandes distancias— por razones coyunturales, inherentes a su condición y al contexto en el que sobrevía. No obstante, lo que en principio fue una necesidad, se vio adornado con el tiempo del hedonismo y la competencia.
Benjamín Hernández, en la revista de los ‘100 Km. Villa de Madrid’ de 1992, asegura —refiriéndose a la evolución histórica de las pruebas de fondo—, que ‘su comienzo se pierde en esa línea nebulosa y ambigua en la que se confunden la historia y la leyenda, en la antigua Hélade, rodeados los competidores de espondroforas (heraldos) y helladónicas (jueces de pruebas)’.
Sigue refiriendo Hernández que, ‘según la Academia Olímpica Internacional, el fundador de las primeras carreras en Grecia fue Atlios, primer rey de Hélida e hijo de Zeus. Dice la leyenda que a Atlios le sucedió en el trono su hijo Eudemión, el cual engendró tres varones. Eudemión, hubo de enfrentarse, por tanto, a un problema sucesorio: debía designar, antes de su muerte, a uno de ellos para que continuase la línea dinástica. Y decidió que los tres midiesen sus fuerzas en una carrera, si bien la leyenda no hace referencia a la distancia que hubieron de recorrer. El vencedor de dicha prueba fue Apio, que ocupó la silla de su padre, pero no pudo tener descendencia. Por eso, llegado su momento, abdicó en favor de un hijo de su hermana, Eleo, el cual se asoció con Hércules. La figura de Hércules es importante y la leyenda la trae a colación porque fue precisamente fue él quien propuso a sus cuatro hermanos otra competición atlética. El ganador de esta nueva carrera recibiría como premio de una rama de olivo silvestre’.
Según esta versión de la leyenda —ya sabemos que los griegos gustan de explicarlo todo a través del mito— a Hércules se debería la institución de los Juegos Olímpicos, que habrían de celebrarse cada cuatro años, en recuerdo de sus cuatro hermanos y para alabar a Zeus.
La recompensa era absolutamente simbólica: una rama de olivo. Carecía de valor material. ¿Cuántos corredores y corredoras de ultrafondo cubren enormes distancias, tan solo por el enorme placer y la gran satisfacción que sienten al cruzar la línea de meta?. Por poder repetirse a sí mismos: ‘he conseguido algo muy difícil de lograr…’. O por un trofeo conmemorativo de la prueba, que después tendrá tanta relevancia en su casa como el retrato de sus antepasados…
La rama de olivo o —ya en los tiempos actuales— la copa, la medalla o el diploma son elementos cargados de lecturas ocultas: lo que importa es lo que representan. Un hombre o una mujer que es capaz de correr 100 kilómetros u otras largas distancias, quizás se haya adaptado lo suficiente al esfuerzo para que la mayoría de los problemas que se le presenten en la vida diaria le resulten triviales. Será, en definitiva, casi ‘invencible…’
Varios siglos a.C. la milicia persa también llegó a creer, por unos momentos, que los griegos eran invencibles. Todo ocurrió cuando Mardonio, un general persa que dirigía sus tropas de élite contra los griegos y espartanos —murió en el 479 a.C., en la batalla de Platea— recibió una extraña noticia que le llenó de inquietud, al escuchar la confesión de un desertor persa. Mardonio preguntó al soldado qué hacían los griegos en esos momentos. ‘Celebran las fiestas de Olimpia contemplan las pruebas atléticas y las carreras de carros’, dijo. Extrañado por tan insólita actitud de los helenos en plena ofensiva persa, Mardonio quiso saber cuál era el premio que obtendrían los vencedores en esas competiciones. ‘Una rama de olivo’, confirmó el prófugo griego. Y entonces fue cuando un lugarteniente de Mardonio —casi horrorizado— parece que exclamó: ‘¡Desgraciado Mardonio! ¿Contra qué clase de hombres nos has conducido a luchar, que no se baten por oro ni plata, sino tan solo por honor?’. (Millariega).

DURANTE TRES MILLONES DE AÑOS EL HOMBRE NO HA DEJADO DE CORRER PARA SOBREVIVIR


Para algunos el deporte es la lucha del hombre contra una vida cada vez más sedentaria, debido al enorme progreso de la técnica. Sin embargo, para los más críticos, es un nuevo opio del pueblo, que se encarga de hacer olvidar las dificultades de la existencia. Estas explicaciones científicas no convencen al profesor Kirch, que en el ‘Instituto de Fisiología de Berlín’ estudia los caracteres antropológicos, fisiológicos y psicológicos en el comportamiento humano, en busca del récord (la marca). El profesor Kirch va más lejos para tratar de probar la explicación de la necesidad del récord. En el hombre hace falta remontarse hasta el origen de la raza humana para comprender esto. Por ello Kirch se ha rodeado de un equipo compuesto por psicólogos, sociólogos y de etriólogos, que llegaron a la conclusión de que el hombre era en su origen un verdadero animal corredor.
El hombre es, de una manera innata, un corredor de fondo. Durante aproximadamente un 99% de su historia —es decir, 2 o 3 millones de años— ha corrido hasta el agotamiento. Este dato se puede encontrar en todos los documentos etnológicos, cualquiera que sea su origen. La carrera de fondo es lo que los antropólogos llaman —sin que esto sea peyorativo—, un ‘comportamiento fósil’; es decir, que tiene sus motivaciones en los orígenes mismos del hombre.
Durante sus investigaciones sobre los grupos étnicos —llamados primitivos— que han sobrevivido hasta la actualidad, pudieron hacer una observación común a todos los pueblos: los territorios en los que viven estas tribus, con grupos humanos de no más de 30 individuos, tienen prácticamente las mismas dimensiones. Una superficie perfectamente adaptada al máximo equilibrio ecológico entre el número de indígenas componentes de la tribu y el alimento que ellos pueden encontrar a su alrededor.
En el centro de estos territorios típicos ocupados por esa treintena de miembros de una tribu de bosquimanos (por ejemplo), se encuentra siempre un punto provisto de agua. En un radio de 2 o 3 kilómetros alrededor del agua la vegetación es exuberante. Más allá, el desierto. Las legumbres, las frutas, es decir, las vitaminas cerca del agua. Y en la llanura, las proteínas, la caza. Al final de cada jornada de caza hay que volver al agua. Los cazadores de la tribu recorren más de 40 kilómetros. Corren al ir a cazar e intentar cobrar la pieza después de herida y luego vuelven a paso ligero cargados con ella. Una distancia como la de la maratón puede ser recorrida por un hombre sin ningún riesgo en un día.
El hombre a lo largo de milenios se ha convertido en una máquina de una construcción biológica superior, que se ha ido adaptando —mejor que otras especies animales— a su entorno. Durante 3 millones de años no ha cesado de correr para sobrevivir.
Los progresos actuales de entrenamiento, de alimentación y la desaparición de prejuicios, han hecho que en estas últimas décadas, sin perder su feminidad, la mujer programe su físico para la carrera. Ahora bien, algunos grupos como las mujeres bosquimanas, lo tienen ya adaptado a la marcha y a la abstinencia, con la acumulación de grasa en los glúteos, cualidad que recibe el nombre de esteatopigia.
El hombre animal continúa corriendo porque siempre ha corrido. Ha pasado de la carrera por sobrevivir a la carrera simbólica, la cual tiene un carácter religioso, de competición o de vida saludable. (Cortesía de Santos Castillo Saornil. Licenciado en Educación Física y Entrenador Nacional de Atletismo. Santander. Cantabria. 2005).
LAS GUERRAS MÉDICAS

Por supuesto que, al mencionar a Mardonio anteriormente, nos estábamos refiriendo a la ‘II Guerra Médica’. Es casi para nosotros una obligación, evocar este pequeño pasaje de las ‘Guerras Médicas’, ya que en la primera de ellas encontramos dos de los anclajes más relevantes en la historia de las largas distancias: la ‘spartatlon’, entre Atenas y Esparta, 246 kilómetros, atravesando el Monte Parthenio. Y la ‘maratón’, entre las llanuras cercanas al poblado de Maratón y Atenas, aproximadamente unos 38-39 kilómetros. Pero, más adelante hablaremos de esas dos famosas travesías realizadas —presuntamente— en las entrañas de la Antigua Grecia y cuyo legado —con todo lo que pueda tener de mito— hemos recibido con tanta fuerza que ha marcado la existencia de millones de corredores y corredoras en todo el mundo: la prueba de la maratón y, en menor medida, la de la espartatlon, dichas así, coloquialmente.

La ‘II Guerra Médica’ consistió en una invasión persa sobre la Antigua Grecia, que duró dos años (480-479 a.C.) y mediante la cual el rey Jerjes I pretendía conquistar todo el territorio heleno. La ofensiva fue una respuesta directa, aunque tardía, a la derrota sufrida en la ‘I Guerra Médica’ (492-490 a.C.), concretamente en la batalla de Maratón, que había puesto punto final al intento de Darío I de someter a los helenos. No en vano, tras la muerte de ese monarca, su hijo Jerjes había dedicado varios años a planificar esa segunda avalancha, reuniendo un enorme ejército y una flota numerosa. Atenas y Esparta lideraron la resistencia griega, a la que se sumaron unas 70 ciudades, aunque la mayoría de ellas permanecieron neutrales o bien fueron sometidas por Jerjes.
La conquista comenzó en la primavera de 480 a.C. En el camino hacia Tesalia, los persas cruzaron Tracia y Macedonia, imponiendo su voluntad a todas las ciudades que encontraron en su camino. Pero su avance fue bloqueado en el paso de Las Termópilas por una pequeña fuerza, bajo el mando del rey Leónidas I de Esparta. Sin embargo, los espartanos (y algunos aliados) fueron atrapados en el desfiladero y aniquilados.
Después de las Termópilas, toda Beocia y Ática cayó en manos de los persas, los cuales se apoderaron de Atenas y la incendiaron. No obstante, un gran ejército aliado se fortificó en el estrecho e istmo de Corinto, protegiendo el Peloponeso de la conquista asiática. Posteriormente los persas sufrieron una importante derrota naval en Calamina, lo que acabó con los sueños de Jerjes de obtener una victoria rápida. Es más: temiendo verse atrapado en Europa, se retiró a Asia, dejando al mando al general Mardonio, con unas tropas de élite. Tenía la orden de concluir la conquista de Grecia. Pero, en la primavera siguiente, los aliados reunieron el mayor ejército hoplita de su historia y cruzaron el istmo de Corinto hacia el norte, buscando el enfrentamiento directo con Mardonio. En la batalla de Platea, la infantería griega demostró su superioridad de nuevo, infligiendo una severa derrota a los persas y acabando con la vida de Mardonio. El mismo día una armada griega cruzó el mar Egeo y destruyó los restos de la flota persa en la batalla de Mícala. Con esta doble derrota, la invasión se dio por finalizada y el poder naval persa quedó notablemente dañado. Los griegos pasarían entonces a la ofensiva, expulsando definitivamente a los persas de Europa, las islas del Egeo y Jonia. La guerra finalizó en 479 a. C. (Millariega).(Fuentes: diccionarios enciclopédicos Larousse, Salvat y Wikipedia).

El lugar donde el corazón se detiene, el vello se eriza y la respiración se entrecorta
Es el estadio Panathinaiko, también llamado Kallimarmaro —en griego, ‘buen mármol’—, un recinto deportivo situado en Atenas, construido íntegramente con mármol blanco del Pentélico. El cual fue sede de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna inaugurados el 6 de abril de 1896.
Había sido construido en 1895 —en el lugar del estadio original, erigido por Licurgo en el año 350 a.C. — sobre planos de los arquitectos Anastasios Metaxas y Ernst Ziller y financiado por el acaudalado comerciante griego —residente en Alejandría— George Averoff con la aportación económica de un millón de dracmas. En la época de su construcción las medidas de los estadios de atletismo no estaban aún estandarizadas y por eso tiene una disposición diferente a la de los actuales, con una pista en forma de ‘U’ y capacidad para 70.000 espectadores.
Está ubicado en el centro de Atenas, al principio de la calle Vasileos Konstantinou, frente a los Jardines Nacionales y junto a la colina de Arditos, cuya pendiente aprovecha para el graderío. La ubicación es la misma en la que se situaba el estadio de la antigua Atenas, en el que se celebraban las competiciones atléticas de los antiguos Juegos Panateneos. (Millariega).

Siempre existieron mensajeros que recorrían grandes distancias
Arcadi Alibés y Carlos Guillén, en la revista ‘Runner’s World’ de junio del 2003, aportan nuevos datos. Dicen que en la Grecia Clásica los únicos que corrían distancias largas eran los mensajeros y correos, hombres que recibían una formación especial, que les permitía adquirir una gran resistencia. Filípides era uno de ellos, un hemeródromo, o ‘persona capaz de correr un día entero’. De hecho, en todas las civilizaciones y en todas las épocas hasta la invención del ferrocarril, siempre han existido este tipo de mensajeros, para los cuales recorrer entre 150 y 300 kilómetros —prácticamente sin descanso— no suponía nada del otro mundo, aseguran estos autores.
Según la mayoría de las versiones Filípides llega a Esparta —suponemos que como buenamente puede— y comunica las alarmantes noticias sobre el avance persa. Pero, por desgracia, Esparta era la ciudad más aferrada a la tradición de toda Grecia. Y como las creencias les impedían emprender ninguna acción hasta que no hubiese luna llena y terminasen las ofrendas a Apolo, no salieron inmediatamente en ayuda de sus vecinos atenienses.
Entretanto, en las llanuras próximas a Marathón, un 13 de septiembre del 490 a.C., el general griego Milcíades iba a acabar con la primera de las ‘Guerras Médicas’, al derrotar a los persas —un ejército mucho mayor en número—, atacándolos por sorpresa en la célebre batalla que lleva el nombre del pueblo: ‘Marathón’.
Los espartanos terminaron sus celebraciones a favor de Apolo y esperaron la luna llena, por lo que, cuando llegaron en ayuda de los atenienses, estos ya había cambiado el curso de la historia, pues, de haber prosperado la invasión persa, se habría truncado el gran progreso cultural y social de la Grecia Clásica: se acababa de instaurar un gobierno democrático, quizás el primero de la historia.
Pero la población de Atenas no tenía noticias del desenlace de los acontecimientos. Los persas habían amenazado a los griegos con violar a sus mujeres y matar a sus hijos después de ganarles la batalla. Al partir hacia Maratón para enfrentarse a los persas, los guerreros helenos instruyeron a sus mujeres en el sentido de que si no recibían noticias suyas antes de la puesta del sol, ellas mismas sacrificaran a sus hijos y luego se suicidaran.
En Atenas reinaba la angustia y se temía un avance hacia la ciudad de las huestes de Darío I. Por eso, gran parte de los atensientes tenía pensado quitarse la vida. De ahí que, tras el inesperado resultado de la contienda en ‘Maratón’, se encomendara a un soldado entrenado como mensajero —Diomedón— que fuese lo más rápido que pudiese a Atenas, para comunicar la noticia de la victoria. Otras fuentes atribuyen esta misión al propio Filípides, que habría, por tanto, regresado de Esparta e, incluso, tomado parte activa en la batalla de ‘Maratón’. Pero otra versión de los acontecimientos descarta a Diomedón y Filípides de este segundo recorrido —que habría sido de unos 38-39 kilómetros—, atribuyéndolo a Euclides. El gran historiador Herodoto refiere el viaje de Filípides a Esparta, pero no deja constancia del de Maratón hasta Atenas. Posteriormente, Plutarco atribuyó este recorrido a Tersipo, pero, cien años después, Luciano revocó la tesis de Plutarco y volvió a dejar de manifiesto que el autor de ese segundo viaje había sido, en efecto, Filípides.
En cualquier caso, el hemeródromo que fue a Atenas debería recorrer lo más rápido que pudiese la distancia entre el lugar de la contienda —las inmediaciones del pueblo de Maratón— y la ciudad de Atenas. La leyenda asegura que ‘fue corriendo’ y que, al llegar a su punto de destino, anunció la victoria y falleció. Durante mucho tiempo se habló de que había fenecido ‘reventado’. Pero, en realidad, sigue sin existir ninguna referencia a la causa de su muerte, a pesar de las numerosas especulaciones.
Sin embargo, Manuel Lara (Madrid. 2011) —escritor y erudito en el periodo ‘médico’— cree que la historia de Filípides no pasa del puro mito y que, en consecuencia, nunca tuvo lugar. Sobre todo teniendo en cuenta que ‘Herodoto escribió su libro 60 años después de la contienda, auspiciado por Pericles, sin que ninguno de los dos hubieran nacido en el 490 a.C.’. Y en cuanto al primer trayecto que, supuestamente, realizó entre Atenas y Esparta, cree Manuel Lara que ‘el camino más corto a Laconia —capital de Esparta— era por el mar, por lo que cabe pensar que un mensaje urgente seguiría ese curso, aunque también pudo ser llevado por jinetes a caballo…’. Y sobre el segundo recorrido —Maratón-Atenas—, dice Lara que ‘cuando los espartanos llegaron a Maratón, heraldos a caballo ya habían avisado de la victoria hoplita en Atenas…’.
El periodista Emilio Chaos Gómez, en la revista de la ‘Marathón Popular de Madrid’ —abril de 1989—, atribuye a Filípides la realización de los dos recorridos: primero, Atenas-Esparta (con su regreso) y, después, Marathón-Atenas.
‘En el año 490 a.C. —dice Chaos— una poderosa flota persa, que transportaba una nutrida tropa, se cernía amenazadora sobre Grecia. Los atenienses, ante el peligro oriental que les amenazaba, decidieron pedir ayuda a Esparta. Aquí nos encontramos con las primeras noticias que nos llegan de Filípides, cuando se le encomienda que lleve el mensaje de socorro a la ciudad del Peloponeso. En 40 horas recorrió la distancia que separaba Atenas de Esparta.’
Otros autores hablan de ‘dos días’. De ser cierto, el soldado en cuestión —y, a la vez, mensajero— tendría que haber cruzado bosques, montañas y atravesado líneas enemigas. Realizando en ese caso, desde luego, una gran proeza. Con sólo esforzarnos un poco, podremos darnos cuenta enseguida de las condiciones en las que habría llegado al final de su misión. Imaginemos una carrera de 42 kilómetros: a poco que nos descuidemos entraremos en la meta con sangre y ampollas en los pies y algunas rozaduras por otras partes del cuerpo. Y eso teniendo en cuenta la moderna ropa deportiva, elaborada para que responda adecuadamente ante ese tipo de esfuerzos. Y los últimos modelos de zapatillas. Ahora pensemos en Filípides —no será este autor quien contribuya a destruir tan venerado mito— con ropas inapropiadas y corriendo, tal vez, de sandalias. La ingesta de alimentos puede que, además, no hubiese sido la más apropiada para un recorrido de esas características. Aunque se dice que en el Monte Parthenio el ‘Dios Pan’ se le apareció y le dio fuerzas. Quizás yo también hubiera debido invocar el auxilio de la deidad ‘Pan’, cuando, en plena noche —septiembre de 2001— culminé el Parthenio en muy malas condiciones anímicas y físicas (Ver ‘Odisea en Grecia, tras las huella de Filípides’. Cajastur.Oviedo. 2005).
‘Desgraciadamente —sigue refiriendo Chaos— la carrera fue inútil, porque los espartanos celebraban una festividad religiosa y no prestaron su urgente ayuda. Poco después y a muchas millas de distancia, en Maratón —una pequeña ciudad del noroeste de Grecia—, un reducido grupo de hoplitas griegos cargaban contra uno de los cuerpos del ejército invasor persa. Al mando del extraordinario Milciades, los atenienses obtenían una sorprendente e inesperada victoria. El triunfo era excepcional y había que comunicarlo lo antes posible a la polis, para informarla del favorable devenir de la batalla y evitar, así, el pavor, la huida y el suicidio de sus habitantes. Filípides, increíblemente incorporado a filas, a pesar de su aventura espartana, había tomado parte en la batalla y fue el elegido para anunciar el acontecimiento a la ciudad. El requisito indispensable era que lo hiciese lo antes posible…’
Como vemos —y siguiendo a Chaos—, Filípides no sólo habría recorrido los 246 kilómetros que separan Atenas de Esparta, sino que volvería por sus pasos al lugar de la batalla, Maratón, cubriendo, en ese caso, una distancia increíble para aquéllos tiempos. Habría tomado parte en la contienda y, después, sería requerido para llevar la buena nueva de la victoria a Atenas, lo cual puede que para alguien no resulte del todo creíble, pero —dado que tenían soldados entrenados para correr—, entra dentro de lo posible.
En recuerdo de la gesta de Filípides, se celebra en Grecia —anualmente y a finales de septiembre— la ‘Spartathlon’ (Ver ‘Odisea en Grecia’, de este mismo autor, que narra la experiencia vivida en esa histórica prueba, en el año 1991), entre las ciudades de Atenas y Esparta. Una aventura en la que toman parte los más atrevidos y experimentados ultrafondistas (hombre y mujeres) del mundo, que, previamente, deben presentar una solicitud —acreditando su historial en la ultradistancia de los tres últimos años— y ser admitidos por la organización.(Millariega).


LA SPARTATHLON DE LA ERA MODERNA


En la actual ‘Spartathlon’ se conceden a los corredores un máximo de 36 horas para cubrir la distancia entre las dos ciudades
La idea de la creación de la ‘Spartathlon’ como prueba deportiva partió del Teniente Coronel de la RAF (‘Royal Air Force’), John Foden, Amante de Grecia y estudioso de la Grecia Antigua. A Foden le llamó la atención el relato de Herodoto y se preguntó si un hombre moderno sería capaz de cubrir la distancia de Atenas a Esparta en 36 horas (tiempo atribuido a Filípides).
Pensó que la única manera de comprobarlo era intentar realizar el mismo recorrido histórico. Así que, en el otoño de 1982, se presentó en Atenas con cuatro colegas de la RAF, con la intención de aproximarse lo más posible a la descripción de Herodoto. Para ello, recibieron el apoyo entusiasta de los miembros de la comunidad británica y de otros amigos griegos.
Partieron de Atenas un 8 de octubre. Al día siguiente, Foden se presentó en Esparta, ante la estatua del Rey Leónidas, después de correr 36 horas. Su colega John Schloten había llegado media hora antes. Y, por último, John Macarthy llegó a Esparta en menos de 40 horas.
Por lo tanto, el equipo británico demostró que Herodoto tenía razón: un hombre moderno era realmente capaz de correr esos difíciles 246 km. en dos días.
Tras el éxito de este primer intento, Foden comenzó a concebir la posibilidad de organizar una carrera pedestre, que llevaría a Grecia a corredores de ultrafondo de todo el mundo. El contexto histórico, la idea olímpica y el altruismo más absoluto, emocionó a ultracorredores de todo el mundo, cuya respuesta fue inmediata y catalítica. El resultado es una de las competiciones más admiradas —y, a la vez, agresivas— del mundo: la ‘Spartathlon’, también conocida como ‘la carrera del infierno’. (Millariega).

EL DECLIVE DEL OLIMPISMO DE LA ERA ANTIGUA


John Durant, en su libro, ‘Estrellas de los Juegos Olímpicos: de la antigüedad a nuestros días’, Editorial Diana. México.1967, escribe que ningún héroe era glorificado como los campeones olímpicos, ni siquiera los generales que regresaban victoriosos de la guerra. Desde el momento en que un atleta era coronado con una guirnalda de olivo silvestre, símbolo del triunfo, su nombre se proclamaba por toda la nación. Eran escritas odas en su honor por los poetas más grandes de la época y cantadas por coros de niños. Sus hazañas se grababan en pilares de piedra y los escultores daban forma a sus efigies en estatuas de tamaño natural. Toda una ciudad podía presentarse a dar la bienvenida a casa a un hijo victorioso y escoltarlo triunfalmente por las calles.
Sin embargo, muchos siglos más tarde, habría de llegar el declive de toda esa exaltación olímpica, cuando —en el 394 d.C.— el emperador Teodosio I el Grande suspendió las pruebas de Olympia por su simbología pagana, dejando de medir el tiempo en olimpiadas. La última de éstas, por tanto, fue la del 393 d.C. Además, Teodosio llevó a Bizancio la estatua más preciada del lugar sagrado: la de Zeus, de ébano, marfil y oro. El valle de Olympia, donde otrora se habían celebrado las competiciones, fue devastado por las hordas bárbaras. Una serie de terremotos destruyeron las columnas de los templos de Zeus y Hera. El río Alfeo cambió su curso, arrastrando consigo todo el hipódromo y cubriendo el resto de la llanura de capas de arcilla, lo que hizo que, durante siglos, la localización exacta del lugar fuese un misterio. La cita corresponde a Richard D. Mandell, en el texto ‘Las Primeras Olimpiadas Modernas: Atenas 1896’, editado por Bellatera (Barcelona).
No obstante, la ciencia logró determinar la ubicación del valle de Olympia —en la ciudad de ese nombre, península del Peloponeso— y recuperar numerosos elementos. Las excavaciones comenzaron con una expedición francesa en 1829, que tuvo su continuidad en otras alemanas a finales de ese siglo XIX, quienes descubrieron intacta la estatua de Hermes (obra del escultor Praxíteles), además de otros artefactos. A mediados del siglo XX, el estadio fue desenterrado (Fuentes: Wilkipedia, Larousse y Salvat).
El recinto arqueológico que hoy día comprende Olympia es amplio y cuenta con varios sitios de gran interés. En primer lugar se encuentra la Palestra, el centro de entrenamiento, cuyo patio con columnas se ha convertido en la imagen del lugar, especialmente en primavera, cuando los verdes y malvas de la vegetación añaden su particular nota de color. Y es que uno de los principales encantos del lugar es su integración en la naturaleza. Las ruinas se encuentran en perfecta armonía con el entorno, donde los olivos, adelfas y otras especies vegetales se asocian con la piedra labrada por el hombre formando un santuario único en el mundo.
Hay que destacar también el taller del genial escultor Fidias, el templo de Hera, el estadio, con una pista de 192 metros de longitud y el templo de Zeus, con los formidables restos de sus columnas desperdigados por el suelo. En su interior se hallaba la estatua de Zeus, una de las ‘Siete Maravillas’ del mundo antiguo. Esculpida por Fidias, medía unos doce metros de altura. La figura de Zeus estaba labrada en marfil, mientras que el trono sobre el que se sentaba estaba hecho de madera de cedro revestida de oro, marfil, ébano y piedras preciosas. La estatua portaba una figura de la diosa Niké en la mano derecha y un cetro en su mano izquierda. Era tan impresionante, que el geógrafo e historiador Estrabón (64 a.C. — 24 d.C.) escribió: ‘La estatua de Zeus sentada, casi toca el techo con la cabeza. Tenemos la impresión que si se levantara rompería la cúspide del templo’. (Fuentes: Guía de Olimpia. Greco Tour. El Peloponeso. 1998. Larousse y Salvat).
Pero, realmente, el paso más importante para el conocimiento y la conservación de este impresionante patrimonio deportivo heleno fue la resurrección de su espíritu. En 1896 un francés, apasionado por el deporte y el mundo griego —el Barón de Coubertin— y un intelectual heleno —Dimitríus Mikelas—, con el patrocinio de la Sorbona (París), decidieron revivir los Juegos Olímpicos siguiendo su espíritu y tradición de paz, proclamando la tregua entre las naciones (es la época de la ‘Paz Armada’, previa a la ‘I Guerra Mundial’) para sólo competir en el estadio. Ambos decidieron conservar también el nombre… Y así quedaron establecidos los Juegos Olímpicos de la era Moderna. (Fuente: ‘The Ancient Olympic Games’. José María Sesé Alegre. Unidad Central de Humanidades de la Universidad Católica de Murcia)
El griego Mikelas consiguió, asimismo, persuadir a todos de que los primeros juegos, que iban a comenzar en 1896, se celebraran en Atenas, la polis más prestigiosa de la Antigüedad helena y la capital de la Grecia Moderna. Y así fue. El estadio de Atenas se abrió, a semejanza del antiguo de Olympia, con capacidad para 40.000 espectadores. Participaron 311 atletas, siendo la delegación más amplia la del Reino Unido, con 81 representantes. Le seguían la de Alemania, Francia y el imperio Austro-Húngaro. De los emergentes Estados Unidos de América vinieron 14 atletas. Y, gracias al Cielo, la tradición democrática se renovó en esta primera edición. El primer ganador de maratón fue un pastor llamado Spiros Luis. (Fuente: ‘The Ancient Olympic Games’. José María Sesé Alegre. Unidad Central de Humanidades de la Universidad Católica de Murcia).
La carrera de maratón se disputó el 10 de abril de 1896, comenzando en el pueblo de Maratón y terminando en el estadio ‘Panathinaiko’, recorriendo los polvorientos caminos que unían ambas localidades. La distancia que se cubrió fue de, aproximadamente, 40 km. —quizás algo menos—, pues la estándar de 42.195 metros —nacida en Londres, 1908— no se instauraría oficialmente hasta París 1924.
La competición se inició a las 14:00 horas, al disparar su pistola el Coronel Papadiamantopoulos. Tomaron la salida 17 corredores, de los cuales 12 eran locales, siendo el ganador de la primera maratón olímpica el griego Spiridon Louis (2 h. 58’) que se convirtió en un auténtico héroe nacional e internacional. El segundo fue Kharilaos Vasilakos (3 h. 06’) también griego y el tercero Spiridon Belokas (3 h. 06’), pero esté fue descalificado cuando se descubrió que hizo parte del recorrido subido en un carro, por lo que la medalla de bronce pasó al húngaro Gyula Kellner (3 h. 06’). (Fuente: Wikipedia y Maratón.es, el portal de maratón en España)
Entre las anécdotas de la carrera (Millariega), se puede mencionar que hubo varios puestos de avituallamiento —bien surtidos, incluso con excelentes licores—, los cuales contribuyeron a ‘poner contentos’ a algunos de los participantes. Se comenta que el propio Louis tomó un buen vaso de vino de la tierra, ya avanzada la prueba. Luego de su coronación como campeón olímpico, Spiridon Louis contrajo matrimonio y se retiró casi definitivamente del deporte. Su entrada en el estadio olímpico se había producido ante el delirio general. Se dice que muchas mujeres arrojaron a su paso obsequios, incluso algunas joyas Entre los numerosos premios que recibió, destaca por su singularidad el de un peluquero ateniense, el cual le ofreció un servicio completo de barbería por el resto de su vida. Además se le premió con un caballo y una carreta para el transporte de agua hasta Atenas. También recibió como obsequio una pequeña finca, con granja. En 1936, en Berlín, ataviado con típica indumentaria griega y especialmente invitado por el Comité Olímpico Alemán, ofreció en el estadio olímpico una rama de olivo a Hitler. Falleció en 1940 a la edad de 66 años (Fuente: Historia de la Maratón. Jorge de Hegedüs. Buenos Aires. 2001).
Desde que el 776 a.C. un cocinero de Elis, llamado Korigos, ganara el atletismo en Olympia, habían pasado 2.672 años, pero el espíritu seguía siendo el mismo. Gracias a una universidad — la Sorbona de París— deporte, arte, democracia y armonía habían vuelto a fundirse en el alma y el espíritu de los jóvenes. (Fuente: José María Sesé Alegre. Universidad Católica de Murcia).
JUAN LUIS IGLESIAS RODRÍGUEZ
Gijón (Principado de Asturias)


A pesar de que ya no es un chaval, cuando hablas con él compruebas que tiene el espíritu de una persona mucho más joven. Yo creo que a Juan Luis —al igual que a otros muchos héroes de los 100 kilómetros y otras largas distancias reflejados en este libro— le hizo mucha ilusión el que alguien evocara su historia deportiva personal después de tantos años. Nada más recibir la batería de preguntas que yo había preparado para todas las corredoras y corredores —dentro de la primera fase de investigación y recopilación de datos—, tanto Juan Luis como Santiago Rodero —otro de los legendarios corredores— mostraron gran interés en el proyecto. Así que, enseguida, rememoraron los gratificantes recuerdos de otrora. De aquéllas épocas, ya un tanto distantes en el tiempo, pero felices —éramos jóvenes e insensatos, diría el poeta— y convenimos un encuentro en mi domicilio de La Fresneda (Asturias).
Ambos llegaron con toda la información que les había pedido, muchos recuerdos y abundantes documentos. Clasificaciones, videos y demás. Todo un tesoro de auténtico material de archivo que, aunque no data de siglos —valga la nota de humor—, no es tampoco fácil de conseguir, como dije siempre, porque —salvo el excepcional caso de Soto Rojas— algunos organizadores no encuentran sus notas, otros están demasiado atareados para recopilarlas y también existen los que no desean ofrecer ningún tipo de colaboración. En este último grupo hay que incluir también a algunos atletas que pudieron aportar interesantes experiencias y no lo hicieron. Declinaron la invitación, refutando expresamente el cuestionario como elemento indeseado, cuando es un instrumento básico en cualquier cuasi-investigación y fue aceptado como tal por, prácticamente, la totalidad de los encuestados. Nada que objetar. Allá cada uno con su conciencia. Porque igual que yo no puedo tutelar o dirigir la voluntad de nadie para participar en un proyecto indeseado, tampoco ha de pretenderse monopolizar algo tan libre como el correr o la creación literaria.
Por otra parte, en este tipo de pruebas tampoco supone ningún avance en la cuasi-investigación el acudir a archivos federativos, autonómicos, hemerotecas o páginas de ‘Internet’, porque muchos —y léase siempre ‘muchas’— de los participantes no estaban adscritos a disciplina federativa alguna. O incluso, estándolo, los órganos administrativos no registraron estas carreras, ahora habituales, pero que en la década de los 80 —y más, aún, en años anteriores— fueron tenidas en algunos ámbitos como pruebas desafectadas de un atletismo que, por aquel entonces, encontraba su umbral natural, casi siempre, en la maratón. Así que, por consiguiente, el material aportado por Iglesias y Rodero fue de gran importancia para una parte de este trabajo. Y supuso también un gran estímulo anímico para seguir adelante con el proyecto, al comprobar que algunos de los protagonistas de la historia estaban muy interesados en desenterrarla.
Mientras charlábamos, recordamos especialmente el campeonato del mundo de 100 km. de Palamós (Gerona), en el año 1992, donde, sin saberlo, coincidimos. Recuerdo que, en mi caso, había acudido a Palamós desde Madrid, donde residía por aquel entonces y solo intercambié unas palabras con Pérez Manjón, cuando, hacia el kilómetro 50, en Gerona —al lado del río Ter, con una niebla y frío de justicia— me adelantó e intentó ‘tirar’ de mí, en un gesto de profunda solidaridad. Pero en aquéllos momentos yo padecía, en su punto más álgido, un ataque de ciática. Después el dolor se mitigó un poco y pude restablecer el ritmo de carrera, aunque no ya como en los primeros 50 kilómetros. Manjón se marchó por delante de mí y creo que ya no lo volvería a ver durante muchos años. Así que este libro también fue un grato motivo de reencuentro. Su interesante historia aparecerá un poco más adelante.
En fin, como les decía, Iglesias y Rodero me hicieron una grata visita en La Fresneda Y, cómo no, aprovechando su excepcional material, nos pusimos a visionar imágenes de casi 19 años atrás (habíamos sido filmados en la propia carrera y entrando en la línea de meta). Debo reconocer que, en mi caso, hasta me he emocionado un poco, recordando aquellos años ya un tanto lejanos, en los que todo era ilusión y facultades físicas, aunque con menos conocimientos —claro está— sobre la prueba que ahora (algo que uno quisiera invertir). Es decir: uno desearía volverse a aquéllos años, pero con los conocimientos de ahora……La eterna disquisición. No, claro, no hay vuelta atrás…, para nadie ni para nada. Sólo cabe jugar con los recuerdos. Y aprender de los errores pasados, pero no es posible la transposición al pasado. ¿O quizás sí?
En cualquier caso, el comentario general, cuando las imágenes se desvanecieron en la pantalla del televisor, fue el de: ‘¡vaya como corríamos entonces y qué pronto ha pasado el tiempo!’. Fueron unos momentos muy agradables los que disfrutamos visionando ese pequeño pasaje de la historia del ultrafondo español.Aunque en mi caso me sirvió para volver a recordar las desafortunadas palabras que, al entrar en la meta, tuvo para mi por la megafonía un miembro de la organización, Isidro Verdún: ‘Correos nos envía aquí un corredor: mejor nos mejoraban el servicio…’. Un mal detalle por tu parte, Isidro. No se puede decir eso a nadie que acaba de correr 100 km. en poco más de 8 horas, represente a quien represente. Como se ve, ni los 100 km. se libraron de la segregación…, al menos en esa ocasión.
Juan Luis Iglesias nació en el año 1945. Reside en Gijón. Está casado desde 1971 y tiene dos hijas y dos nietos (con los que seguro se emociona más todavía que con los recuerdos de los 100 kilómetros). Siempre había practicado algún deporte, pero a los 39 años decidió empezar a correr en solitario, porque, según asegura, ‘me relajaba mucho del trabajo y me daba tranquilidad’. Su condición física fue mejorando a medida que su organismo supercompensaba con los entrenamientos y así, en poco tiempo, logró subir tres años al podio en la ‘San Silvestre’ de Gijón (categoría de veteranos): tercero, segundo y primer puesto. Pero eso sólo iba a ser el preludio de toda una trayectoria de excelentes marcas en diversas competiciones, como en las clásicas Gijón-Oviedo (y viceversa), en las que se proclamó primero en su categoría. Otro tanto ocurrió con la Gijón-Avilés (y su homónima en sentido contrario). Y en otras ya típicas del calendario asturiano, como la Cangas de Onís-Covadonga o la Tazones-Villaviciosa, en las que, según asegura, ‘siempre quedé de los primeros de mi categoría, a excepción de la Arriondas-Ribadesella’. Más tarde daría el salto a la maratón:
1985    Madrid: 3h 35’ 27’’    1989    Villa de Laredo: 3h 4’ 58’’ New York City: 3h 6’ 16’’
1986    Madrid: 3h 7’9’’  San Sebastián: 2h 56’ 13’’    1990    Maratón del Nalón, Asturias, 2h 42’ 25’’
1987    Madrid: 3h 4’ 4’’ San Sebastián: 2h 48’ 16’’    1991    New York City, 3h 43’ 46’’
1988    Madrid: 3h 3’20’’ San Sebastián: 2h 49’ 52’’    1992    Maratón del Nalón, Asturias, 2h 40’ 53’’ (campeón de Asturias en categoría B).
        1992    Rótterdam, 2h 51’ 43’’ 100 kilómetros de Palamós (Gerona), Campeonato del Mundo, 8h 15’ 02’

Toda una trayectoria la de Juan Luis Iglesias, un extraordinario corredor popular, pues la mayoría de los lectores que practican el atletismo coincidirán conmigo que el sacrificio que tuvo que realizar Iglesias para conseguir esos tiempos en la maratón y, después, el excelente crono logrado en los 100 km. de Palamós (en todo un campeonato del mundo), sólo puede ser el resultado de una vida estructurada y un tesón encomiable (aparte de tener ciertas facultades), en unos tiempos en que los que corríamos no ingeríamos la dieta escandinava y bebíamos agua del grifo, como el mismo cuenta.
Se decidió a correr 100 kilómetros para acompañar a un amigo (me imagino que a Santiago Rodero). ‘Luego, fue todo un reto’, dice.
Antes de afrontar la durísima prueba de los ‘Cien’, Iglesias asegura que ‘tenía un poco de miedo a la distancia, pero por lo demás estaba tranquilo, pues la había preparado mucho y también tenía muchos maratones encima…’
Quise saber lo que pensaba la familia y sus amigos (en aquéllos años, en los que la ultradistancia se veía como algo más raro que hoy todavía) de la preparación para el campeonato del mundo y, por supuesto, de la posterior participación en el mismo. Iglesias se sincera y manifiesta sin ambages que ‘…desde luego, no estaban al corriente de mis actividades…’
Juan Luis encontró mucha diferencia entre la maratón y los 100 kilómetros. ‘Claro, son dos maratones y media’, dice. Al recordar sus entrenamientos para su primera prueba de ultrafondo, asegura que su esquema básico consistió en aumentar la distancia y bajar la velocidad. De lunes a viernes, realizaba ‘rodajes’ entre 20 y 22 kilómetros; el sábado descansaba y el domingo corría distancias que oscilaron entre los 28 y 40 kilómetros. Con dos sesiones ‘largas’ de 50 y 60 kilómetros por el medio.
Me intereso por su alimentación y le pregunto qué comida ingería y si cree que era la más adecuada. Iglesias es claro y contundente: ‘yo no sé si era la más idónea, pero yo comía de todo. Pesaba 45 kilos y, fuera de las comidas habituales, ni en los entrenamientos ni en la competición utilizaba ningún aporte energético. Sólo en los 100 kilómetros comí algo de chocolate…’
También le inquiero sobre qué bebía, cuánto y cómo, tanto en la preparación como en la competición. ‘En los entrenamientos —dice—, cuando hacía sesiones de hasta 30 kilómetros, no bebía nada. En la maratón tampoco bebí nunca, no tenía costumbre. En los 100 kilómetros sólo tomé agua…’
En cuanto a las sensaciones que tuvo al terminar los 100 kilómetros, asegura que ‘fue algo increíble, me sentí un superhombre. Algo así me había ocurrido en mi primera maratón. Lo más gratificante fue ver la meta, sobre todo en el caso de los 100 km., por el desconocimiento de la distancia…’
Los atletas siempre hablan del ‘muro’. Yo en todo momento mantuve que, en los 100 kilómetros, te encuentras con dos ‘paredes’ importantes: una hacia el kilómetro 60 y otra hacia el 70 ú 80. Iglesias me asegura que ‘es verdad que hay dos o más momentos malos en la carrera. No sabría decirte exactamente donde, pero lo cierto es que, claro está, el agotamiento producido al exprimir las reservas al máximo tiene que salir por algún sitio y en algún momento. Ahora bien, lo bueno es saberlo y estar preparado mentalmente para atravesar esos trances. Hombre…, si sales fuera de tu ritmo puedes encontrarte mal ya en los primeros kilómetros. Yo siempre salí en progresión. Por eso el entrar en algún episodio de crisis en la carrera va a depender mucho de cómo haga la prueba cada uno: del ritmo que imponga, de lo que arriesgue y de su condición física…’
A la pregunta de qué le aportaron a Juan Luis Iglesias los 100 kilómetros como deportista y como persona, dice que ‘una indescriptible satisfacción personal’. Y también tengo curiosidad por saber si, después de su magnífica carrera en el campeonato del mundo de Palamós —en la que, después del último control, cree que llegó a correr, incluso, por debajo de 4 minutos el kilómetro—, recibió las felicitaciones que se merecía o tuvo que escuchar algún comentario desagradable. ‘Todo fueron felicitaciones —enfatiza—, aunque alguno sí es cierto que me dijo que estaba loco por correr esa carrera…’
En cuanto a si aconsejaría a los que nunca han corrido esa distancia que lo intenten, manifiesta que ‘no hay ningún problema por correr esa prueba, pero conviene tener una buena base de entrenamiento, para no sufrir más de lo necesario. Yo no cambié ningún hábito de vida, ni fui instruido o aconsejado por nadie. En mi caso el secreto estuvo en los kilómetros y kilómetros…’
Respecto de cuál es la edad más idónea para correr 100 kilómetros, reconoce que no lo sabe, porque él compitió en la larga distancia ‘tarde, a los 47 años y, aun así, le fue bastante bien…’
Y, por último, le pregunto qué opina, después de casi 19 años, de aquélla carrera del campeonato del mundo que corrimos con tanta ilusión. ‘Fue una etapa de sueños —dice—. Echo de menos mi periodo de fondista, el ambiente de los compañeros y de la competición. Volvería a correr los 100 kilómetros, por supuesto, lo que ocurre que me he metido en una edad —65 años— en la que ya no puedo…’

MARCELA PENSA: LA NEUROFISIÓLOGA, CORREDORA Y POETISA (De 'Historias de la Maratón, los 100 km. y otras largas distancias'.Millariega.

EL CORREDOR DE FONDO, SUS PENSAMIENTOS, SU PSICOLOGÍA, SU VIDA
Por Marcela Pensa.
Profesora Nacional de Educación Física, Neurofisióloga, Corredora


Marcela Pensa —a quien agradezco mucho su entrañable colaboración en este libro— lleva recorridas con éxito 19 maratones, una de las cuales la completó en la Cordillera de los Andes —entre Argentina y Chile, la segunda más alta del mundo—, pasando de los 4.000 metros de altura a los 4.700, para volver a descender a los 4.000. También realizó tres ultramaratones: dos en ruta —de 50 y 60 kilómetros, respectivamente— y una tercera en la montaña, de 82 kilómetros.
‘La superación personal —dice Marcela Pensa— es el principal objetivo del atleta, dentro de la competición de la maratón. Participar en esta dura prueba es, quizás, una de las más valiosas oportunidades de conocerse personalmente, desde los puntos de vista físico y emocional.
Hay que trabajar sobre las capacidades psicológicas y emocionales de cada corredor, pues significa una valiosa oportunidad de desarrollar factores de automotivación constantes que, posteriormente, pueden ser determinantes en el desarrollo de una carrera de fondo. Porque el deportista en general —y el corredor de fondo en particular— se plantea continuamente objetivos a alcanzar; esto hace que de una forma natural estemos creando pequeños o grandes proyectos deportivos, lo que influye mucho en nuestro estado de ánimo, activación e ilusión, factores absolutamente necesarios para el ser humano.
Fijémonos en una persona deprimida: su visión de la vida está deformada. Todo lo ve de una forma negativa. Esto se debe, en parte, a que sus proyectos se agotaron y que ya no se dirige a ningún sitio. En definitiva, que su ilusión por las pequeñas metas cotidianas se esfumó.
Los deportistas vivimos dentro de una rutina psicofísica —a veces muy exigente— que nos hace que constantemente debamos marcarnos nuevas metas. Si la temporada acabó y se descansa durante algún tiempo, inmediatamente surgen de forma espontánea las metas más cercanas: poner a punto la preparación aeróbica y anaeróbica, cuadrar nuestro tiempo de entrenamiento con el que tenemos que dedicar a nuestras otras obligaciones, la planificación de nuestras primeras carreras de la temporada y el entreno específico para cada una de ellas…De forma que, como vemos, el encadenamiento de metas en el corredor es contínuo.
La importancia de esto es enorme para el equilibrio emocional del ser humano, ya que —para poder experimentar sensaciones de bienestar— necesitamos que en nuestro haber podamos contabilizar, de forma conexa y enlazada, esas pequeñas —y a veces grandes— ilusiones que nos hacen considerarnos como personas felices. Por eso creo que los deportistas —cualquiera que sea nuestro nivel— somos unos privilegiados, ya que accedemos de forma sistemática a una fuente inagotable de ilusión. Es bueno que seamos conscientes de este tipo de cosas ya que, en las ocasiones en las que nuestro ánimo decae por distintas circunstancias vitales —difíciles y también absolutamente normales: enfermedades, lesiones, problemas familiares…— es cuando deberemos agarrarnos con más fuerza a nuestras ilusiones deportivas. El tener objetivos de este tipo nos saca de los problemas o, al menos, consigue que los veamos de otra manera. Es el caso del corredor o corredora de maratón que, ante un devenir nefasto, debe seguir y seguir adelante con la preparación de su prueba. No pongo en duda que quienes no son deportistas puedan tener otras fuentes inagotables de ilusiones personales. Lo que digo es que los atletas poseemos —además de las que puedan tener los sedentarios— otros sueños relativas a nuestra práctica deportiva.
Otro de los motivos por los que ese establecimiento continuado de metas y submetas es tan positivo para nosotros se debe a que —además de la activación generada que ya hemos mencionado— cada vez que uno de nosotros llega y cumple el objetivo marcado, ello es percibido como una superación personal, lo que hace que crezca nuestro autoconcepto, nuestra autoestima. O, dicho de otro modo, hace que se incremente el grado con que cada uno se quiere a sí mismo. Por lo tanto, podríamos decir que el deporte practicado de forma continuada, racional y programada, ayuda a eso que los psicólogos llaman el proceso de crecimiento personal, que no es otra cosa que el sentirse, vivenciarse o experimentarse como en continuo cambio personal positivo. Esto es: tener la impresión de que somos mejores personas que ayer. Ahora bien, este crecimiento no sólo se produce con los éxitos personales —ya sean deportivos o no—, sino que también con los fracasos, siempre que sepamos ver en ellos una buena ocasión para aprender de los errores que nos han conducido a caer en los mismos. Tengan la seguridad, pues, de que el deporte nos ayuda a mantener nuestro equilibrio y salud psicológica. Nuestra vida deportiva es como una maratón, en la cual hay infinidad de ‘metas volantes’. Qué duda cabe que llegar es importante, pero antes de eso es absolutamente imprescindible que vayamos dejando atrás, con paso firme y decidido, cada uno de los ‘check points’ parciales’.

La mente y la soledad
‘La soledad por la que los corredores de fondo pasan en la mayoría de sus entrenamientos hace de ellos personas con gran voluntad y muy fortalecidas interiormente. A menudo los atletas entrenamos en grupo, aunque hay una serie de factores que, en ocasiones, no propician esta práctica grupal. Se impone entonces hacer kilómetros en soledad…
Corren unos tiempos en los que el ritmo de vida es a veces más rápido que cualquiera de nuestras mejores series. Cuando estamos trabajando —incluso cuando nos divertimos— queremos aprovechar al máximo nuestro tiempo. Y esto se traduce en un deseo de intentar realizar muchas cosas, a fin de aprovechar al máximo las horas y los minutos. Estamos continuamente en las carreras, pero la mayoría de estas justas no son atléticas precisamente… Porque una de las muchas consecuencias de nuestra forma actual de vivir es la de que no tenemos momentos para estar solos con nuestra mente y de esta forma fomentar su capacidad de reflexión. Ello es sin duda una consecuencia psicológica. El corredor de fondo tiene, cuando entrena o compite en solitario, la posibilidad de encontrarse consigo mismo, con sus pensamientos, tanto positivos como negativos Y es entonces cuando entre en juego la técnica psicológica de la ‘asociación’. Cuando un corredor o corredora centra su foco de atención en estímulos internos, como en los pensamientos o sensaciones corporales, decimos que está ‘asociando’.
¿Para qué sirve la ‘asociación’?. Para que el corredor que tiene que entrenar muchos kilómetros consiga distraerse; es decir, ir cambiando su centro de atención de un sitio a otro. Aunque, desde luego, también podremos hacer un uso sistemático de la reflexión interna —‘asociación’— durante la competición, lo que nos generará importantes beneficios a nivel personal y deportivo. Evidentemente, cuando estamos haciendo entrenamientos de alta exigencia —o en plena competición— la sangre se necesita en las piernas y, por lo tanto, abandona el cerebro, como resultado de lo cual pensamos peor.
No obstante, la ‘asociación’ se puede entrenar, para lo cual es aconsejable seguir las siguientes pautas:
•    Antes de correr, decide el tema o problema sobre el que vas a reflexionar.
•    Durante el entrenamiento o la competición: desarrolla, define y enuncia dicho problema; valora sus pros y contras; desarrolla distintas formas de solucionarlo; elige las alternativas más convenientes y, por último, aplica lo que hayas decidido.
Después de este proceso, te darás cuenta de que tu entrenamiento o competición se esfumó. ¿Qué ha sucedido?. Sencillamente que la percepción del tiempo ha sido distinta. Cuando desviamos nuestro centro de atención a nuestros pensamientos —es decir, cuando ‘nos asociamos’— el reloj corre más deprisa. La ‘asociación’ —aparte de ser muy importante en los entrenamientos y competiciones de maratón y otras largas distancias— es una buena herramienta para el control del tiempo y una excelente forma de compensar la carencia de reflexión a la que nos obliga nuestro estilo de vida, trabajo, familia u ocupaciones varias.
 El corredor o la corredora de maratón —o de otras largas distancias— necesita hacer uso de la ‘asociación’. Puede estar entrenado psicológicamente, pero sin duda los que obtendrán mejores resultados serán aquéllos capaces de reflexionar de forma natural. Aquéllos que utilicen la tecnología mental con la que hemos nacido los seres humanos: esto es, las funciones mentales superiores (atención, concentración, pensamiento asociativo…). Qué duda cabe que, durante su larga soledad, el corredor de fondo tiene tiempo para todo: pensar, reflexionar sobre los temas de importancia y —por qué no— también de los que no la tienen tanto.
Pero, desde luego, eso no es todo. También es necesario alternar estos períodos de focalización en los estímulos internos con la fijación de nuestra atención en el entorno exterior. Un entorno entendido en sentido amplio, que vendrá dado no solo por el paisaje que observamos, los olores que percibimos y las sensaciones externas que detectamos, sino que también por aspectos de nuestro propio cuerpo, como el cansancio, el malestar o el dolor que nos produce el paso de los kilómetros. La técnica que utilizaremos en este segundo caso es la de la ‘disociación’. Desde luego, habrá ocasiones en que será conveniente ‘asociarse’, mientras que en otras ‘disociarse’. Decidir cuándo nos ‘asociamos o disociamos’ es algo que diferencia al atleta entrenado psicológicamente —en este campo— del que no lo está. Lo que está claro es que debemos aprovechar esa soledad de la que disfrutamos en nuestros entrenamientos —en ocasiones, también en las competiciones—, para insertar en nuestras vidas algo que cada vez cuesta más trabajo introducir: la llamada reflexión personal, con la esperanza de que no solo nos ayude en nuestros acondicionamientos y pruebas atléticas, sino que, además, nos haga mejores personas.
Por último les voy a hablar del ‘estilo propio’, que no es otra cosa que la originalidad con que una persona se mira a sí misma, pero sin quedar prisionera de la mirada de los otros. Una originalidad le va a permitir desarrollar sus propósitos de autosuperación. Porque la verdadero carrera no se corre contra el adversario de turno, sino que contra uno mismo. Entrar en la provocación de creer que se compite con un adversario desvía la energía que se debe dirigir a superarse a uno mismo. La satisfacción plena llega con el cambio interno que conduce al deportista a ser mejor consigo mismo, no tanto entre los otros.(Bibliografía: www.psicologia del deporte.org; www.efdeportes.com; curso de especialización de medicina del deporte y el ejercicio de la Cátedra de Salud Pública I y II de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de la Plata.República Argentina; revista ‘Corricolari’. 1999).

HÉROES DEL ASFALTO: MIGUEL ORTIZ DE GUINEA ARGÜELLES

MIGUEL ORTIZ DE GUINEA ARGÜELLES
Gijón (Principado de Asturias)


Nací en Moscú hace 61 años. Resido en Gijón (Asturias). Estoy casado y no tengo hijos. Soy encofrador. He pertenecido al club ‘Km. 0’., de Sama de Langreo y, en la actualidad, corro bajo la disciplina del ‘Veteranos de Asturias’. Me gusta el deporte, el arte, el ballet, la ópera, la pintura, la arquitectura, el cine, la literatura y…podría seguir.
Comencé a correr en el año 1980, buscando esa combinación de mente y cuerpo sanos, aunque también como método de relajación, ya que soy algo nervioso.
Fui jugador de fútbol en la tercera división española. Además participé en campeonatos nacionales, europeos y mundiales en pista. Y lo hice en casi todas las disciplinas: salto de altura, 100 m. lisos, 100 m. vallas, 60 m. lisos, 60 m. vallas, salto de longitud, 200 m. lisos, 4x100 m., 1500 m. lisos y 800 m. lisos. También fui ciclista en carretera y en ‘mountain bike’. Realicé travesías a nado y natación máster. Así como triatlón, biatlón —dos medallas de oro en los campeonatos nacionales—, duatlón y pentatlón moderno, donde obtuve un aceptable puesto en el campeonato mundial de Mónaco.
He completado 64 maratones —en competiciones nacionales, europeas y mundiales—, así como unas 200 medias maratones, también por España y el resto del mundo. Campeón nacional durante dos años consecutivos en la ‘Green Cup’: 10 km. de carrera, 40 en bicicleta y otros 5 de nuevo corriendo.
Corrí la prueba de 100 km. por primera vez en el año 1992, en Santander (Cantabria), empleando un tiempo de 12 horas y media. Como ya había terminado muchas maratones, quise dar un paso más allá… Probar un nuevo reto. Me presenté en la salida sin ningún tipo de miedo, tensión o alteración fisiológica, porque ya estaba curtido en mil batallas. Aunque debo decir que es una prueba distinta a la maratón, mucho más dura y exigente. Para mí, lo peor de todo fueron las rozaduras que me produjo tanto trabajo mecánico a lo largo de las horas, en axilas, cara interna de los muslos y otras zonas del cuerpo. Fue un sufrimiento añadido, que no fui capaz de controlar. Porque, en cuanto al entrenamiento, debo decir que yo nunca hice ninguna preparación especial, ni para esa ni para cualquier otra prueba. Tampoco seguí ningún régimen de alimentación. Mi comida fue normal: la de todo el mundo. A lo mejor no era la adecuada, pero yo no soy un experto en nutrición. Así que —aunque soy metódico— me dejaba llevar: comía cuando tenía hambre y bebía cuando me entraba la sed. Aunque he de reconocer que sí consumía más agua de la que se ingiere normalmente: unos dos litros y medios diarios. De vez en cuando utilicé algún complemento energético, aunque no era frecuente que complementara mi alimentación con ningún producto.
A pesar de que yo había hecho mucho deporte, al terminar los 100 km. sentí una alegría inmensa. No se puede describir. Aunque siempre corrí arropado por mi mujer y mis amigos más íntimos, que en todo momento me dieron ánimos y valoraron mi esfuerzo, aunque una vez mi señora me dijo que ‘no era normal correr 100 km. a mis años’. Pero fue un comentario cariñoso…
Ahora bien: tengo que decir que —dejando aparte las incómodas rozaduras, que me molestaron demasiado— soporté bien el esfuerzo de toda la prueba, aunque en el kilómetro 90 se me puso la carrera bastante cuesta arriba. Para mí ese es el peor escollo de la competición. Ahí sí que de verdad vi el famoso ‘muro’…
Volví a correr en Santa Cruz de Bezana en el año 1996. Y dos años más tarde terminé los 100 km. ‘Villa de Madrid’. En total participé en tres pruebas de ‘Cien’. En la segunda ocasión para acompañar a mi buen amigo Rafael Cabello, que tomaba la alternativa y, claro está, necesitaba un padrino…
Para mí fue un reto, un acto más de superación personal en mi vida. Y volveré a correr 100 km. el día menos pensado. Basta con que me lo proponga. Por satisfacción personal, por vencer a las dificultades. Aunque a veces la conclusión de estas pruebas tan duras no reciba por parte de algunos el reconocimiento que se merece su finalización. Solo se sabe pasando por ello. ‘Ora et labora’: es lo que se pregona. Pero lo que pasa es que muchos solo hacen lo primero: orar desde el ‘chigre’ —taberna, en la lengua astur, el ‘bable’—, criticando cualquier acción que no sea adorar a sus ídolos de barro, impuestos por los medios de masas. Me estoy refiriendo a los que nunca hacen nada, salvo potenciar la envidia y la crítica insana. Y también a los fanfarrones y figurines, que solo van a lucir el equipamiento…
Para hacer una carrera de 100 km. yo aconsejo a cualquier atleta —que ya tenga una buena base en carreras más cortas— que lo intente y que no haga caso de los ociosos, que siempre le van a mostrar el lado más negativo. Correr 100 km. puede enriquecerte mucho como persona y deportista. Y si lo sabes hacer bien puedes hasta disfrutar, tanto entrenando como compitiendo. Tendrás sensaciones únicas, que de otro modo no experimentarías jamás. Yo considero que una edad buena para acometer esa prueba es a los 30 años.

Algunas de mis vivencias personales
•    En el año 1996, al día siguiente de correr los 100 km. de Santa Cruz de Bezana, participé en el campeonato del mundo de triatlón en San Sebastián: 1500 m. nadando, 40 km. en bicicleta y 10 km. de carrera. El día era ‘de perros’, con olas de más de 5 metros de altura. Por eso la organización tomó la decisión de suprimir la prueba de nado. Pero los patrocinadores protestaron enérgicamente y, al final, se celebraron las tres pruebas, con el evidente riesgo para la vida de los atletas, pues los socorristas se negaban a salir al mar y, cuando por fin lo hicieron, los medios con los que dispusieron a llevar a cabo su labor fueron manifiestamente escasos. A pesar de todo, los triatletas nos lanzamos al agua y terminamos milagrosamente esa primera fase. Pero mi caso fue singular, pues todos los participantes estaban equipados con trajes de neopreno, en tanto que yo debí enfrentarme a los 1500 metros de gélidas aguas con un minúsculo bañador. Pero al final —gracias a mi fortuna y tenacidad— fui recompensado con un valioso décimo puesto en el mundial.
•    En esa misma edición de los 100 km. de Santa Cruz de Bezana, cuando abandonaba el pueblo por cuarta vez, oí la sirena de la policía y ví el coche de los agentes, que pasó precediendo a un atleta, el cual iba corriendo tan fresco, como si acabara de empezar la faena. Lo cual me extrañó bastante, porque yo no sabía —pensé—que se celebraba una prueba ‘más corta que los Cien’ en el mismo circuito, en el mismo día. El caso es que intenté seguirlo y usarlo como liebre. Pero lo conseguí sólo durante escasos cien metros. Luego oí su nombre por la megafonía y que iba en cabeza de la prueba de 100 km.: Constantin Santalov, ruso, paisano mío… — ¡vaya sorpresa! — y que, al final, sería el ganador, con 6 horas, 33 minutos y 10 segundos.
•    En una ocasión terminé la maratón de Toral de los Vados (León) ciertamente fresco. Fue una de las pruebas que realicé en mi vida con menos esfuerzo. Hacía breves paradas —cada kilómetro, más o menos— dejando ADN por los pueblos y carreteras de Cacabelos, Ponferrada, Villadepalos y otros. Esas pausas me permitirían descansar. Pero no me detenía a propósito, sino que acuciado con virulencia por una incipiente diarrea…
•    En los 100 km. ‘Villa de Madrid’ (1996), a medio camino de la prueba me detuve en un control, al objeto de que me dieran un masaje. Después de que el profesional hubo manipulado mis piernas, me hizo una pregunta que me dejó desconcertado. ‘Pero, oiga —me dijo— ¿pertenece usted a la carrera?. Porque este servicio es para los corredores oficiales…’.Es que no había encontrado la más mínima dureza en mis piernas y eso le llevó a la sospechar de mi condición de participante en los 100 km.
•    En la ‘Green Cup’ de Santoña —10 km. de carrera, 40 de bicicleta y de nuevo 5 km. corriendo—, cuyo trazado discurría por un paraje salvaje y accidentado, pasé uno de los momentos más difíciles de toda mi trayectoria deportiva. Ya en la segunda fase, cuando llevaba diez kilómetros en bicicleta, el terreno se volvió tan abrupto y complicado que tuve que cargar con la bicicleta a cuestas durante 30 kilómetros. En la zona de los acantilados sólo se podía pasar por el angosto sendero de uno en uno, con la bicicleta al hombro y agarrándose a las ramas de los arbustos, a las hierbas y a todo lo que era posible asirse, a fin de despeñarse por el acantilado.
•    En una edición del campeonato del mundo de maratón celebrada en San Sebastián se alcanzó una temperatura de 40º C., con una humedad relativa del aire del 80%, lo que obligó a los responsables de la sanidad a solicitar ambulancias a otras comunidades autónomas, debido al gran número de maratonianos que se desvanecían en plena carrera
•    En la llamada ‘Maratón del Milenio’ (Madrid), la dureza de la prueba fue tal que ‘rompió’ a muchos atletas. Me encontré a un buen número de ellos vomitando en diversos puntos, ya avanzada la carrera. A falta de 500 metros para la meta un corredor de Mieres (Asturias) se desplomó y tuve que reanimarlo y ayudarle a cruzar la línea. Después lo recosté contra un árbol, para que se fuera recuperando. Tanto debió sufrir y tan dramático fue su esfuerzo que se quedó dormido en esa incómodo postura y estuvo roncando —en el mismo sitio que lo deposité— hasta la hora de nuestro regreso a Asturias, a las dos de la madrugada. Cuando lo dejamos en Mieres, cantaba alegremente, como si no le hubiera sucedido nada…

HÉROES DEL ASFALTO: RAFAEL CABELLO

RAFAEL CABELLO GONZÁLEZ
San Martin del Rey Aurelio
(Principado de Asturias)


Soy chapista, estoy casado y tengo dos hijos. Comencé a practicar atletismo en el colegio porque me gustaba y además me divertía. Ya de mayor, pasé a formar parte del club ‘Km. 0’. Corrí la prueba de 100 km. en Santa Cruz de Bezana (Cantabria) en el año 1996, empleando un tiempo de 10 horas y 34 minutos. Decidí adentrarme en ese mundo de las largas distancias por el simple afán de aventura, por tener sensaciones nuevas. Fui a participar sin ningún tipo de tensión, si bien no pude desprenderme de una cierta sensación de atrevimiento, lo cual me constataba también mi familia y los amigos.
Yo sabía que era una prueba distinta a la maratón. Por ello realicé entrenamientos mucho más duros que los que llevaba a cabo para los 42 kilómetros.
No puse en práctica ningún sistema de alimentación especial. Comía de todo, aunque, eso sí, bebía unos 3 litros de agua al día. Tampoco utilicé ningún aporte energético especial en los entrenamientos.
La carrera me resultó dura —tuve muchos problemas en las uñas de los pies—, como a todo el mundo que la concluye, pero ello quedó compensando con la gran alegría que sentí al final por haber resuelto satisfactoriamente ese reto que me había planteado.
Y como de todas las experiencias se aprende algo, los 100 kilómetros me sirvieron además para aumentar mi capacidad de soportar la fatiga física y mental, así como como el dolor que produce un esfuerzo tan grande.
Siempre se pregunta al atleta de maratón y de 100 km. si se encontró con los ‘muros’. Solo puedo decir que me los encontré todos…, pero quizás el punto más crítica de esa prueba sea el kilómetro 70.
Cuando vuelves a casa, siempre te enfrentas a alguna crítica. Es consustancial a la prueba. Muchas felicitaciones y algún comentario negativo. Me sentí un poco dolido, porque el fisioterapeuta me dijo que no estaba preparado, aunque yo pienso que cumplí de sobra mi objetivo, que no era otro que el de terminar la exigente carrera. Porque además tampoco dispongo de mucho tiempo libre y uno de los mayores inconvenientes que plantea el participar en los 100 km. es que se necesitan muchas horas para entrenar y acondicionarse debidamente. Desde mi punto de vista, hice milagros, teniendo en cuenta las jornadas tan largas de trabajo que tengo.
En cualquier caso, puede que repita la experiencia. Y mi consejo es que cualquier atleta —hombre o mujer— que se halle debidamente preparado, que lo intente. Es una aventura que merece la pena vivir. Aunque, a mi modo de ver, la primera vez sería conveniente ser guiado por un profesional.
Corrí muchas carreras de todo tipo y distancias. Pero en los 100 km de Santa Cruz de Bezana tuve la ocasión de vivir una jornada de gran ambiente y compañerismo, con una buena organización. Algo similar a cuando ascendí al Pico Veleta (Granada). Aunque otra prueba que recuerdo con cariño es la maratón de Avilés, prueba en la que entré en contacto por primera vez con José M. García-Millariega, una gran persona y compañero, del que destacaría su ayuda, consejos y profesionalidad.

miércoles, 11 de enero de 2012

HÉROES DEL ASFALTO: EUSEBIO SOLANA

EUSEBIO SOLANA: HISTORIA DE UNA EPOPEYA GLORIOSA EN LOS 100 KM DE CONDOM (FRANCIA)


‘No puedo ver el rostro de Solana, en la noche oscura, pero me lo imagino descompuesto y triste. Simulo no darme cuenta de su angustia, del desmoronamiento, pero le prevengo de la posibilidad de que llegue. Trato de que se produzca una comunicación, de que reaccione a mis palabras. Sé que estos minutos son decisivos. Que las pruebas de superfondo precisan tanta preparación física como psíquica. Por eso creo que estas dificultades son salvables y que puede llegar otro chorro de energía recuperadora. Si te sientes desfallecer, no te pongas nervioso, le advierto. Puede ser algo pasajero. Piensa en los sacrificios para llegar hasta aquí, en los meses de preparación continua y continua...
Son las diez de la noche. Hace un par de horas que cesó la lluvia, menos temible que el calor, pero una dificultad más en la carrera de los superfondistas’. (Oscar Gutiérrez, Diario ‘Alerta’, Santander, abril de 1980).
‘Eusebio Solana —sigue el periodista—, un atleta casi desconocido, ha pasado por el control de Condom (Armagnac), el pueblecito francés que organiza una de estas impresionantes pruebas pedestres de 100 km. y va a iniciar la última vuelta, clasificado en quinto lugar. Estamos ya en el kilómetro 84, un falso llano. Marcho a su lado, en bicicleta, con una sola ponchera de glucosa, unas onzas de chocolate y unos cuantos dátiles. Hace más de diez minutos que no me dirige la palabra: está taciturno. Su cadencia ha disminuido de forma alarmante. El paso se acorta, el correr se vuelve descompasado. Existen todos los síntomas de que ha entrado en crisis, de que está atravesando una depresión. Allí mismo, unos minutos más tarde, puede acabar todo.Los años de endurecimiento, los meses de preparación específica para esta prueba, las seis horas largas de generoso esfuerzo...Horas antes, minutos antes, hemos visto la triste retirada (o la caída provocada por el agotamiento) de otros muchachos que, a las tres de la tarde, habían afrontado esta experiencia.El atleta al que debo acompañar, animar, prestar asistencia, puede ser el próximo...’

Los primeros 60 kilómetros
‘Retrocedamos en la carrera —pide Oscar Gutiérrez—. Durante más de seis horas a Eusebio Solana lo ha asistido Miguel Andrés Castillo. En la cestilla de la bicicleta lleva ocho poncheras de glucosa y un preparado de sodio y potasio. El especialista en medicina deportiva, doctor Pérez Borges, aconseja un preparado compuesto de celulosa (azúcar), sodio, potasio y zumo de frutas, que él llama de las ‘3-R’ (reazucarar, resalar, rehidratar), cuya metabolización es inmediata, llegando enseguida a los músculos (sin que produzca malestar gástrico). Numerosos deportistas lo han utilizado con éxito, Soto Rojas entre ellos’.
‘Seis horas en bicicleta —para quien hace años dejó de imitar a Eddy Merckx— se acusan. Cervicales, espalda y...más abajo. Pero tenía que seguir, ya que cada 20 minutos Solana ingería unos sorbos de glucosa. Me había unido a ellos en el kilómetro 60. Poco después, Andrés Castillo sufre un reventón en su rueda delantera. Cojo una ponchera de su cesta y prosigo junto al atleta, confiando en que, reparada la avería, Castillo nos alcanzaría. Los minutos pasan y tampoco le vemos. Comprendo inmediatamente la inquietud del superfondista y mi responsabilidad, pues no estaba seguro de poder hacer, en aquéllos duros repechos, otros 20 kilómetros’–dice el periodista.
‘Solana me ruega —me grita— que no le abandone. Le prometo que llegaremos juntos a la meta. Relleno la ponchera y comienzo a subir el alto de Larresingle.Más tarde nos enteramos de que Castillo había pinchado otra vez (la carrera discurría por carreteras vecinales descarnadas) y no pudo enlazar con nosotros. Ya estamos en el kilómetro 84 y la crisis de Eusebio Solana es evidente. Media hora antes se había detenido unos segundos para orinar. Después tuve que buscarle una pomada balsámica para mitigar el escozor de las rozaduras de la ingle, antebrazo y costado’.
‘No sabes cuándo puede llegar esa sensación de fatiga, esa barrera que puede llevarte a la amargura del abandono. Días antes, Solana me había comentado que tenía miedo a los últimos 20 kilómetros. Soto Rojas me decía que las dificultades ya pueden surgir después del km. 50, bien por no ingerir el lubricante a tiempo o por llevar un ritmo inadecuado.No puedo ver el rostro de Solana en la noche oscura, pero me lo imagino descompuesto y triste. Simulo no darme cuenta de su angustia, del desmoronamiento, pero le prevengo de la posibilidad de que dicho estado llegue. Trato de que se produzca una comunicación, de que reaccione a mis palabras. Sé que estos minutos son decisivos. Que las pruebas de superfondo precisan tanta preparación física como psíquica. Por eso creo que estas dificultades son salvables y que puede llegar otro chorro de energía recuperadora. Si te sientes desfallecer, no te pongas nervioso –le advierto. Puede ser algo pasajero. Piensa en los sacrificios para llegar hasta aquí, en los meses de preparación continua y continua...’.
‘En ese momento le rebasa el inglés Slade, un factor desmoralizante, que puede unirse a otros dos decisivamente negativos: que piense en la distancia que aún le queda por recorrer y que se ponga a caminar, lo que transformaría en marcha su ahora lentísimo ritmo de carrera.Recuerdo haber leído lo que decía un campeón de maratón (Rodgers o Shorter, ahora no lo sé) al respecto: que no era aconsejable recordar los kilómetros que aún quedaban. La prueba debe ser ese instante, ese tramo, ese corto descenso. Hay que fraccionarla mentalmente... A cien metros está el llano. ¡Tienes que continuar...!, –casi le ordeno. Luego llamaremos a tus padres a Colindres (Cantabria) y a tu esposa, para contarles la hazaña. ¡Ni se te ocurra abandonar!. ¡Cien metros más...!. Pero era desconocer la voluntad de vencer de los ultramaratonianos. La firmeza para dominar, doblegar esos obstáculos que la fatiga pone en el camino. Y seguir, seguir...hasta cruzar la línea de llegada’.
‘Noche estrellada, luna llena. Por aquí cerca nació D’Artagnan. A unos minutos de automóvil están las destilerías de Armagnac del ciclista Luis Ocaña. Los labradores gascones se han retirado pronto a dormir. Sólo se escucha el ladrido de los perros, cuando pasamos por las granjas que están cercanas al camino, el cual se halla jalonado con antorchas. Una vez en el llano, Eusebio Solana parece reaccionar. Aumenta el ritmo y me pregunta cuanto falta. Tienes que pasar sólo por dos avituallamientos –le esquivo. Sigue, que ahora llevas buen ritmo…Se iergue, recompone la figura y el paso: la zancada se vuelve más amplia. Termino, estoy seguro de que termino –me asegura. Sólo he pasado un mal momento, pero ya está superado. Juntos hasta la meta, ¿de acuerdo?’.
‘Me dice que lleva las zapatillas justas. (Los pies hinchados, cargados, llegan a aumentar hasta dos números). El atleta de Colindres (Cantabria) había salido con un número y medio mayor y el calzado, aun así, comienza a oprimirle ligeramente.Le motivé. Le ‘canté’ tiempos. Podía bajar de las nueve horas. Podía acercarse al tiempo de su amigo Soto Rojas en ese mismo circuito (8h 48’), mucho más duro que Belvés o Millau’.
‘Se encontraba bien, pero no había que confiarse. He visto caer atletas en el último kilómetro, en los últimos 100 metros de un maratón. Minutos después divisamos la silueta del inglés Slade. En poco tiempo le da alcance. A la vista de Condom, rebasa al francés Couly. En esos momentos era cuarto. Toma glucosa por dos veces, porque el organismo encendía la luz de reserva cada vez con más insistencia. No ingiere ningún alimento sólido. El año anterior (tímido y desconfiado por el recorrido) había empleado 10h 57’. Ahora estaba a punto de mejorar su marca en ¡casi dos horas!. Las luces del pueblo le invitan a aumentar la cadencia. Cuando iban a dar las 12 de la noche, cruza la línea de meta con un crono de 8h 59’ 43’’. ¡Nueve horas corriendo!. No significaba ningún record nacional, ni siquiera regional, pero era el suyo propio...’.
‘Esto es el ultrafondo: esperar la señal de partida, vivir experiencias únicas. En una docena de kilómetros se pueden sentir toda una gama de emociones humanas...Sufrir, creer que vas a hundirte, agotado. Deseos de dejarlo todo e irte a casa. Sentirte morir y, de pronto, la agradable sensación de la energía que vuelve a renacer. Y continuar, continuar...aún con los pies sangrantes, los brazos y las piernas doloridos, para saborear la maravillosa sensación de cruzar la línea de llegada. Un diploma, recordando la gesta y poco más...en lo material. Pero en su ser más profundo habrá comprendido que es capaz de realizarse plenamente, de alcanzar lo que le parecía inalcanzable, de lograr algo que casi sólo depende de su esfuerzo, de su sacrificio libremente admitido y, por encima de todas las cosas, de la voluntad de ser lo que se es, de hacer lo que se ha hecho, por muy singular que parezca. Es entonces cuando podrá decirse: he encontrado un héroe, soy yo mismo...’ (Cortesía del diario ‘Alerta’. Santander. 2011).

HEROES DEL ASFALTO; JAVIER RODRIGO ROMEO

JAVIER RODRIGO ROMEO
La Fresneda (Principado de Asturias)


Nací en Oviedo y, en la actualidad, resido en La Fresneda (Siero). Tengo 41 años y pertenezco al club ‘Piloña Deporte’. Estoy casado y tengo dos hijas. Empecé a correr de forma continuada en 1999. Había dejado de hacer deporte y sentí la necesidad de volver a ponerme en forma. Ese año me trasladé a vivir a La Fresneda y allí encontré el entorno ideal para practicar el ‘running’ en la ‘Milla del Club de Campo’, lugar de celebración de las ‘24 Horas Running Race’. Este hecho de empezar a correr me supuso numerosas ventajas: mejorar físicamente, lograr evadirme de los problemas cotidianos, fijarme metas, ganar en confianza y autoestima…
Cuando era chaval practiqué todo tipo de deportes: fútbol, baloncesto, hockey, esquí…A los 15 años —casi de casualidad— me inicié en el atletismo. Todo empezó un día en la clase de educación física del colegio San Ignacio (Oviedo), cuando estábamos calentando para realizar unos ejercicios. Al pasar por debajo de una de las canastas se me ocurrió saltar y colgarme del aro de una de ellas, que estaba a 3 metros y 5 centímetros de altura. En ese momento, Azpeitia, ex entrenador del saltador de longitud Yago Lamela, me echó una bronca —porque podía haber roto dicho aro—, pero al final de la clase me dijo que le había impresionado el bote que tenía y me propuso saltar altura. Ahí empezó mi idilio con el atletismo. Luego fiché por el ‘Universidad de Oviedo’ y fui varias veces campeón de Asturias absoluto. Sin embargo, hacia el año 1990, tuve que dejar de competir, porque me quitaba tiempo para los estudios y además tampoco hubiera llegado muy lejos. Posteriormente retomé esta misma disciplina en el 2007, ya en categoría veteranos donde fui dos veces campeón de España y otras dos subcampeón. Además participé en un europeo y un mundial. Entre ambos periodos hice fondo (4 maratones, varias ‘medias’ y carreras de menor kilometraje), además de una prueba de 100 km. en Santa Cruz de Bezana (Santander, 2006).
Lo cierto es que necesitaba motivarme con nuevos retos. En la maratón me planteé bajar de 3 horas y, una vez que lo conseguí, dejó de tener sentido para mí el seguir participando en los 42 km... Así que me planteé como nuevo objetivo el afrontar los 100 km. Además quería dedicar la carrera al malogrado y querido amigo Juan Puerta (‘Piloña Deporte’), gran atleta y mejor persona. Aunque la prueba me provocaba cierto respeto. Nunca había afrontado más de 50 km. seguidos en los entrenamientos y no sabía cómo me iban a responder las piernas a partir de esa distancia. A la familia no le comenté nada. Les dije que iba a correr una maratón. No quería preocuparles con un reto tan exigente. Mis amigos me animaron. Estaban convencidos de que lo conseguiría.
Mis entrenamientos para los 100 km. se basaron en acumular los máximos kilómetros posibles a la semana durante un periodo específico de 3 meses. El momento de más carga fue a 20 días de la prueba. Traté de acumular 150 km., pero me fue imposible. Al final me quedé en 130 km. —que es muy poco—, pero mi cuerpo no fue capaz de asimilar más. Decidí, por tanto, no sobrecargar el organismo, para poder llegar lo más entero posible a la prueba y evitar lesiones. La ‘tirada’ más larga que llevé a cabo fue de 50 km. No hice nada de calidad, porque mi objetivo se limitaba a intentar acabar la carrera…
En cuanto a la alimentación previa, comí de todo, si bien incrementé la ingesta de carbohidratos antes de las sesiones de entrenamiento largas. También bebía bastante durante los entrenamientos y complementaba la alimentación con glucosa y barras energéticas. Solía consumir cada hora un ‘botellín’ de agua o su equivalente en isotónico. Ya en la competición, bebía cada 5 km,. ya que había una humedad tremenda. También avituallé con preparados de glucosa y barras energéticas.
Corrí desde el inicio con un grupo de atletas con marcas parecidas a la mía en maratón, aunque ellos con experiencia en los 100 km. Recuerdo que pasamos los 42 km. en 3 horas y media. Me pareció un ritmo muy rápido, pero íbamos charlando y casi ni me enteré. Para mí el ‘muro’ estuvo en el km. 60. Las piernas me fallaban y todavía faltaban otros 40 km. Ahí tuve dudas de si sería capaz de terminar la carrera. No había acumulado suficientes kilómetros en los entrenamientos y eso se notaba. De todas formas, no me puse nervioso: reduje la intensidad y seguí adelante. A partir de ahí puedo decir que corrí más con la cabeza que con las piernas…
Tuve otro problema en el km. 75. Me paré en un avituallamiento, porque creí que me había entrado una piedra en la zapatilla. Me senté en una silla y tuve que pedir ayuda para que me desataran el cordón, porque no era capaz de doblarme. Luego resultó ser una ampolla. Aguanté con ella 25 km. Fue lo más duro.
Como ya dije, mi única participación en una prueba de ultrafondo fue los 100 km. de Santa Cruz de Bezana (2006), edición que, además, fue campeonato de España. Viajé en coche desde La Fresneda (Asturias) con mi amigo García-Millariega, el autor de este libro, que fue quien me metió el ‘gusanillo’ de correr esta prueba. Nos hospedamos en un hotel sencillo y acogedor y cenamos con el irlandés Edward Gallen. Recuerdo que comimos fuerte, como no podía ser de otra forma: pasta, huevos, chorizo, patatas...
La carrera comenzó a las siete de la mañana de un sábado de finales de septiembre y en la salida ‘orbayaba’ —lluvia fina en la lengua astur, el ‘bable’— un poco. La carrera discurrió en el ya conocido circuito de 10 km. al que había que dar otras tantas vueltas. Por cierto, bastante ‘rompepiernas’, con numerosas subidas y bajadas, algunas con cierto desnivel. Fue una jornada de mucha humedad, con lo que los corredores que aspiraban a mejorar sus marcas lo tenían francamente difícil. Éramos 75 atletas en la salida. Había un equipo ruso de nivel internacional, con gente con marcas sobre las 6 horas y media. También creo que corría Jorge Aubeso, el campeón de España. Como era mi primera participación y no tenía referencias sobre tiempos de paso, pregunté a los corredores en la salida sobre sus marcas en la maratón, para correr a ritmo de alguno de ellos. Al final me metí en un grupo de unos seis atletas, con los que hice la primera mitad de la prueba. Bebía en cada avituallamiento —cada 5 kilómetros—e iba tomando glucosa y barritas energéticas que había comprado con anterioridad y que ya había probado en los entrenamientos. Cuando uno del grupo ‘cantó’ 3 horas 30’ al paso por la maratón me pareció que íbamos rápido. Creo que ese desajuste me hizo a la larga perder demasiado tiempo en los últimos 30 kilómetros. Pero me veía cómodo a esa marcha y, en ese momento, no encontré lógico descolgarme del pelotón. Además nos íbamos contando nuestras experiencias en carreras anteriores y todo tipo de anécdotas, con lo que devorábamos kilómetros casi sin enterarnos. Me viene a la cabeza ahora un relato de Ángel Marcos de la Mata —el experimentado ultrafondista leonés—, el cual reseñaba que a cierto corredor, en una carrera de ‘Cien’, habiéndole entrado unas ganas imperiosas de defecar, se encontró con la desagradable sorpresa de que no era capaz de agacharse. No me acuerdo como acabó ‘la película’, pero fue muy divertido…
A partir del kilómetro 50 el grupo se diluyó como un azucarillo en el café. Algunos quedaron detrás de mí y otros por delante. Ya no tenía casi ‘piernas’, así que hube de correr con la cabeza y el corazón. Mis dudas surgieron en el kilómetro 60. Para entonces ya había habido varios abandonos, algunos de corredores experimentados y de calidad.
Recuerdo que ya avanzaba despacio. Las piernas empezaban a fallar y quedaban todavía 40 km. Tocaba sufrir y no cometer errores. Había que regular mucho porque quedaba un mundo. Además mi ‘tirada’ más larga en entrenamientos había sido de 50 km., con lo que la incertidumbre sobre si sería capaz de acabar la prueba era enorme. Luego estaba el peligro de la deshidratación, debido a la enorme humedad y la posibilidad de calambres, ampollas y dolores musculares o articulares.
El otro momento de duda me surgió en el km. 75. Como ya dije antes, me empezó a molestar algo en la planta del pie derecho, hasta el punto de que me impedía pisar con normalidad. Pensé que me había entrado una piedrecilla. Me senté en una silla del avituallamiento e intenté descalzarme. No podía doblarme, así que pedí ayuda a uno de los colaboradores de la organización que estaba en el control. Al final no se trataba de una piedra, sino que de una ampolla. Me asusté un poco. No sabía cómo iba a responder con tal inconveniente a falta de 25 km. Seguí adelante con mucho sufrimiento y poniendo al límite toda mi resistencia mental. Sin embargo, todo salió bien: a 5 km. de meta supe que lo había conseguido. Al entrar bajo la pancarta señalé al cielo, para dedicarle mi participación a Juan Puerta, mi querido amigo del ‘Piloña Atletismo’, fallecido en accidente de tráfico. Me emocioné bastante. El tiempo fue de 9 horas y 32 minutos y el puesto el 26.
Me quedé bastante satisfecho con el resultado, aunque para mí lo realmente importante fue poder acabar la prueba. Aunque debo reconocer que finalicé bastante cansado, después de tantas horas sin parar de correr y con el doloroso problema de la planta del pie derecho. Luego vino el masaje —a los dos días ya estaba trotando de nuevo— la subida al podio y el cambio de impresiones con el resto de compañeros de batalla. La organización fue excelente y el recuerdo imborrable. Fue una experiencia muy positiva, pues pude certificar que con esfuerzo, constancia y motivación todo es posible. Como deportista me aportó sobre todo fuerza mental. En este tipo de pruebas se trata de sobrevivir a la propia carrera y en este sentido la faceta de la mente es todavía más importante que la física. Como persona diría que los 100 km. te aportan sobre todo seguridad en ti mismo al ver que eres capaz de conseguir lo que te propongas. Nunca volví a correr otra prueba de 100 km., puesto que ya había logrado el objetivo de acabar y no encontré la motivación suficiente para repetir la experiencia.

Mi bloc de notas
* A aquellos que se planteen correr los 100 km. les diría que es un objetivo duro, pero alcanzable si tienes una buena base física y mental. Poseyendo ambas cualidades, les animaría a correrlos por la emoción que se siente al cruzar la meta, por la seguridad y autoestima que te reporta para todos los aspectos de la vida. Creo que la edad más interesante para intentarlo sería entre 35 y 55 años, que es cuando la persona puede estar más madura física y mentalmente. En cuanto a la forma de vida que deben llevar, no creo que tengan que modificar su estilo habitual. Yo al menos no lo he hecho.
* Tampoco en cuanto a los entrenamientos, que son parecidos los de la maratón, aunque un poco más exigentes. Yo nunca realicé doble sesión y ‘rodaba’ cinco días a la semana. Mi acondicionamiento fue parecido al que realizaba para los 42 km., si bien con más volumen de trabajo.
* Para preparar bien una carrera de 100 km. hay que tener experiencia previa en la maratón. A partir de ahí, se trata de programar entrenamientos en los que se logre acumular el máximo número de kilómetros posibles. Siendo, durante estas sesiones, fundamental ‘escuchar’ en todo momento a tu cuerpo. Si se detecta que no se es capaz de asimilar bien los kilómetros, hay que descansar o hacer menos de los programados. Lo más importante es llegar descansado y sin lesiones al día de la prueba.
* El entrenamiento más importante de la semana es el día de ‘rodaje’ largo, que es la base de la prueba. A esa jornada —suele ser un sábado o un domingo— hay que llegar descansado, bien alimentado —a base de carbohidratos— y sin carencia de líquidos. Para los que busquen una marca determinada el ‘farlek’ me parece una fórmula muy interesante de acumular kilómetros trabajando a la vez la calidad.
* Los principales problemas que suelen surgir para preparar una prueba de estas características es el disponer de mucho tiempo para entrenar. Y el nivel de exigencia al que se somete al cuerpo, ya que las articulaciones sufren mucho con el paso de los kilómetros y es importante tener una buena base muscular —sobre todo en cuádriceps— para proteger las rodillas, gemelos y el tendón de Aquiles. La principal ventaja es que, si superas el reto, la satisfacción es enorme tanto a nivel deportivo como humano.
* Como anécdota —y para terminar— contaré lo que le ocurrió al internacional irlandés Eddie Gallen. Recuerdo que tuvo algún problema muscular durante la carrera. Cuando le adelanté lo vi corriendo hacia atrás. Creo que era sobre el kilómetro 70. Le pregunté qué pasaba y me dijo que no me preocupara, que era un problema muscular, que le originaba muchas molestias corriendo hacia delante. Cuando le vi entrar en meta un minuto antes del cierre de control, ‘aluciné’. Creí que se retiraría y al final logró acabar antes del tiempo límite. Un ‘crack’.

HEROES DEL ASFALTO: RAFAEL BARROSO CASTAÑÓN (De 'Historias de la Maratón, los 100 km. y otras largas distancias'. (Millariega)

RAFAEL BARROSO CASTAÑÓN
Lugones (Principado de Asturias)


‘Los 100 km. me sirvieron para demostrarme que tengo tal capacidad de sufrimiento y superación que puedo conseguir cualquier reto que me proponga’
‘Durante la carrera mis pensamientos fueron para mis padres fallecidos’.
‘La sensación física que tuve al cruzar la línea de meta fue la de estar reventado’.
Nací en Buiza de Gordón (León). Tengo 48 años. Resido en Lugones (Asturias). Estoy diplomado en Derecho y soy funcionario de Prisiones. Pertenecí a los clubs de atletismo ‘K0’. (Sama de Langreo) y ‘CAF Fresneda’, ambos de la región donde vivo. En la actualidad no me encuentro bajo la disciplina de ninguna entidad deportiva. Estoy separado y tengo una hija de 10 años, a la que también le gusta el deporte (los genes hacen su función deportivamente).
En mis tiempos de instituto practiqué diversas modalidades de atletismo, quedando campeón provincial de León —en categoría cadete— de lanzamiento de disco. Pero lo que más me gustaba y mejor hacía era la modalidad de jabalina.
Después jugué al fútbol muchos años, culminando mi trayectoria en el club ‘Hullera’, de la tercera división leonesa. Con lo que cobraba en el fútbol tenía para vicios, que eran pocos. Más tarde, cuando comencé a trabajar, abandoné este deporte por falta de tiempo. Y hace unos 15 años comencé a correr, buscando poder practicar un deporte más individual. Empecé con las medias maratones y otro tipo de carreras de distancias inferiores. Después quise saber lo que se sentía en la maratón y quedé ‘enganchado’, pues completé 23 sin un solo abandono.
Mi única carrera de 100 km. la corrí en el año 2007 en Santander. Tardé 10 horas y 39 minutos. La primera parte fui demasiado rápido y la segunda se me hizo bastante dura. Decidí participar en esa prueba influido por mi amigo José. M. García-Millariega —el autor de este libro—, ya que mientras entrenábamos juntos comenzó a meterme el ‘gusanillo’ de probar, llegando a convencerme de que lo podría hacer. Él me decía que yo ya era un experto en la maratón y que tenía que probar distancias más largas, para afrontar nuevos retos.
Antes de correr los ‘Cien’ tenía bastantes dudas de poder acabarlos. No tenía miedo, pero sí bastantes temores, aunque estaba muy tranquilo anímicamente. Me lo tomé con filosofía: ‘voy a intentarlo y, si no puedo, tampoco pasa nada’—me dije. Tenía mi ego personal ya cubierto con mis maratones, en las que había logrado buenos resultados.
Mi familia y mis amigos me decían que estaba loco, que no lo intentara. Mi madre y mi padre ya estaban fallecidos y al terminar la carrera —y durante ella— mi pensamiento y mi dedicatoria fue para ellos. Si hubieran estado vivos les habría dado un disgusto.
Los entrenamientos para preparar la ultradistancia no fueron todo lo específicos que deberían haber sido, ya que tendría que haber hecho más sesiones largas de 50 o 60 km., lo que supondría estar corriendo cuatro o cinco horas seguidas algunos días y no dispuse de tanto tiempo. Por eso durante la primera parte de la prueba fui muy bien, pero en la segunda me encontré bastante cansado.
Tampoco mantuve ninguna dieta específica, lo que posiblemente me hubiera venido bien, sobre todo para bajar un poco de peso. Si hubiera conseguido perder unos kilos hubiera corrido mejor. Comía de todo, desde chocolate hasta ‘fabada’ con morcilla. No me privaba de nada. Creo que en eso me equivoqué, porque puede que no haya sido una alimentación idónea. Tenía que haber eliminado de la ingesta ciertos productos…
En cuanto a la bebida, tomaba lo normal, sin ningún producto especial. Tampoco utilicé ningún aporte energético en los entrenamientos. En la carrera sí; pero lo corriente: glucosa, ‘geles’ energéticos, etc…
 Al terminar la carrera la sensación principal fue de satisfacción, por haber superado un reto que me había planteado y que me parecía muy difícil, casi imposible. Aunque yo tenía confianza en mí mismo, porque soy ‘muy cabezón’ y tengo mucha fuerza de voluntad, lo cual en estos casos es fundamental. Ahora bien, la sensación física que tenía cuando crucé la línea de llegada era la de estar reventado. No podía más…En los últimos kilómetros empecé a tener calambres en las piernas y se me subieron los músculos gemelos varias veces, teniendo que parar para hacer estiramientos. En determinados momentos veía que mi cuerpo estaba al límite y daba señales de extenuación desconocidas para mí hasta entonces. Ya a última hora tenía que subir las cuestas andando. Pero iba mirando el reloj y comprobando que estaba dentro del tiempo de cierre del control, a las 11 horas.
A lo largo de las diferentes etapas de la carrera sentí sensaciones diferentes. Al pasar por los 50 primeros km. me encontraba muy bien. Lo único que me disgustaba es que hubiese poco público animando, en comparación con las maratones en los que había participado. Mis momentos más críticos los pasé en los kilómetros 70 y 80, en los que estuve a punto de abandonar. Me encontré a punto del ‘k.o.’ y de dejarlo todo. Pero mi fuerza de voluntad me hizo continuar.
Tuve los problemas típicos de rozaduras, uñas caídas y demás, que pocas veces había experimentado en la maratón. Fue la principal diferencia que encontré: el superior esfuerzo físico y mental —desde luego, pasa factura— que hay que hacer en la prueba de los ‘Cien’. Al acabar notaba el cuerpo duro como el acero. Percibía la carne apretada, sin una gota de grasa. Si me hubieran dado un golpe con un palo o con un bate de béisbol, creo que se hubiera roto el bate y no mi cuerpo. Lo tenía todo mal, pero lo que me escarnecía de verdad era el dolor y malestar por las dos uñas que se me habían caído. También las ‘posaderas’ se encontraban como una brasa, en carne viva, fruto del rozamiento, del sudor y del agua que me echaba por encima. Después de ducharme tuve colocar papel higiénico en la región anal, para separar las dos zonas glúteas y evitar así el dolor de la fricción, pues me escocía horriblemente.
Una cosa que me fastidia bastante es que, después de lo que padecí, hay gente que no se lo cree y tengo que enseñarles el diploma —que lo tengo enmarcado por supuesto— para acreditarlo. Pero, a pesar de que alguien le pueda parecer imposible, yo estoy contento, porque demostré una capacidad de resistencia y de superación a prueba de bombas. Esa carrera me sirvió para demostrarme a mí mismo que tengo tal capacidad de sufrimiento y superación que puedo alcanzar cualquier reto que me proponga.
Al que quiera correr 100 km. yo le diría que es una locura, pero que pruebe con esa distancia, pues merece la pena. Pero que vaya bien entrenado, pues no es ninguna broma. Yo creo que cualquier edad es buena para intentarlo —si la preparación es adecuada— pero quizás la óptima sea entre los 35 y 40 años. Después de participar en Santa Cruz de Bezana estuve 15 días sin correr, pues había quedado saturado. En aquéllos momentos me parecía una locura volver a participar otra vez, pero ahora, con el transcurso del tiempo, ya se me vuelve a pasar por la cabeza el retorno a los ‘Cien’, pero por supuesto con un mejor diseño de los entrenamientos y una alimentación más cuidada.